Nacido entre los años setenta y ochenta de la mano de una juventud proveniente de los barrios obreros de ciudades industriales del Reino Unido, el heavy metal se expandió por el mundo y dio lugar a multitud de subgéneros musicales que tenían una cosa en común: el orgullo subversivo de ser outsider. Tras más de cuarenta años de existencia, la metalera es la tribu urbana más longeva que existe. Al final del artículo puede disfrutarse una lista de reproducción con una selección de los hitos del género.
Las normas son la expresión de un consenso social sobre lo admitido y lo prohibido, y se presentan de dos formas: una jurídica, en las conductas tipificadas como delitos en los códigos penales; y otra social, un conjunto de conductas admitidas como “normales” mediante el consenso no escrito de los integrantes de una sociedad. El outsider (traducido del inglés como ‘rebelde’ o ‘inadaptado’) es quien rompe con la norma. Y si hay una comunidad y un género musical que puede calificarse como outsider, ese es el heavy metal.
A lo largo del siglo XX algunos colectivos asociados a una determinada manifestación musical han sufrido el desprecio social. Es el caso de géneros como el jazz o el blues, que sufrieron discriminación por motivos políticos y raciales, pues sus primeros integrantes provenían de la población afrodescendiente de EE. UU. Sin embargo, bajo la lógica del capitalismo discográfico, la norma social consiguió más adelante adueñarse y blanquear ambos géneros poniendo al frente a artistas blancos.
El heavy metal, musicalmente descendiente de estos géneros, posiblemente sea hoy la tribu urbana más longeva, con el hándicap de no haber logrado eliminar el contenido peyorativo de su etiqueta outsider. Nacido en los setenta de los barrios obreros de ciudades industriales como Birmingham (Reino Unido), sedujo a miles de jóvenes occidentales durante décadas, que formaron numerosas bandas y diversificaron su sonido en infinidad de subgéneros. Llegó también a España en plena transición a la democracia, sirviendo como válvula de escape para una generación de jóvenes que desde los barrios obreros tomaron la libertad en clave hedonista a la par que reivindicativa.
Además de evoluciones artísticas, el heavy metal ha sufrido numerosos reveses, desde los embates del mercado discográfico en los ochenta, cuando intentaron comprarlo, hasta numerosas crónicas anunciando su muerte generacional. Pero ¿cómo es posible que se mantenga fiel un público que, al margen de los cánones de la industria discográfica, sostiene que todavía hoy se pueda ver en directo a bandas tan longevas como Iron Maiden, Barón Rojo o Metallica?
La revolución industrial del heavy metal
Antes del nacimiento del heavy metal, el término existía bajo unas connotaciones peyorativas. Desde la prensa más influyente, a finales de los sesenta, se manejó el término para referirse a bandas que tenían un sonido pesado y que, según las crónicas más desubicadas, tocaban con escaso talento musical. Bandas de hard rock como los británicos Led Zeppelin y Deep Purple, o los psicodélicos estadounidenses Blue Cheer, fueron catalogados como tal, llegando todos ellos a rechazar dicha denominación.
El heavy metal hace su primera aparición en escena en la década de los setenta de la mano inconfundible de Black Sabbath, una banda fundada en los barrios obreros de la industrializada ciudad británica de Birmingham. Paradójicamente, el sonido metal del grupo se logró debido a un accidente que sufrió el guitarrista de la banda, Tony Iommi, en 1968. Cuando estaba en su puesto de trabajo en una fábrica metalúrgica, Iommi perdió parte de los dedos de su mano derecha —la que se usa para pisar las cuerdas de ese instrumento—, y el grupo se vio obligado a bajar la afinación para comodidad del guitarrista, consiguiendo así un sonido más pesado del que en un principio pretendían conseguir, ya que Iommi buscaba tocar blues.
Con Black Sabbath surge la comunidad metalera, nacida de una juventud principalmente masculina, blanca y obrera de un Reino Unido sumido en una fuerte desaceleración económica. Esa juventud encontró en el heavy metal una salida a la sucesión de eventos traumáticos que desde la Segunda Guerra Mundial no dejaban de generar precariedad y vulnerabilidad social entre las clases más desfavorecidas. Las propias letras de Black Sabbath, oscuras y pesimistas, reflejaban la desafección de una generación carente de identidad y desconectada de un sistema que no les ofrecía nada: los metaleros asumirán la etiqueta de outsider desde el principio.
