Las zonas en las que más disminuyeron las visitas al lugar de trabajo y se incrementó el tiempo en los hogares experimentaron una mejor evolución en términos de contagios. Ésta es la conclusión a la que ha llegado un equipo tras analizar las localizaciones móviles de millones de estadounidenses durante la primera ola de la pandemia.
En Estados Unidos, más del 80% de la población dispone de un teléfono móvil. Los datos de su localización llevan años siendo públicos y están disponibles para cualquier investigador. Estas cifras, agregadas y anonimizadas, no nos dan pistas sobre ningún usuario en particular pero sí que muestran claramente los patrones de movimiento de los ciudadanos en su día a día.
Hasta ahora, estos datos se habían utilizado principalmente para mejorar la movilidad en las ciudades, como por ejemplo diseñar controles de tráfico más eficientes. Pero en este momento se están empleando también en la lucha contra la COVID-19. Una investigación publicada recientemente en la revista JAMA Internal Medicine) y encabezada por el doctor Joshua Baker los ha empleado para intentar comprender cómo se siguieron las recomendaciones de confinamiento y cuál fue su impacto local en los contagios.
El estudio analizó la actividad en 2 740 condados en Estados Unidos entre enero y mayo. La información se dividió en varios tipos de ubicaciones: lugares de trabajo, hogares, tiendas, parques y estaciones de transporte público. Son 84 000 datos para representar cada día durante el período del estudio.
La principal conclusión fue que las zonas donde las visitas a lugares de trabajo disminuyeron más y la presencia en el hogar aumentó en mayor medida tuvieron una evolución más favorable. Es decir: el confinamiento –como ya sabíamos– y el teletrabajo funcionan. Los investigadores consideraron ventanas de 5, 10 y 15 días para tener en cuenta el período de incubación de la COVID-19, y los resultados fueron claros: a menos tiempo en el trabajo, menor tasa de contagios en los días siguientes. Además, el estudio llegó a otras conclusiones interesantes.
Un de ellas es que la presencia en el trabajo disminuyó mucho antes de las órdenes de confinamiento. Parece que los ciudadanos se adelantaron más de dos semanas a las autoridades, de forma que el impacto del confinamiento comienza no cuando se promulgaron las medidas, sino hasta veinte días antes dependiendo de la zona. Además, la disminución fue mayor en las zonas inicialmente más castigadas por los contagios. Los investigadores apuntan a que el miedo podría estar detrás de este efecto, aunque no descartan otras posibles explicaciones.
Cuanto más rico se es, más posibilidades de teletrabajar
El estudio también sacó a la luz las marcadas diferencias entre zonas urbanas y rurales. Las zonas rurales sufrieron mucho menos que las urbanas, incluso aunque la actividad en ellas se redujo mucho menos.
Además, los investigadores analizaron qué factores determinaron en mayor medida la reducción de las visitas al lugar de trabajo. Este análisis tiene limitaciones importantes, pero encontraron que las regiones con una mayor reducción fueron las que tenían una menor tasa de pobreza, mayor densidad de población, con menos ancianos, niños y afroamericanos y un mayor presupuesto dedicado a la salud. Es decir, los móviles podrían estar mostrándonos que cuanto más rico se es, más probable es tener la posibilidad de teletrabajar.
No está claro que podamos emplear la información de los primeros meses de la pandemia para predecir cómo serán los contagios en el futuro. Mucho ha cambiado desde entonces, desde el establecimiento del distanciamiento entre individuos hasta el uso de mascarillas. Lo que sí está claro es que las localizaciones agregadas pueden no sólo revelar cómo se siguen las recomendaciones de teletrabajo sino identificar puntos críticos de cara a los contagios y guiar la toma de medidas específicas para esos lugares.
Sara Lumbreras es doctora e ingeniera industrial por la Universidad Pontificia Comillas. Es investigadora en el Instituto de Investigación Tecnológica e imparte docencia en el Departamento de Organización Industrial en ICAI y en el de Gestión Financiera en ICADE. Su investigación se centra en el desarrollo y la aplicación de técnicas de apoyo a la decisión en problemas complejos, principalmente en el sector de la energía y en especial en el diseño de redes. Trabaja con técnicas de optimización bajo incertidumbre (tanto clásicas como metaheurísticos) y en el campo de gestión de riesgos. Cuenta también con cinco años de experiencia en banca de inversión, habiendo trabajado como estructuradora para JPMorgan Londres en el negocio de FX y materias primas. Es Global Shaper del Foro Económico Mundial. Forma parte del consejo de la Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión, donde desarrolla su actividad estudiando las relaciones entre tecnología y sociedad.
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