‘La “nube” no existe, es una mina’, por Eduardo Madroñal

por Eduardo Madroñal

Miércoles, 24 de julio de 2024. La “nube” no existe. Sentimos causarles tal decepción. Es una palabra que usan para escondernos algo muy terrestre. La llamada “nube” -con la que nos confunden incluso ahora que ha explotado, y que nos ofrecen para almacenar nuestros datos- no está en el cielo, está en tierra, tan en la tierra que puede explotar como una mina. La palabra “nube” -copiada de la inglesa cloud- esconde que en inglés el verbo to cloud significa usar algo para esconder la realidad, para nublar la conciencia. Es decir, la “nube” es una máscara, y bien cara que es.

La “nube” son inmensos centros de datos que ocupan enormes espacios terrestres, que necesitan un elevadísimo suministro eléctrico y también ingentes cantidades de agua para refrigerarlos. La inversión que necesitan es una mina. La información que almacenan es una mina. Incluso la “nube” puede enterrarse. Existe un proyecto para utilizar las viejas minas en desuso como “nubes” subterráneas. Por lo que se ve, la “nube” -ahora que ha explotado- en realidad es una mina en varios peligrosos sentidos.

El dominio monopolista de la “nube”

La concentración de datos en la “nube” está dominada por tres empresas estadounidenses: Microsoft, Amazon y Google. Por eso, cualquier error tiene un impacto global. En este caso, el fallo -provocado por la empresa “líder mundial de ciberseguridad” CrowdStrike (GolpeMasivo o Golpe-a-la-Multitud) en la “nube” Azure de Microsoft- ha afectado a millones de usuarios en todo el mundo, incluidos bancos, aerolíneas, hospitales y hoteles. Para mayor escarnio la empresa de seguridad no repara el error directamente, sino que cada afectado tiene que arreglarlo.

Cuando nos referimos al caos técnico global en realidad ha sido al mundo dependiente del oligopolio estadounidense, desde Europa hasta Australia. Sin embargo, China no se ha visto afectada, debido a su independencia tecnológica y a su desarrollo autosuficiente.

Se ha demostrado una vez más que la dependencia excesiva de los productos tecnológicos de un país entraña riesgos potenciales, como embargos tecnológicos, violaciones de seguridad e interrupciones de la cadena de suministro. Se ha hecho más evidente aún la necesidad de reducir la dependencia europea de la tecnología estadounidense. Si una mera actualización de un programa de seguridad puede paralizar las redes de varios países, ¿qué podría pasar si las principales empresas tecnológicas estadounidenses deciden atacar a un país para sabotearlo?

A nivel mundial, reducir la dependencia de las empresas oligopólicas estadounidenses en el sector tecnológico es crucial, y esto solamente se logra a través de la inversión y el desarrollo de las industrias nacionales -por ejemplo, en Europa- como China nos demuestra.

Y la “nube” aterrizó en España

España se está convirtiendo en el aeropuerto preferido para el aterrizaje de la “nube” de las grandes empresas tecnológicas estadounidenses. Ya lo han hecho Google, Meta, Oracle e IBM. Ahora aparecen Microsoft y Amazon, para construir “nube” que ya incluya bases para la inteligencia artificial. Sus inversiones prometen generar empleo y situar al país en la vanguardia del sector. El problema es el consumo de energía y de agua que necesitan.

Se calcula que el número de centros de datos en España ya está en torno al centenar. España está considerada por los estrategas del Pentágono como un portaaviones anclado en el vientre sur de Europa. ¿Va a ser también un territorio desértico de industria nacional para anclar la “nube” tecnológica de Silicon Valley?

En los terrenos en los que nacen los centros de datos -la falsa “nube”- ya no crecen otras empresas ni polígonos realmente industriales.

¿Por qué no enterramos la “nube” en las minas?

En lugar de elevar centros de datos -que todavía como la “nube” no existen- mejor sería bajarlos a las minas que persisten. La idea consiste en convertir las antiguas explotaciones mineras, aprovechando las galerías con espacio, instalación y suministro eléctrico, y agua subterránea suficiente para la imprescindible refrigeración.

Porque los centros de datos -inmensas naves repletas de ordenadores- necesitan mucha electricidad, absorben mucha energía y generan tanto calor que necesitan una continua refrigeración hídrica para mantenerse operativos. Consumen como si fueran un país.

Eduardo Madroñal Pedraza, colaborador de La Mar de Onuba, nació el año 1951 en Madrid, el año 1951, de raíces andaluzas paternas y castellanas maternas. Fue velocista y jugador de balonmano. De una clase social, eligió otra práctica social. Fue, por el  artículo 191 del Código Civil franquista, «padre soltero» de una hija de madre desconocida. Estudió Psicología. Trabajó 7 meses como repartidor de codornices y 7 años como administrativo en Uralita. Acabó Psicología; fue profesor de inglés (6 años en colegio privado y 4 años en instituto por oposición. Con la LOGSE se cambió a orientador educativo. Anomalías se titula su tercer libro de poemas. Colabora en diversas publicaciones (De Verdad, Chispas…) en formato digital e impreso. Es militante de Unificación Comunista de España, miembro de Recortes Cero, e integrante de la Mesa Estatal por el Blindaje de las Pensiones. Profesor aprendiz, psicólogo inapropiado, orientador peregrino, demócrata distinto, patriota inusual, comunista extraño, padre inesperado, abuelo chocante, amante inhabitual, y alguna anomalía más

Sea el primero en desahogarse, comentando

Deje una respuesta

Tu dirección de correo no será publicada.


*


Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.