El género musical se consolida ya a mediados de los setenta y la comunidad metalera, que crece rápidamente, genera nuevas bandas que realzarían y otorgarían credibilidad al heavy metal. De los mismos barrios obreros que Black Sabbath nació la llamada “nueva ola de heavy metal británico” (conocida por las siglas en inglés NWOBHM). Bandas como Judas Priest, Saxon o Diamond Head dieron forma a esta nueva ola metalera, cuyas letras oscilaban entre la exaltación del orgullo rebelde y temáticas como la ciencia ficción y la fantasía, sirviendo como evasión de una realidad adversa. La banda más representativa fue indudablemente Judas Priest, que no solo evolucionaron hacia un sonido más pesado y rápido; también dieron a la comunidad metalera una forma identitaria y estéticamente ruda de vestir a través del estilo de su cantante, Rob Halford. Un estilo marcado por las chupas de cuero, pantalones ajustados y tachuelas plateadas.
Estas vestimentas provenían del mundo sadomasoquista homosexual, aunque Rob Halford siempre dijo que dicha estética no la tomó por afinidad al sado, sino por casualidad. Esta influencia es significativa y paradójica en tanto que el heavy metal nace como un género dominado por hombres y que resalta, en cierto modo, la masculinidad. En este sentido, solo una banda de la NWOBHM íntegramente femenina logró tener cierto éxito en los ochenta: las Girlschool. A pesar de todo, cuando Halford hizo pública su homosexualidad en 1998 no supuso un gran problema o una polémica significativa para la comunidad metalera.
Del mismo contexto sociopolítico británico de los setenta surgen otras expresiones musicales en el ámbito underground, como el punk. Grupos como Sex Pistols o The Clash, nacen también de entre los mismos jóvenes de clase obrera. Durante un tiempo, el punk conectó generacionalmente mejor que el metal por su mayor sencillez musical y por tener un mensaje más directo que dejaba claro su carácter antisistema. Esto hizo evolucionar al heavy, ya que al recibir influencias del punk los grupos volvieron a conectar con su público, y tras el estallido de la NWOBHM, el heavy metal y su identidad outsider conseguirá expandirse por todo el mundo occidental evolucionando musical y socioculturalmente.
La contracultura de la Transición española
A pesar de haber nacido en los barrios obreros como respuesta a los efectos de las políticas neoliberales, es cierto que el heavy metal nunca fue un movimiento especialmente politizado. En los inicios del género en Reino Unido los grupos expresaban su descontento con letras principalmente abstractas, aunque se puede apreciar cierto carácter político y antisistema en grupos como los marcadamente antifascistas Napalm Death, o en letras como la canción War pigs de Black Sabbath, que habla frontalmente contra la guerra de Vietnam.
En una época en la que el heavy metal se extendía por todo el mundo occidental, este llegó a España bajo la influencia de la NWOBHM, y destacó entre una comunidad similar a la que había hecho surgir el género: la juventud de los barrios obreros. Además, estos estaban influidos por un contexto económico y sociocultural muy similar al del género en Reino Unido. Sin embargo, en España el metal adoptaría un carácter mucho más reivindicativo que en el caso británico.
El heavy metal español surge a finales de los años setenta, pero no se consolida hasta principios de los ochenta con bandas como Barón Rojo, Muro, Banzai, Obús o Ángeles del Infierno. Nace en un contexto social de transición marcado por el fin de la larga dictadura de Franco y la llegada de mayor aperturismo político y social a España. La llamada “movida madrileña” —un movimiento hedonista, influido por la música disco y rock, y comandado por artistas como Alaska, Mecano o Radio Futura— se convirtió en la expresión del deseo de libertad por parte de una juventud que hasta hacía pocos años estaba limitada por la dictadura. Casi al mismo tiempo, y principalmente provenientes de los barrios obreros de las grandes ciudades, nace el heavy metal español, que compartirá el espíritu hedonista y festivo de la movida madrileña, pero adquirirá un carácter más reivindicativo y combativo que esta.
