Asistimos ahora a un aumento de incidencia de la COVID-19 que se está calificando ya como la segunda ola. Aún no hay una vacuna o un tratamiento efectivo y las medidas de confinamiento suponen una ruptura casi inasumible con la vida normal. La detección temprana de contagios podría ser la única medida sostenible a corto plazo, pero requiere tiempo y personal. ¿Pueden ayudarnos las aplicaciones de alerta de contactos en este escenario? Quizá sí. Pero es necesario que todos los agentes implicados en su diseño, despliegue y uso las entiendan, las vean como aliadas y las usen adecuadamente.
Rastreo manual de contactos
El rastreo de contactos es una herramienta en la lucha contra una epidemia. Con ella se intenta localizar a quienes han estado próximos a un infectado para determinar si están contagiados y tomar las medidas necesarias para su recuperación y evitar nuevas transmisiones. En el caso de la COVID-19, pasan entre dos y tres días entre ser contagiado y pasar a ser infeccioso. Por tanto, la rapidez es esencial.
Los rastreadores entrevistan a los diagnosticados positivos para localizar a posibles infectados. Los entrevistados deben recordar dónde y con quién estuvieron en los días previos al diagnóstico y este proceso requiere tiempo. Si añadimos la escasez de rastreadores cualificados, parece difícil actuar eficientemente ante rebrotes.
Además, nuestra memoria no es siempre lo bastante precisa como para recordar qué hemos hecho. Y es difícil averiguar quién fue el compañero anónimo de un traslado en tren o metro o el ocupante de la mesa de al lado en un restaurante. Por ello algunas autoridades sanitarias han pedido que los ciudadanos anoten sus actividades.
Apps de alertas de contactos: reforzando eslabones de una cadena
Aunque quizás exista una opción mejor. Las apps de alertas de contactos (también llamadas de rastreo de contactos) se instalan en móviles. Detectan si hay otro móvil suficientemente próximo durante un tiempo suficiente como para que pudiese haber contagio entre los portadores en caso de que uno estuviese infectado. En ese caso, cada app registra un identificador anónimo del otro móvil.
Si un portador de un móvil es diagnosticado con COVID-19, tras declararlo a la app, quienes hayan estado próximos recientemente reciben una alerta. A partir del aviso, los usuarios deberían entrar en contacto con las autoridades sanitarias.
Como explicaba hace días en este hilo, estas apps nunca sustituyen al rastreador manual, sino que refuerzan partes débiles del proceso, como no recordar o no saber dónde o con quién se ha estado en los últimos días. Avisan además rápidamente en caso de sospecha de un posible contagio. Su papel activo empieza y acaba con una acción sanitaria y deben estar imbricadas en los protocolos de rastreo sanitarios.
La app española (RadarCOVID) está siendo implantada y activándose en varias Comunidades Autónomas.
Potenciar las apps: adopción y constancia en el uso
¿Pero realmente serán estas apps útiles? Nunca se habían probado en condiciones como las actuales, así que es temprano para saberlo. Evaluarlas precipitadamente puede llevar a conclusiones erróneas. Pero en los momentos críticos que se aproximan no se debe desechar (ni sobreestimar) ninguna ayuda. Y, de ser exitosas, serían útiles en posibles futuras pandemias.
La detección se produce solo entre quienes tienen la app instalada, por lo que su adopción es esencial. Un dato bastante citado, proveniente de un estudio de Oxford, es que se necesita un 60% de adopción. Esta es una estimación de la adopción necesaria para poder detener la epidemia usando solo la app. Pero las apps no funcionan como un todo o nada y tasas menores de adopción también serían útiles.
Es imprescindible también usar la app integralmente: desde su instalación y activación hasta la declaración de un diagnóstico positivo o el contacto con los servicios de Sanidad en caso de ser notificado. No seguir esta cadena hace a la app inútil, y debería haber una campaña decidida de concienciación.
La adopción debería tener lugar también sin reservas en el lado de la administración y servicios de Sanidad. Los ciudadanos tenemos que percibir que las apps son útiles o no habrá incentivo para usarlas.
Privacidad y confianza ciudadana
El derecho a la privacidad y a la protección de nuestros datos está recogido en muchas legislaciones. Hechos recientes muestran cómo se puede manipular a la sociedad usando datos de sus ciudadanos. Una app sin consideraciones de privacidad podría recolectar datos personales y de interacciones sociales de forma masiva y ya se han retirado apps que no seguían estándares adecuados de protección de datos.
Cualquier recogida, almacenamiento y uso de datos debe documentarse con la máxima transparencia. Cualquier otro enfoque causaría desde, como mínimo, reticencia hasta peligros para la sociedad.
Podríamos confiar en la administración actual, a pesar de casos recientes de traición de esta confianza en sociedades avanzadas. Pero no sabemos qué harán gobiernos futuros o corporaciones privadas con los datos de rastreo. Y siempre existe la posibilidad de accesos ilegítimos.
El uso de apps que ofrecen privacidad por diseño, en contraposición a privacidad por confianza, debe reforzar su aceptación. Además disminuye la carga de responsabilidad de la administración dado que no se pueden revelar datos privados porque directamente no se recogen. Adicionalmente, el liberar el código de la app para permitir revisiones abiertas por expertos, como han hecho otros países, aumentaría las evidencias de su seguridad.
Retos pendientes
España no está entre los primeros países en el lanzamiento de una app. Con las pérdidas que esto acarrea, también permite aprender de los errores y aciertos de las iniciativas de su entorno. Debería aprovecharlos para sacar el máximo partido a la tecnología disponible sin descuidar el resto de las medidas de erradicación.
La adopción es esencial y escuchar las críticas con espíritu constructivo redundará en una mayor calidad, aceptación y utilidad de la misma. Un punto a tratar en un futuro inmediato es la interoperabilidad con las apps de otros países cuando esto sea técnicamente posible. Un detalle que favorecería avanzar con más seguridad hacia una nueva normalidad aceptable.
Por último, se nos presenta ahora una oportunidad de aprender y avanzar en tecnologías que permitan involucrar a los ciudadanos hacia objetivos comunes respetando su privacidad. Sin dejar de luchar contra la COVID-19, no se debería desaprovechar esta ocasión.
Manuel Carro Liñares, Profesor de la Escuela Técnica de Ingenieros Informáticos de la Universidad Politécnica de Madrid. Director del Instituto Madrileño de Estudios Avanzados en Software de la Comunidad de Madrid., Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
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