José Antonio Guardiola Premio Internacional Cátedra Manu Leguineche.
Periodistas en Español
En sus propias nostalgias y en su propia retirada. En su entorno quebradizo, cada vez más inseguro. En una profesión hoy en entredicho, donde los ataques “contra los medios”, así, en general, sin más detalle, se suceden sin matiz alguno.
Mientras, las intoxicaciones, las perversiones de la información, lo falso y lo estúpido, se multiplican por una doble vía: la labor de zapa (empecinada, irresistible) de la globalización digital, aliada del neocapitalismo más descarnado, y que no quiere pagar ningún tributo social; y también la de los servicios e intereses más oscuros que persisten desde las cloacas planetarias en impulsar proyectos autoritarios.
Todo ello simultáneo al convencimiento de la muchedumbre ilusa, aleccionada, sometida a ideas propagandísticas que se reiteran desde hace décadas. Ese paraíso prometido, “abierto” y “libre”, sugieren, llegará si nos sometemos al neoliberalismo más brutal y a sus conceptos falsamente libertarios. Mediante ese esquema, está claro que la democracia retrocede y la tolerancia también. Por el contrario, que se reconozca de vez en cuando el periodismo serio, reconforta. Y afortunadamente sucede de vez en cuando.
«Que José Antonio Guardiola reciba el Premio Internacional Cátedra Manu Leguineche es para mí una alegría y que me hayan pedido hacer esta noche su laudatio, una obligación placentera.
Es también, autoridades, colegas y amigos, señoras y señores, un honor.
Desde luego.
Porque la ocasión me sirve para recordar que el premiado tiene tras de sí una larguísima trayectoria profesional que empieza en su primera juventud en periódicos de esta tierra.
Luego, ha desarrollado su carrera a través de un trabajo por etapas, paciente, muy serio, por países de todos los continentes.
Desde Afganistán a Oriente Medio, desde Colombia y El Salvador a México.
Una carrera en la que sus objetivos personales se han identificado con el periodismo de la precisión y el equilibrio. El de la sensibilidad y el tacto humano, más que con esa otra versión mala del oficio –desgraciadamente hoy tan extendida- de las exageraciones, las mentiras, las distorsiones y la manipulación interesada y perversa.
Decía el personaje Ben Ramson (que interpretó un enorme Lee Marvin) en la película Paint your wagon (retitulada mucho mejor en castellano como “La leyenda de la Ciudad Sin Nombre”), que la verdad principal es que el mundo se divide entre quienes van a alguna parte y quienes no van a ninguna.
There’s two kinds of people, them goin’ somewhere and them goin’ nowhere. And’s that what’s true.
Hace poco, también un señor académico, hoy escritor de renombre que fuera compañero de redacción en TVE, dividía el mundo entre los sedentarios ‘y los que se van porque les atrae lo que hay detrás de esta (o aquella) colina. Y a lo mejor no vuelven’, advertía… Y aprovecho la cita para denunciar la precariedad laboral actual de muchos de esos periodistas jóvenes, con frecuencia mujeres, enviadas ahora a todos los conflictos y que se arriesgan a ir sin verdadero contrato de trabajo –y sin seguro alguno- más allá de esa colina.
Afortunadamente para Guardiola y para todos nosotros, José Antonio ha vuelto siempre; con sus notas y grabaciones bajo el brazo, para describirnos evoluciones y miserias humanas. Conspiraciones casi inverosímiles y entramados políticos muy distintos.
Para relatarnos laberintos de la realidad internacional (y de la historia) que atraviesan los más diversos lugares del planeta.
Desde Guatemala a Cuba y Venezuela. Desde el genocidio que tuvo lugar en 1994 en el corazón de África, en Ruanda, Burundi y el Congo, hasta Zimbabue, donde la eterna paradoja del gran libertador convertido en tirano ilustró (una vez más) hasta qué punto resultan dañinas las excesivas esperanzas que los pueblos ponen en su destino colectivo.
