Con su infantil pataleo Rivera se colocó tan a la derecha de los ultraderechistas de Vox que estos al final acabaron aplaudiéndolo.
No tienen ni un solo diputado en el País Vasco; en Galicia, únicamente dos; en Catalunya han perdido más de la mitad de los votos que obtuvieron en la últimas autonómicas, pero nada de todo esto parece impedirles ir de chulos por la vida. No saben lo que es el prejuicio, cogobiernan con derechas e izquierdas allá donde haya una teta de la que mamar, y en Andalucía se hermanaron ya con la siniestra ultraderecha, con la que mantienen un alarmante idilio que evidencia la inmoralidad de estos guaperas pazguatos que desembarcaron en la política estatal para neutralizar a Podemos y, cuando al PP le ha llegado su San Martín, revolotean como buitres en torno a sus presuntos despojos. No soy sospechoso de conectar en nada con el Partido Popular, pero creo que no hay duda alguna sobre qué son, qué defienden y a qué se oponen. Ciudadanos, en cambio, lleva bandeándose en las procelosas aguas de la ambigüedad desde que ampliaron el negociete que tenían montado en Catalunya.
Son la nada envuelta en celofán, expertos en crispar y alborotar, en sacar partido de los descontentos y en oponerse a todo lo que se mueva, da igual. Lo que sea menos realizar propuestas, poner sobre la mesa ideas e iniciativas para debatir o elaborar un programa solvente. Como los equipos de fútbol con dinero, porque dinero tienen, y si no tienen, se lo dan, compran tránsfugas al peso y los van incorporando a sus filas sin que se les caiga la cara de vergüenza a ellos ni a quienes se cambian de bando según viene el viento.
Durante la sesión de este lunes en el Congreso de los Diputados, Alberto Carlos confirmó una vez más las sospechas de quienes venimos defendiendo desde siempre que tanto él como el partido que lidera son un verdadero peligro.
Con tal de adquirir un protagonismo que no le corresponde (Casado al menos esta vez fue prudente y supo callarse), no le importó hacer el ridículo y exigir la intervención de la flamante presidenta para que reconviniera a los diputados que no prometían su cargo como a él le hubiera gustado que lo hicieran. Menos mal que Batet, con conocimientos constitucionalistas, lo cortó en seco recordándole que existía ya jurisprudencia que permitía prometer el cargo con la oración subordinada que cada diputado tuviera a bien añadir. Pero se trataba de salir en la foto aunque fuera siendo más papista que el Papa. Con su infantil pataleo se colocó tan a la derecha de los ultraderechistas de Vox que estos al final acabaron aplaudiéndolo.
Entre gamberros anda el juego. Si Alberto Carlos siempre apuntó maneras, ahora va a tener de clac a Abascal y compañía, quienes, hablado de gamberradas, se portaron en su jornada de estreno como si estuvieran en parvulitos, pataleando y quitándose los sitios unos a otros. Sabe de sobra el líder de Ciudadanos que lo que ocurrió este lunes 21 de mayo en el Congreso de los Diputados transcurrió dentro de los más estrictos límites constitucionales. Y si no lo sabe, peor. Pero con unas triples elecciones a cuatro días vista, se conoce que no resistió la tentación de chupar cámara, aunque saliera trasquilado.
Hasta Inés Arrimada, sentada justo detrás suyo, saludó a los políticos presos catalanes, incluso besó a uno de ellos, a Turull, mientras Rivera giraba ostensiblemente la cara para no decir ni hola a quienes durante años fueron compañeros suyos de escaño en el parlamento catalán.
Siendo benévolos, la actuación de Rivera solo se explica si admitimos que está convencido de que esa manera de actuar le proporciona votos. Como el 28A parece que sus alborotos y numeritos de titiritero le produjeron cierta rentabilidad en algunos predios, habrá concluido que debe continuar con el mismo juego. No quiero ni pensar lo que puede llegar a suceder el próximo domingo 26 de mayo si las urnas le favorecen mínimamente y lo conviertan en decisivo en ayuntamientos y autonomías clave.
Porque no solo pactarán con PP o PSOE allá donde haga falta, no solo tendrán a Vox de convidado de piedra otra vez en aquellos lugares donde les sea posible repetir la jugada de Andalucía. Ya lo verán en El Ejido, por ejemplo: si los números dan, harán alcalde de este municipio almeriense al candidato de Vox sin que les tiemble el pulso un solo instante. Digo El Ejido porque es la posibilidad más clara, pero lo mismo puede ocurrir en Níjar y en otros muchos municipios de Andalucía y de toda España. Alcaldes de Vox gracias a Ciudadanos, el partido que hace cinco años irrumpió dispuesto a regenerar la política, a traer aire fresco y modernizar usos y costumbres caducos según ellos. Menos mal.
Juan Tortosa
Periodista
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