La feminización de la COVID-19

por Luz Modroño

 

 

Machaconamente se culpó a la manifestación del 8 de marzo de la expansión de la pandemia en Madrid. Era, por un lado, una forma de echar balones fuera y tratar de desviar la atención del auténtico problema: la desatención de la sanidad en Madrid por los que tuvieron la obligación de mimarla y cuidarla. Porque los problema hay que prevenirlos y los gobernantes, sobre los que la ciudadanía deposita su confianza para gestionar lo que es de todos, para gestionar el bien común, deberían anteponer el interés general al de cualquier otro. En Madrid no fue así y durante muchos años el abandono de la educación y la sanidad ha experimentado un continuo aumento. Culpar al 8M suponía una buena estrategia para derivar la atención de esta responsabilidad cuyas consecuencias no tardaron en manifestarse.

Pero, además, en un mundo donde la desigualdad sigue marcando la pauta de las relaciones sociales, económicas y culturales, venía como anillo al dedo culpar a las mujeres de esa expansión. Daba igual que en los mismos días se hubieran celebrado otros acontecimientos multitudinarios, culpar a la manifestación del 8M era un ataque frontal contra la lucha de las mujeres por la igualdad y lo que esa jornada significa para el feminismo.

A pesar de no distinguir entre fortunas, estatus, clases sociales… es cierto también que ni afecta a todo el mundo por igual ni todas las personas tienen las mismas oportunidades de salir de ella. Y así, nos encontramos con que esta pandemia tiene rostro de mujer. Y lo tiene porque las mujeres siguen siendo el eslabón más débil de la cadena social, porque la crisis que estamos pasando exige cuidados y porque las consecuencias a futuro serán considerablemente peores para nosotras. Social, económica, sanitaria y familiarmente el COVID-19 pone de manifiesto una vez más las desigualdades de género. Vayamos por partes.

Desde que todo esto comenzó, con sus corolarios de miedos, confinamientos, ERTES… se ha convertido en un eslogan recurrente afirmar que de esta saldremos todos juntos. Pero la realidad es que ni saldremos todas ni saldremos de la misma manera.

Históricamente, después de cada crisis las brechas de las desigualdades y las discriminaciones se incrementaban exponencialmente. Pero, por primera vez en los últimos doscientos años, el mundo está debiendo enfrentarse a una crisis sanitaria. Crisis que no está ligada a un sistema de producción o financiero, como la acontecida a partir de 2008, sino sanitaria. Una crisis ligada, pues, a los cuidados y los servicios. Y son precisamente estos sectores los ocupados tradicionalmente por las mujeres. Una crisis que ha puesto de relieve la importancia de los cuidados pero también que estos están feminizados.

Las mujeres, según cifras oficiales, suponen el 85% del personal de enfermería. Lo que significa que, mayoritariamente, las que más han sufrido las consecuencias del cuidado a los y las enfermas del virus han sido mujeres. Pero hay más, en cuanto a dejar claro que la lucha contra este maldito y escurridizo virus ha estado en manos de las mujeres: farmacéuticas (72%), psicólogas (82%) personal de limpieza, cuidadoras, trabajadoras de las temidas residencias de mayores (85%), cajeras de supermercado…

A ello hay que sumar los cuidados de la propia casa, con o sin hijos, que mayoritariamente recaen sobre la mujer. Así como la obligada convivencia entre cuatro paredes, a veces en hogares ya rotos, que ha incrementado la violencia de género y el maltrato. Las llamadas de socorro al teléfono especializado se han duplicado durante el mes de abril, según datos ofrecidos por el Ministerio de Igualdad.

La brecha salarial, que ya era palpable, va a ser aún mayor cuando esto termine, cebándose con las mujeres, porque una sociedad patriarcal es una sociedad de jerarquías. Y en ella la mujer ocupa los últimos escalones.

Tradicionalmente, el comercio, la hostelería y los servicios son también sectores mayoritariamente ocupados por mujeres y son los que con mayor virulencia están sintiendo las consecuencias económicas de la pandemia, lo que, sin duda, repercutirá en el desempleo de las mujeres. Con el retorno de estas a las casas la dependencia, la precariedad económica y la disminución de las percepciones salariales serán, si no se actúa social y políticamente para evitarlo, otras tantas consecuencias del virus que recaerán sobre las mujeres.

Cuando hablamos de brecha salarial suele aparecer inmediatamente en nuestras mentes la diferencia de salario por el mismo trabajo. Eso es algo que ya –afortunadamente- va poco a poco quedando atrás por su simple consideración de anticonstitucional. En lo que menos nos paramos a pensar es en que las mujeres ocupan los puestos laborales menos cualificados -el techo de cristal no es invención de feministas locas, está ahí, palpable, contrastable-, que a la cabeza de las familias monoparentales están generalmente mujeres, que muchas cobran sueldos en negro, que muchas ni siquiera han tenido la opción de acogerse a un ERTE, que las pensiones más bajas son percibidas por mujeres que, por la edad, vivieron los años más negros y crueles del siglo pasado en este país, víctimas de una postguerra que las encerró en sus casas condenándolas al cuidado de marido e hijos y que, por no haber recibido remuneración laboral, perciben pensiones miserables. En definitiva, el COVID-19 también está feminizado.

¿Quiénes han sido realmente, pues, los auténticos héroes contra esta pandemia que, al parecer, podemos por fin dejar atrás? Pero no bastará con tomar conciencia. Las instituciones están obligadas más que nunca a poner en práctica todo tipo de medidas positivas y compensatorias de la desigualdad. Una sociedad tendente a la justicia y al estricto cumplimiento de los derechos humanos no puede permitirse negar, ignorar o no llevar a cabo políticas compensatorias de desigualdades. Está obligada a aplicar, bajo una perspectiva de género, todo el conjunto de medidas necesarias para, por un lado, evitar que las consecuencias dramáticas de esta epidemia recaiga sobre los hombros de las mujeres y, por otro, construir un mundo más solidario, más fraternal, más igualitario. Sólo saldremos juntos de esta crisis si también lo hacemos juntas.


Luz Modroño, colaboradora de La Mar de Onuba, es doctora en psicóloga y profesora de Historia en Secundaria. Pero es, sobre todo, feminista y activista social. Desde la presidencia del Centro Unesco Madrid y antes miembro de diversas organizaciones feministas, de Derechos Humanos y ecologistas (Amigos de la Tierras, Greenpeace) se ha posicionado siempre al lado de los y las que sufren, son perseguidos o víctimas de un mundo tremendamente injusto que no logra universalizar los derechos humanos. Y considera que mientras esto no sea así, no dejarán de ser privilegios. Es ésta una máxima que, tanto desde su actividad profesional como vital, ha marcado su manera de estar en el mundo.

Sea el primero en desahogarse, comentando

Deje una respuesta

Tu dirección de correo no será publicada.


*


Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.