La pasión africana de Guardiola le ha llevado también como reportero a otros países de aquel continente; como Etiopía, Tanzania o a Guinea Ecuatorial, donde el tirano de turno –otro más- le obligó a un regreso precipitado. También a Sudáfrica, donde pudo hacer la entrevista -que siempre soñó- a Nelson Mandela.
Si fuera un trotamundos sin rumbo y con mochila, llevaría en ella los emblemas (cosidos sin más) de los fragmentos de la antigua Yugoslavia: de Croacia, de Serbia, de Bosnia-Herzegovina y de Kosovo, donde un día pudimos verle en una fotografía del (entonces llamado) “International Herald Tribune”, mientras escapaba –con los demás compañeros del equipo de TVE- de las balas de la Milicia serbia.
Me preguntarán por qué me extiendo aquí: para que sepan que el premiado no aterrizó en paracaídas de la nada en la línea sucesoria de directores del programa En Portada, en la que está el del mismo Manu Leguineche que da nombre a este premio.
Y en este momento, cabe preguntarse si los reporteros de los que hablamos, deben –debemos- ser siempre y únicamente testigos fidedignos, ¿sólo testigos?
Para responder, resumiré y citaré uno de esos momentos de tensión que quedó descrito en un libro de la Federación Internacional de Periodistas.
Un equipo de televisión viajaba por Kosovo en un coche alquilado y anteriormente dedicado al transporte de fondos. Un vehículo viejo, precario, pero con blindaje. Importante allí y entonces, en un entorno muy peligroso. De repente, vieron gente reunida en un pueblo de la montaña albanokosovar. Entre ese grupo, una madre que les rogó entre lágrimas que se acercaran con aquel vehículo (más protegido que otros) hasta donde yacía el cuerpo de su hijo pequeño, víctima hacía pocos minutos de los tiroteos de aquel mismo día. En aquel horizonte, un paisaje frío y de colinas boscosas, permanecían los uniformados de la Milicia serbia que eran quienes habían disparado. El equipo de TVE entero asumió el riesgo. Trajeron el cuerpo ya inerte de aquel niño. Pero después, aquel mismo equipo, se arriesgó también a llevar hasta el hospital de Prístina, al hijo mayor de la misma mujer, que estaba malherido. Al atardecer, lo taparon con mantas y parte del material técnico y consiguieron pasar con él los controles serbios.
En el hospital, los médicos (también serbios) tuvieron un comportamiento irreprochable. Asumieron plenamente su juramento hipocrático. Curaron a aquel herido, creo recordar que miembro o simpatizante de la guerrilla UÇK (el llamado Ejército de Liberación de Kosovo). Y aquel herido grave sobrevivió. Les dejo adivinar quién era el jefe del aquel equipo de enviados especiales de TVE, que asumieron juntos el riesgo de ser acusados de ser colaboradores del enemigo. Por cierto, Guardiola siempre ha asumido que en la televisión, periodistas son todos los que se implican en el trabajo informativo. No sólo nosotros, los plumillas.
Por esos días, estaban allí compañeros de profesión que no volvieron nunca. Otros, como el español Miguel Gil (de AP) y el estadounidense Kurt Schork (de Reuters) pudieron contarlo.
No por mucho tiempo. Un año más tarde ambos murieron acribillados en Sierra Leona.Si los cito aquí es porque nos acompañaron en aquel tiempo. Guardiola los conoció bien y siempre ha respetado un principio que dejó escrito Kurt Schork: “El periodista lo es de verdad si coloca su decencia y su humanidad por delante de su reportaje”.
El sello de José Antonio Guardiola está en el programa que dirige desde hace años, en “En Portada”, donde además de dirigir -y por decisión propia- sigue ejerciendo de reportero, uno más, y donde RTVE sigue albergando a un equipo de excelentes periodistas. Para que no olvidemos que ahí, en la radiotelevisión pública española –a pesar de los pesares- sigue habiendo un nicho de buen periodismo que podemos considerar -con certeza- de servicio público.
