Las jornaleras de Huelva, en el epicentro de la lucha feminista y del activismo del consumo

Esta es la tercera crónica de una serie de tres. En la primera, os contábamos los abusos que documentamos en nuestro viaje. La segunda abordó cómo la situación de las temporeras de la fresa no se entiende sin atender a una dimensión estructural y sistémica. Este último texto pretende reflexionar sobre qué podemos hacer para revertir este modelo agrícola que devasta cuerpos y territorios.

por Nazaret Castro

Lunes, 28 de junio de 2021. Estas crónicas no hubieran sido posibles sin la visita colectiva a Huelva que organizaron las Jornaleras de Huelva en Lucha en alianza con la red de investigación feminista La Laboratoria. Juntas concibieron la Brigada de Observación Feminista, una semilla de organización colectiva de la que me honra formar parte. Viajamos a los campos de la fresa para entender qué está pasando y para dar forma a un tejido entre mujeres, desde un feminismo decididamente antirracista y sindicalista. “Abramos las cancelas” es el grito con el que acompañamos a las jornaleras: porque el cierre de las cancelas de las fincas posibilita todo tipo de abusos, pero también porque son otras cancelas, las de las fronteras, las que sostienen todo el entramado de superexplotación [1] que convierte a unas personas –mujeres, racializadas, pobres, sin papeles– en las más vulnerables, y por tanto, expropiables.

El equipo jurídico de la Brigada ha elaborado un informe que ahora se elevará ante distintas instancias para impulsar un cambio que quiebre la red de complicidades que ha instalado la impunidad en el campo onubense. Sabemos que no hay soluciones simples a problemas complejos: por eso, revertir el modelo del agronegocio en nuestros campos requiere de un abordaje multidimensional que incluya un endurecimiento de las inspecciones de trabajo, políticas públicas para promover un modelo agroecológico y cambios en las leyes migratorias.  Así lo explica Ana Pinto, una de las impulsoras de Jornaleras de Huelva en Lucha: “Si, por ejemplo, nos pusieran a limpiar el monte y los bosques, no sólo seríamos menos dependientes de este modelo de agricultura que nos explota, sino que evitaríamos incendios como el de Amonaster la Real [que devastó en 2020 más de 12.000 hectáreas]”. Pinto hace, también, un llamamiento al movimiento agroecológico: “Que traigan su conocimiento y sus saberes a este territorio, que nos ayuden a fomentar otro modelo de agricultura que respete nuestros recursos naturales y nuestros derechos; y, así, que este sea un foco para que otros agricultores quieran dar el paso hacia la transición agroecológica”.

Escuchar a las que no pueden olvidar

Escribe Sidney W. Mintz en su clásico ensayo Dulzura y poder que, con el primer té que un británico tomó con azúcar traída de las Américas, cambió “lo que es una persona y lo que significa serlo”. La caña de azúcar fue el primero de los monocultivos que convirtieron el continente recién conquistado en una fuente pretendidamente inagotable de materia prima gratis para las metrópolis, despojando a los nativos de sus tierras y sus saberes, al tiempo que se iniciaba el infame comercio de esclavos negros para, entre otras cosas, llenar de brazos los cañaverales. “Al comprender la relación entre producto y persona, volvemos a desvelar nuestra propia historia”, afirma Mintz. Sucede que esa historia es profundamente dolorosa, y no queremos verla. Por eso dice el intelectual portugués Boaventura de Sousa Santos que el mundo se divide en dos tipos de personas: las que no quieren recordar y las que no pueden olvidar [2].

También del azúcar, el primero de los “monarcas agrícolas” que describió Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, dijo el historiador francés Augustin Cochin: “La historia de un grano de azúcar es toda una lección de economía política, de política y también de moral”. Del mismo modo, en la historia de una fresa está grabada a sangre y fuego la desposesión del pueblo andaluz, la colonización del pueblo marroquí, el sometimiento de la agricultura a los engranajes del agronegocio global, la destrucción de los acuíferos y la degradación de las marismas de Doñana, el cierre mezquino de las fronteras europeas y las pateras que llegan a costas gaditanas. Los cuerpos de las mujeres pobres y racializadas del Sur global han sido marcados históricamente, tras siglos de colonialismo, patriarcado y capitalismo, como los más expropiables, y sobre estas condiciones se alza la rentabilidad de la industria fresera.