Durante la Transición española, además del heavy metal, prolifera el punk rock, una escena contracultural comandada por bandas como Cicatriz, La polla records, Kortatu o Eskorbuto. Se trataba de grupos del llamado rock radical vasco, que escriben letras marcadamente reivindicativas y politizadas atendiendo con mayor fuerza al descontento y la combatividad social que sus homólogos punks británicos. Esto influyó enormemente en las letras y estilo del hard rock y el heavy metal español. De hecho, todavía hoy es habitual que en los mismos festivales actúen tanto grupos punks como metaleros. Mientras muchas canciones trataban de crear comunidad y orgullo metalero —de lo cual se puede inferir también cierta rebeldía y reivindicación de clase—, como Telón de Acero de Muro, otras muchas reivindicaron explícitamente temas como el ecologismo o el antifranquismo, con canciones como Pesadilla nuclear de Obús, o muchas otras de grupos como los hardrockeros Asfalto.
El mercado discográfico ataca, el metal resiste
Tras su internacionalización y evolución, el heavy metal vivió durante la década de los ochenta sus años más dulces. A pesar de ello, durante esos años peligró el carácter comunitario, rebelde y outsider que le caracterizó desde su nacimiento. Andrew O’Neill, reconocido humorista y metalero británico, apunta en su libro La historia del heavy metal que “algo espantoso sucedió en Los Ángeles” refiriéndose a los primeros años de los ochenta y al nacimiento del subgénero glam metal. El glam metal se inspira en la colorida y extravagante estética del glam rock británico de los setenta —representado por artistas como David Bowie o Marc Bolan—, mezclándo con cierta rudeza musical de la NWOBHM.
Durante los ochenta, en los países anglosajones en los que nació el heavy metal, se forjó una alianza conservadora y neoliberal entre la primera ministra de Reino Unido Margaret Thatcher y el presidente de EE. UU. Ronald Reagan, que instaló una lógica sociocultural basada en los excesos, el consumismo de libre mercado y la obsesión por el éxito. Es bajo este prisma ideológico que nació el glam metal, un subgénero del metal que rompía con toda la lógica previamente construida por la comunidad metalera, puesto que, por encima de la calidad musical y la comunidad primaba el beneficio económico y los aspectos estéticos de las bandas.
La cuna del glam metal fue Sunset Strip, una amplia calle de Los Ángeles en la que el voraz mercado discográfico hegemónico puso el foco durante toda la década, moldeando a infinidad de bandas como Mötley Crüe, Poison o Warrant, poniéndolas de moda mediante un sonido y estética más digeribles para el consumo de masas. El grupo más representativo fue Mötley Crüe, en cuya canción Girls, girls, girls puede apreciarse la lógica consumista y machista instalada en el género glam durante los ochenta.
La mercantilización y masificación del glam metal pudo acabar con el movimiento heavy metal en tanto que lo convirtió en un producto de masas con fecha de caducidad. Sin embargo, lo único que pereció fue el propio glam pues, sumidos en una burbuja mercantilista, descuidaron los aspectos esenciales que hicieron del heavy metal un género nacido para pervivir: comunidad, identidad y creatividad musical. Desde entonces, “vendido” quizá sea el peor adjetivo que le pueden lanzar a un grupo de metal. El ecosistema metalero sobrevivió gracias a la evolución en nuevos subgéneros. En paralelo al glam y en la misma California nace el thrash metal de las guitarras de los grupos Exodus, Metallica o Megadeth en la Bahía de San Francisco y, desde Los Ángeles, la banda Slayer.
El thrash, retomando la estética tradicionalmente ruda del heavy metal, inyecta agresividad y velocidad al sonido de la NWOBHM, en tanto que moldea el género con influencias desde el hardcore punk, un género definido por su velocidad y carácter antisistema. Nace muy posiblemente como reacción al deterioro que supuso el glam para el ecosistema heavy metal, retomando así la filosofía del orgullo identitario y rebelde, lo que se palpa tanto en la estética como en el sonido. Además, en un contexto de Guerra Fría donde uno de los miedos principales era una guerra nuclear entre la URSS y EE. UU., las letras de los grupos de thrash metal se centraron principalmente en la guerra y el terror nuclear, mostrando un mensaje morboso y provocador, a la par que apocalíptico y pesimista.
Esto llamó la atención de numerosos jóvenes rebeldes de clase media, que se adhirieron al género engrosando la comunidad y diversificando el heavy metal en numerosos subgéneros. Los más representativos son el death metal, con un sonido más pesado que el thrash, una potente voz gutural y letras todavía más provocativas; y el black metal, que se generaliza al llegar a Noruega con grupos como Mayhem o Darkthrone, y se caracteriza por emplear voces guturales chirriantes dentro de una atmósfera oscura y letras provocativas de inspiración satánica.
