En la atención sanitaria, no se puede entender la humanización de la salud sin aludir al concepto de cuidado. Albert Jovell fue un médico y paciente oncológico que lo supo expresar de manera contundente:
“Yo ya acepto que no me van a curar, pero me costaría aceptar que no me van a cuidar”.
Ha costado mucho trabajo cambiar la cultura médica e ir incorporando el concepto de cuidado. Si se revisa la historia, la labor del médico siempre ha sido la de curar. En el pasado, el médico que se encontraba frente a un paciente cuya enfermedad no era tratable, se lo comunicaba a él o a su familia, y le dejaba: su labor ya había terminado.
Muchos acontecimientos (todos ellos recientes) han logrado modificar esta tradición de miles de años. Por mencionar uno, la enfermera y trabajadora social (después médica) Cicely Saunders promovió en 1967 en Londres la creación del primer centro médico dedicado a la atención de enfermos terminales que será referencia para todo el mundo: St. Christopher Hospice. Comienzan así los cuidados paliativos y, oficialmente, aparecen profesionales de la salud y unidades médicas cuya misión ya no es curar, sino cuidar, acompañar y brindar confort.
La ética del cuidado
Parece indiscutible que no se puede contar con una cultura de la humanización sanitaria sin priorizar la labor del cuidado. Por ello, debe regirse filosóficamente por una disciplina acorde: la ética del cuidado. Que pone especial énfasis en la idea de vulnerabilidad.
En otros artículos escritos para The Conversation mencionaba que somos conscientes de nuestra vulnerabilidad en la niñez, la vejez y la enfermedad. Según Francesc Torralba (2002), “la idea de vulnerabilidad nos recuerda que tenemos que vivir con la mortalidad y que debemos cuidar al otro como sujeto frágil”.
Esta pandemia también nos ha devuelto nuestra conciencia de vulnerabilidad. Vivíamos confiados, nos creíamos protegidos e inmunes. Los desastres naturales, las guerras, el hambre… era algo que ocurría allá, lejos, en otros rincones del mundo. No había amenaza previsible. Hasta que, de pronto, nos vimos confinados.
En los últimos meses hemos visto saturados nuestros medios sanitarios, sufrimos la pérdida de miles de vidas y la distancia física ha pasado a formar parte de nuestro día a día. Aunque no hayamos contraído COVID-19 ahora somos conscientes, más que nunca, de nuestra vulnerabilidad.
Eso nos hace, a su vez, conscientes de la vulnerabilidad del otro. Estar frente a una persona vulnerable nos remueve y nos exige actuar de forma solidaria, ética y responsable. Especialmente a un profesional de la salud, que se ha formado con la intención de ayudar a las personas cuando la enfermedad sobreviene, o lo que es lo mismo, cuando el estado de fragilidad aflora. Por esta razón, cuando un sanitario quiere ejercer su profesión con ética debe atender la llamada que el sujeto, presa de su enfermedad, le hace.
Cuidar en la soledad
¿Pero cómo vamos a cuidar al paciente cuando una crisis como esta pandemia nos supera? Muchos profesionales de la salud ya llevan el cuidado en su actividad diaria. Ya cuentan con una cultura de la humanización sanitaria. Sin embargo, esta situación ha supuesto un verdadero reto.
Además de la saturación por el alto número de casos, uno de los principales problemas a los que se han enfrentado es el aislamiento de los pacientes. La mirada y el tacto han perdido su efectividad debido a los equipos de protección personal.
Los pacientes no han podido ver a sus sanitarios a los ojos o sentir el contacto de la piel cuando les sujetaban la mano. Y como dice Francesc Torralba, “el tacto es fundamental para el ejercicio del cuidar, pues resulta imposible cuidar éticamente a un ser humano sin ejercer el tacto”. Otro tanto se podría afirmar sobre la importancia de la mirada.
Los centros hospitalarios son sitios eficientes, asépticos y tecnificados, pero también son lugares fríos. A esta realidad habitual se le ha sumado, por culpa de esta pandemia, la imposibilidad de que los familiares pudieran visitar a su pariente enfermo. Muchos de ellos no pudieron siquiera tener una última conversación mirándose a los ojos, despedirse de esos seres queridos o celebrar un funeral con el apoyo de otros familiares y amigos. Las últimas horas para muchas víctimas del COVID-19 fue en compañía de los profesionales de la salud que los cuidaban.
Cuidar a los cuidadores
Desde el comienzo de la pandemia, los profesionales de la salud se han tenido que enfrentar a la situación con escasez de recursos y, sobre todo, con unas inadecuadas medidas de protección personal para ejercer su labor de forma segura.
Algunos profesionales han denunciado esta situación a través de los hashtag #NiHeroesNiMartires o #MareaBlancaCoronavirus. Muchos incluso ven con frustración e impotencia las primeras medidas de desahogo.
Ver las imágenes de personas apelotonadas en la calle, en donde apenas se puede guardar la distancia de protección, debe generarles mucho desasosiego. Ellos han librado una verdadera guerra durante este tiempo y, pese a sus esfuerzos, han tenido que presenciar la muerte de muchos pacientes, e incluso la de algunos de sus compañeros.
Hemos sobrecargado nuestro sistema sanitario y, por este motivo, es fundamental que como sociedad actuemos con responsabilidad. Que nos esmeremos por mantener la distancia social será tan reconfortante para los profesionales de la salud como lo son los aplausos desde nuestros balcones. También debería ser una buena oportunidad para fortalecer nuestro sistema sanitario.
Quizá gracias a esta pandemia nos volvamos más responsables. Ahora nos toca a nosotros cuidar a nuestros profesionales de la salud y a nuestro sistema sanitario.
Tenemos que fortalecerlo, e incluso me atrevo a decir que tenemos que mimarlo. Porque ellos han estado ahí por nosotros, y a partir de ahora nos toca a nosotros devolverlo. Otorgar el premio Princesa de Asturias a los sanitarios es un buen gesto, pero el cambio debe ser más profundo y duradero.
Debemos crear una cultura de la humanización sanitaria, más allá de las modas. Sólo así será posible tenerla incorporada en los hábitos cotidianos para que salga a la luz incluso en tiempos de pandemia. Para que ni las gafas protectoras, ni los guantes consigan parar los cuidados humanizados. Pero, lo dicho, esta cultura la tenemos que promover también los usuarios. Empecemos siendo más humanos nosotros mismos.
Ramón Ortega Lozano, (México DF, 1979) también conocido por su nombre artístico Ramón Ortega (tres) es un escritor mexicano, profesor y especialista del mundo de las humanidades médicas (antropología de la salud, historia y filosofía de la medicina, comunicación médico-paciente y bioética). Ha colaborado con diversos centros universitarios en España y otros países de Europa, así como México. Es profesor de Antropología de la salud y Comunicación humana en la Facultad de Ciencias de la Salud San Rafael-Nebrija.
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