El feminismo será antirracista y anticlasista o no será emancipador

El movimiento feminista tiene aquí un papel fundamental que cumplir si entiende que, como señala la ecofeminista Maria Mies [3], el feminismo pierde la oportunidad histórica de ser emancipador si no se involucra en las luchas de las mujeres racializadas, rurales, trans y, en general, aquellas que están atravesadas por diferentes opresiones. Es desde los movimientos de base que puede alcanzarse eso que los feminismos negros han llamado interseccionalidad [4]; por eso dice Pastora Filigrana que “el feminismo tiene el reto de organizarse desde la base de esta micropolítica de los lugares cotidianos” [5].

Es lo que tan bien han entendido las Jornaleras de Huelva, porque en los cuerpos de las temporeras se entrelazan con claridad estas opresiones. Ellas saben que, frente a una patronal que intenta dividirlas –las más avezadas frente a las que menos fresa recogen, las autóctonas contra las extranjeras–, su lucha es la misma y deben darla juntas. Porque si las migrantes no tienen derechos, las andaluzas se tornan más precarias. Con la lucidez de quien construye desde abajo, Ana Pinto sabe que la lucha de las jornaleras de la fresa es, también, la lucha de las trabajadoras sexuales, de los manteros, de las ‘kellys’. Por eso han creado juntas la SOA (Sindical Obrera Andaluza), un sindicato transversal y asambleario que es, también, un antídoto contra el fascismo. Quienes cargamos con algunas opresiones, pero también con muchos más privilegios que estas mujeres, debemos entender que son sus historias de explotación y resistencia las que nos ofrecerán las claves no sólo para entender el mundo en el que vivimos, sino también para transformarlo.

Reivindicar nuestro derecho como consumidoras a comer fresas que no son fruto de la superexplotación de nadie, y que no devastan los ecosistemas, puede ser un gesto mucho más revolucionario de lo que podamos pensar, si logramos articular alianzas transversales entre los feminismos, ecologismos y un incipiente “movimiento de liberación de los consumidores” –parafraseando a Maria Mies– que tiende puentes entre las consumidoras del Norte global y las productoras del Sur global. Es nuestra responsabilidad, como consumidoras y como ciudadanas, acompañar la lucha de las Jornaleras.

Comencemos por escuchar lo que tienen para decir. Las jornaleras de Huelva insisten en que el boicot no les ayuda, antes bien, las condena a mayor desempleo. Se trata, entonces, de pensar juntas acciones colectivas que parten de la escucha a las temporeras y traman complicidades con ellas, desde la convicción de que tienen mucho que enseñarnos. Se trata de colocar la modificación de la ley de extranjería en el centro mismo de de las reivindicaciones del feminismo; entre otras cosas, porque las mujeres migrantes están desempeñando los trabajos más esenciales para el sostenimiento de la vida, como son la producción de alimentos y las labores de cuidado. Se trata de escuchar sus reclamos y acudir a las calles cuando ellas hagan un llamamiento. Sólo así haremos nuestra su lucha: en la piel y no sólo en el discurso.

*Imágenes: Quepo

[1] Autoras como Maria Mies utilizan el término “superexplotación” –otras veces se habla de “sobreexplotación”– para referirse a la situación que viven quienes, como es el caso de las mujeres racializadas, sufren no sólo la opresión de clase –la que Karl Marx teorizó con el término “explotación”– sino opresiones de raza y género que históricamente han permitido la expropiación del valor de su trabajo no remunerado.
[2] En el documental Las llaves de la memoria, dirigido por Jesús Arnesto y coproducido por Almutafilm y Aljazeera Documentaries, 2016.
[3] Maria Mies, Patriarcado y acumulación a escala mundial, Madrid, Traficantes de Sueños, 2019 [1999].
[4] Según el enfoque interseccional, el género, la racialidad, la clase o la orientación sexual son categorías sociales, no biológicas, que afectan de forma interrelacionada en el acceso de las personas a derechos y oportunidades.
[5] Pastora Filigrana, op. cit.

NAZARET CASTRO es periodista, doctora en Ciencias Sociales y Magister en Economía Social. Ha vivido doce años en América Latina, entre Brasil y Argentina; hoy reside en Cádiz. Es autora del ensayo La dictadura de los supermercados y coautora de Carro de Combate. Consumir es un acto político y Los monocultivos que conquistaron el mundo. Ha colaborado con medios como Le Monde Diplomatique, La Marea y Público y realizó junto a Fronterad una extensa investigación sobre el comportamiento de las multinacionales españolas en América Latina.

Sea el primero en desahogarse, comentando

Deje una respuesta

Tu dirección de correo no será publicada.


*


Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.