Muchos ciudadanos europeos y muchos del resto del mundo desarrollado que tanto está sufriendo por la crisis del coronavirus, piensan que el suministro de alimentos es interminable y que solo depende de la facilidad que se tenga de llenar el carro en el supermercado próximo a la casa. La realidad es muy compleja y aunque los gobiernos se afanan en decir que no hay problemas de suministros, la realidad apunta a otra dirección. Todo cerrado, todo lo plantado no se recoge, los animales apenas cuentan con los canales habituales de cría, sacrificio, distribución…, es un problema global porque el mundo está absolutamente parado y la gente come.
Es conocido que hay muchos problemas de hambre habituales en nuestro mundo anterior a la nueva realidad. Pero ahora mismo debido a este la situación previa y a este parón hay 265 millones de personas al borde de la inanición en algunas zonas de Africa y la India. En Estados Unidos también hay dificultades y cerraron plantas estratégicas de producción de carne de cerdo. El “Programa de Alimentación Mundial” (WFP) de Naciones Unidas sostiene que la pandemia del coronavirus ha desatado una crisis en la seguridad alimentaria global, que afecta ya a 130 millones de personas, a las que es preciso sumar los 135 millones de hambrientos preexistentes a la pandemia. De esta manera, 265 millones de personas que habitan en Colombia, Kenya, India, y múltiples países del Africa Subsahariana, entre otros se encuentran en una dramática situación de desnutrición y abandono, al borde de la inanición.
Esta es una crisis de seguridad alimentaria de naturaleza completamente distinta a cualquier otra que se ha conocido. La causa fundamental de esta novedad histórica es la súbita desaparición de los ingresos de los que viven del trabajo día a día. Este es el inmenso segmento de los trabajadores informales de la economía en negro y existen países que funcionan de esta manera, sobre todo en el mercado de carne en el cono Sur de América. A esto hay que sumarle la virtual desaparición de las remesas que envían los inmigrantes, legales e ilegales, a sus países de origen (más del 30% del PIB del Salvador y Honduras proviene de los envíos de las comunidades centroamericanas en Estados Unidos; y esto implica que este año, solo por el coronavirus el PIB centroamericano se ha reducido en más de un tercio).
El cálculo de WFP es que son más de 358 millones los niños de edad escolar que han perdido sus comidas más relevantes en términos proteínicos, tras el cierre de las escuelas provocado por el coronavirus en 52 países.
Todavía no ha habido fracturas en las cadenas globales de producción alimentaria, pero el sistema enfrenta problemas logísticos y de transporte generalizados, especialmente agudos en el sur de Asia y el continente africano; y los países más golpeados son los que dependen de las importaciones de alimentos, al carecer, prácticamente, de producción doméstica (Venezuela depende más de 70% de las importaciones para cubrir sus necesidades básicas alimentarias). Estos países usualmente los más pobres y desintegrados, tienen sistemas de distribución trabajo intensivo, con una carencia prácticamente absoluta de estructuras automatizadas y depósitos de frío, y esto los torna especialmente vulnerables al coronavirus.
En India (1.500 millones de habitantes) más de 300 millones de trabajadores informales han abandonado las grandes ciudades, Nueva Delhi, Mombay, ante todo, para volver a sus aldeas de origen ante la imposibilidad de alimentarse en los megacentros urbanos de la segunda potencia asiática (después de China).
Al coronavirus, hay que sumarle las históricas plagas de langostas que están devastando el este de Africa en 2020 con una destrucción generalizada de las magras cosechas. Este remake de las “7 Plagas de Egipto” es el más grave de los últimos 100 años.
Los efectos del coronavirus también se sienten en la cadena alimentaria de Estados Unidos, cuyo sector agrícola y ganadero es el primero del mundo. Por eso, Smithfield, el mayor productor de carne de cerdo norteamericano y del mundo, cuyos propietarios son capitales chinos, ha cerrado cuatro de sus principales plantas frigoríficas en Siuox Falls, Dakota del Sur con 3.700 empleados en 2 de ellos, al haberse infectado con Covid -19 más de 500 trabajadores especializados; y ahora se apresta a clausurar otras 6 factorías en Wisconsin y Missouri.
Lo mismo ha ocurrido con una planta de Tyson Foods en Columbus, Iowa, tras descubrirse que más de 200 operarios se encontraban infectados por el covid -19.
El gobierno de Donald Trump considera a los grandes frigoríficos de Smith Field y Tyson Foods como establecimientos cruciales de la “Seguridad Nacional” estadounidense, y ha puesto todos los recursos del Estado Federal para enfrentar esta crítica situación.
La producción agroalimentaria mundial es cada vez más una prioridad estratégica absoluta del sistema global y ahora mismo está en el alero.
Francisco Villanueva Navas, analista de La Mar de Onuba, es economista y periodista financiero.
Sea el primero en desahogarse, comentando