Jueves, 22 de julio de 2021. Los elevados niveles de desigualdad, en términos de renta, esperanza de vida o educación, son un importante lastre en el proceso de desarrollo de las economías, e inciden negativamente en el bienestar global de la sociedad.
La evidencia previa confirma que una consecuencia de las crisis es, precisamente, el aumento de la desigualdad. Por ello, cabe preguntarse cómo puede estar afectando a la desigualdad la crisis provocada por la expansión global del SARS-CoV-2.
Entre los múltiples trabajos que analizan los efectos de la pandemia, cobran relevancia los que estudian la incidencia que tiene y tendrá la covid-19 sobre la desigualdad en el mundo.
Así, recientes publicaciones de Naciones Unidas (PNUD), el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) alertan del aumento de la pobreza y la desigualdad, sobre todo en las economías emergentes y en los países en vías de desarrollo.
Desigualdad en el impacto
En el corto plazo, cualquier crisis afecta en mayor medida a los hogares más vulnerables a la vez que, en el medio y largo plazo, su recuperación suele ser más lenta. Dado el carácter asimétrico de esta crisis, es lógico pensar que también la carga económica será dispar entre los distintos colectivos sociales.
El necesario recurso al teletrabajo se ha mostrado más limitado en actividades como la restauración, el transporte o el comercio (mayorista y minorista), donde predomina el empleo de personas con baja cualificación y bajos niveles de renta. Por tanto, el consiguiente mayor riesgo a perder el puesto de trabajo habría deteriorado las condiciones de los hogares con menores ingresos.
Además, e independientemente de la actividad en la que estén ocupados, quienes perciben bajos salarios tienen más riesgo de perder su puesto de trabajo que quienes tienen salarios más elevados.
Partiendo de la base de una caída generalizada de los ingresos en 2020, parece evidenciarse un efecto desigual por niveles de renta, que vuelve a penalizar a las personas con menores ingresos y acrecienta tanto la desigualdad entre países como la interna.
La experiencia de crisis anteriores confirman la hipótesis de que su incidencia es mayor en los hogares con menores ingresos (y la recuperación es más lenta).
Además, el hecho de que estos hogares afronten las crisis mediante estrategias que merman su capital físico y humano (menor consumo de alimentos, venta de activos…) provoca que la desigualdad también quede reflejada en la diferente capacidad para atravesar dificultades según el estrato social.
Por otra parte, el aumento del desempleo de larga duración provoca la obsolescencia y depreciación como fuerza de trabajo de estos trabajadores, normalmente poco cualificados, lo que dificulta su reincorporación al mercado laboral.
Educación, pandemia, desigualdad
La interrupción del desempeño normal de las actividades escolares provocará pérdidas importantes en el aprendizaje, particularmente en los niños de familias vulnerables, que se intensificarán en el medio y largo plazo.
Según estimaciones de la Unesco (2020), alrededor de 1 600 millones de alumnos en el mundo se han visto afectados por los cierres, totales o parciales, de centros educativos (actualmente son más de 900 millones).
Las menores oportunidades de aprendizaje afectan particularmente a aquellos estudiantes cuyas familias tienen menos recursos y menos posibilidad de ofrecerles una educación complementaria.
Dada la relación entre menor tiempo de escolarización y menores ingresos a lo largo de la vida, es posible que, si no se toman medidas, estas disrupciones educativas tengan consecuencias duraderas, tanto económicas como sociales, para estos niños y adolescentes.
¿Qué hacer ante este panorama?
Las pérdidas de ingresos por el cese de actividades, el incremento del desempleo, las limitadas oportunidades de teletrabajo, las disrupciones escolares y las inadecuadas redes de seguridad son algunos de los factores que explican el deterioro en las ratios de desigualdad y en los indicadores de pobreza a nivel mundial. Todo esto podría revertir los avances logrados por las economías menos avanzadas desde la crisis de la Gran Recesión.
A tenor de experiencias pasadas, aunque la respuesta a este proceso puede ser sencilla, su puesta en práctica no lo es tanto. Así, compatibilizar la reconstrucción de las economías con medidas de inclusión y equidad se convierte en un reto crucial.
Estos son algunos de los ejes que deberían ser prioritarios en los planes de recuperación, fundamentalmente en los países menos avanzados:
- Reforzar la inversión en salud y educación.
- Promover medidas de reinserción en el mercado laboral.
- Mejorar el acceso a los servicios financieros y a las tecnologías digitales.
- Invertir, más y mejor, en redes de protección social.
Todo ello sin dejar de lado la aplicación de medidas que restañen las heridas provocadas por la crisis en el tejido productivo de muchos países y eviten, en la medida de lo posible, que queden huellas permanentes en sus economías.
Para concluir
Tras afrontar la crisis sanitaria más importante de la historia moderna, y a pesar de no haberla superado plenamente, el mundo se enfrenta ahora al reto de recuperar el pulso económico previo a la pandemia. Para afrontarlo se deberán tener en cuenta, más que nunca, los persistentes problemas de desigualdad y pobreza que se han visto agudizados por la pandemia.
Si se quiere fortalecer la economía global es preciso tomar medidas audaces, que refuercen dos de los pilares básicos del bienestar, actual y futuro, de cualquier sociedad: la salud y la educación.
Igualmente, se debe incidir de manera decidida en superar los problemas de inserción laboral de los colectivos vulnerables, así como en reducir la brecha digital, particularmente importante en los países menos avanzados.
Todo ello sin descuidar la necesaria recuperación del tejido productivo dañado, en algunos casos de manera irreparable.
José Carlos Sánchez de la Vega es Profesor de Economía Aplicada. Universidad de Murcia, Universidad de Murcia
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