El orgullo outsider se extiende
Aunque generalmente ha mantenido un carácter progresista y anticapitalista, el metal nunca estuvo especialmente politizado ni ha mantenido una orientación política claramente definida. Es por ello que dentro del género, aunque minoritarias, también han existido voces conservadoras. En el subgénero black metal, principalmente noruego, es donde mayor presencia de la ultraderecha encontramos hoy, existiendo incluso la categoría NSBM (que corresponde a las siglas black metal nazi), de cuya etiqueta rehúyen los grupos que son acusados de ello.
La escena black metal noruega se popularizó en 1992, cuando el ultraderechista Varg Vikernes —integrante de Mayhem y fundador del grupo Burzum— quemó una decena de iglesias cristianas en Noruega acompañado de otros blackmetaleros, argumentando que se edificaron sobre templos vikingos. Estos hechos han servido para estigmatizar a un colectivo por acciones que están al margen de la música. Aprovechando este estigma de violencia y marginalidad, grupos supremacistas blancos y de ultraderecha han conseguido cierta relevancia dentro del género para difundir su mensaje. Sin embargo, desde dentro del metal hay iniciativas que combaten a la ultraderecha metalera, como el festival neoyorquino Black Flags, creado por la metalera y columnista antifascista Kim Kelly.
A pesar de portar con orgullo la etiqueta outsider, el heavy metal, en tanto que producto de una sociedad patriarcal y machista, también ha tomado aspectos en los que no ha roto con la norma. La inclusión de la mujer en el heavy metal siempre ha sido una asignatura pendiente: a pesar de que siempre ha existido presencia femenina, esta ha sido tomada como anécdota, sexualizada o invisibilizada por algunas revistas metaleras.
Sin embargo, el avance de la presencia femenina en el metal es un hecho, aunque todavía la escena está ampliamente copada por hombres. Después de que Angela Gossow se pusiese al frente de una banda sueca de death metal, Arch Enemy, a principios de los 2000, la inclusión de la mujer en el género se ha ido normalizando. Gracias a la democratización de internet, este es el momento en que más bandas nacen cada día, y muchas de ellas lo hacen con presencia femenina.
Históricamente, el heavy metal ha tenido una fuerte acogida en Europa y los países occidentales de habla inglesa como EE. UU., Canadá o Australia. También en Latinoamérica, donde, al igual que en España, la escena metalera tomó un cariz más reivindicativo que en los países angloparlantes. Bandas como los brasileños thrashmetaleros Sepultura, los colombianos deathmetaleros Masacre o los argentinos A.N.I.M.A.L. (cuyo acrónimo significa “acosados nuestros indios murieron al luchar”) escribieron letras marcadas por el ecologismo, la preocupación por la violencia en Latinoamérica y la defensa anticolonial de los pueblos originarios del continente americano. Además, en las últimas décadas el género ha roto sus fronteras habituales y han surgido bandas en países con poca tradición metalera como Myrath desde Túnez, Acrassicauda desde Irak, o la nutrida escena de metal en India.
A pesar de la expansión musical y geográfica, y la mayor inclusión femenina, ya desde los años setenta ha habido voces que han dado por muerto al heavy metal. Sin embargo, este género ha conseguido sobrevivir evolucionando en numerosos subgéneros. La tribu urbana más longeva no tiene la certeza de cuánto tiempo durará, puesto que hoy los jóvenes conectan mejor con estilos como el trap y las bandas de referencia no podrán seguir tocando a perpetuidad. Pero hay un factor que sigue indemne al paso del tiempo: quienes se adhieren a la comunidad metalera suelen adquirir orgullosamente la condición de outsider. Quizá sea por un ejercicio de rebeldía individual, pero el valor identitario y comunitario sigue manteniéndose inalienable. No en vano, según Spotify, los oyentes más fieles del mundo son los metaleros.
Javier Blanco (Extremadura, 1992). Criminólogo por la USAL. Especializado en terrorismo salafista yihadista por la UPO. Estudio en la UGR el Máster en Culturas Árabe y Hebrea. Interesado en terrorismo y geopolítica del mundo islámico.
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