La defensa de la verdad, de la libertad de expresión, del rigor profesional, están en los fundamentos de este premio Manu Leguineche. Creo que el perfil del premiado se ajusta muy bien a esas bases. Por eso, doy las gracias al jurado por homenajear a través de José Antonio Guardiola a un cierto periodismo alejado del poder, de la rutina informativa, de las alharacas y de la frivolidad.
Podría seguir recorriendo una carrera que también pasó por Chile, donde destapó entresijos de la exhumación de Salvador Allende, o por Argentina, donde hizo una impactante investigación sobre el suicidio-asesinato del fiscal Alberto Nisman.
Finalizaré aquí con esos ejemplos de bien hacer profesional, que Guardiola ha trabajado meticulosamente para descubrir sombras de la realidad.
Pero no puedo dejar esta tribuna sin recordar –aunque sólo sea unos momentos- otro detalle fundamental del largo periplo del premiado, quien –lo siento- ya no es el joven que conocí en el Telediario nocturno (y noctámbulo) que dirigieron Pedro Altares y Eduardo Sotillos en los años 90 del siglo XX.
Entonces, aún había máquinas que expedían cerveza con alcohol en el edificio de TVE-Torrespaña. Cerveza de verdad. Y al cierre muy tardío del informativo, los bocadillos de jamón de la cantina y la cerveza animaban el alma.
Las grandes redacciones apenas empezaban a perder su viejo espíritu de intercambio continuo, sus sonidos característicos: los ruidos de los teletipos y de las máquinas de escribir. En la fantasía de los noveles, y tal como lo describió Tom Wolfe, en aquellos espacios del periodismo a lo grande, aún olía a la humareda del tabaco –váyase con viento fresco- y al whisky escondido en algunos cajones, siempre dispuesto a salir a la superficie para celebrar algo.
Eran tiempos en los que los miembros de la tribu ambulante de corresponsales y enviados especiales, situados una colina más allá, improvisaban fiestas en cualquier habitación de cualquier hotel considerado seguro.
En Argel, José Antonio Guardiola, fue obligado a salir de la cama a medianoche para brindar por su cuarenta cumpleaños con todos los entrometidos colegas que había allí, entre los que me encontraba. Creo que -incluso entonces- fue el único que no bebió más que agua. Una peculiaridad que a los demás siempre nos pareció bastante singular.
El mismo maestro Leguineche, ya retirado en Brihuega, constató de repente ese cambio fundamental de la profesión en el siglo XXI: ‘El periodismo ya no es lo que era; ahora, los periodistas sólo beben agua’, se sorprendió Manu un día cualquiera. El Maestro pensaba que en la turbamulta de enviados especiales a los más diversos conflictos, había siempre buenos bebedores, sí, pero menos inquinas que en las salas de las redacciones llenas –decía- ‘de rencores, de envidias y de haraganes’. Pues más allá de la colina del fondo, hay siempre un fondo mayor de camaradería en la que –según el Jefe- sólo los sobrios quedan desplazados y fuera de lugar’.
En su novela-relato, ‘La Tribu’, el Maestro Leguineche describe un barco nocturno lleno de reporteros y su desembarco en Bata al amanecer, tras el fin del dictador Francisco Macías. Lo describe así: “Marineros chinos, silenciosos y atareados, garantizaron la felizllegada a puerto del barco de los alcohólicos”.
Guardiola ha logrado siempre volver del otro lado de aquella colina o de aquel lejano puerto, tras atravesar esos mundos despiadados, todos esos conflictos -incluso Guinea Ecuatorial-, sin beber otra cosa que A-GU-A.
Creo que eso ilustra bien dos puntos: uno, que fue un adelantado; dos, el hecho cierto de que el periodismo moderno está más necesitado que nunca de sobrios.
José Antonio Guardiola es un buen ejemplo.
Muchas gracias».
Brihuega (Guadalajara, España), viernes 29 de noviembre de 2019.
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