Jueves, 16 de diciembre de 2021. A casi nadie sorprende ya que, al ir al supermercado, nos encontremos con huevos de varias categorías: desde los huevos ecológicos, con etiqueta 0, a huevos de gallinas criadas en jaulas, con categoría 3. Quizás sí sorprenda que haya personas que prefieran huevos con etiqueta 0, a pesar de tener un precio más elevado.
En este ejemplo se aprecian unas conexiones interesantes:
- El consumidor está dispuesto a pagar más por un producto sostenible.
- Las grandes superficies ponen en marcha la maquinaria para satisfacer al consumidor (a través de etiquetas y los controles que de ellas se derivan).
- Los productores se ven obligados a adaptar sus procesos para que sus productos entren a mercado.
¿Sucederá esto con otros productos, como frutas y hortalizas? ¿Podremos adquirir, por ejemplo, fresas que hayan consumido una cantidad determinada de agua?
La necesidad del regadío y sus problemas asociados
La agricultura es el gran consumidor de agua dulce. Este sector, del que depende la alimentación de toda la población, se lleva más de un 60 % del agua.
El uso desmesurado y descontrolado de agua en regadíos puede provocar una disminución del nivel freático en acuíferos que, a su vez, puede causar consecuencias no deseables en sectores que dependen de esas fuentes de agua. Este es el caso, por ejemplo, del acuífero 27 que nutre Doñana, tal y como se ha pronunciado el Tribunal de Justicia de la Unión Europea.
Además, una fertirrigación descuidada favorece la contaminación de aguas subterráneas, arrastrando nitratos y fosfatos. Esto puede acelerar procesos como el de eutrofización, con consecuencias para otros organismos vivos, como las que hemos visto recientemente en el Mar Menor.
Cómo vigilar y monitorizar las prácticas agrarias
Bien sea por imposiciones administrativas o preferencias del consumidor, parece que vamos encaminados hacia un mayor control de la actividad agraria. Sin embargo, hoy en día no es fácil para un agricultor poder certificar su producción, aunque ese sea su deseo.
Quizás un agricultor pueda conocer, a través de contadores, el agua que está consumiendo de pozos o que le está suministrando su comunidad de regantes. Pero ¿podría asegurar que todos los sectores de riego de su finca han recibido tal o cual cantidad agua? ¿Podría asegurar que no desperdicia agua o que le aporta al cultivo lo que necesita? Aún más difícil, ¿cómo podría saber si se están vertiendo más o menos nitratos al acuífero?
No es un problema de tecnología: existe instrumentación para medir estas variables (al menos de manera discontinua). El gran desafío que plantea la agricultura, que no existe en otras industrias, es el de la variabilidad espaciotemporal.
A la hora de tomar una decisión (momento de recolección, cantidad de riego, etc.) el agricultor no puede confiar en que la información que le proporciona un instrumento recoja toda la variabilidad de su finca. Y el problema se extiende a la hora de verificar que una producción cumple un determinado estándar de calidad.
Nuevas herramientas digitales
Para resolver esta dificultad muchas empresas e investigadores están recurriendo a diferentes soluciones que la digitalización ofrece a la agricultura.
Por una parte, se propone el uso de tecnologías que se engloban bajo la etiqueta del llamado Internet de las cosas. Bajo este paradigma, los sensores están interconectados en red y la información que generan está disponible de forma inmediata desde nuestro teléfono o en la nube.
Se están utilizando, además, protocolos de comunicación LPWAN (Low-Power Wide Area Network), muy adecuados para este sector, que no necesita un elevado tráfico de datos, pero sí una alta duración de las baterías.
También cabe señalar que muchas empresas están desarrollando herramientas de ayuda a la toma de decisión basadas en inteligencia artificial. Todos esos datos generados pueden analizarse para ofrecer recomendaciones sobre la necesidad o temporalidad de diferentes labores en el campo.
El objetivo final: la automatización
El objetivo final en este proceso de digitalización sería el de la automatización de ciertas actividades, de forma similar a como puede hacerse en otro tipo de industrias. Si se consigue resolver el problema de capturar la variabilidad espaciotemporal, se podrían diseñar sistemas de control que generen consignas que actúen directamente sobre la finca.
La tecnología que permite actuar, como servoválvulas telecontroladas para regar, existe o se está desarrollando. Y la automática está suficientemente desarrollada para hacer frente al problema de control que se propone: mantener unas variables en unas determinadas bandas para cumplir con unos estándares de calidad, optimizando otras variables, como producción, consumo de agua o energía, gasto de fertilizantes, etc.
La perspectiva para los próximos años es apasionante, con desafíos enormes y tecnología aún en desarrollo. Con toda seguridad, vamos a ser testigos de una revolución digital de la agricultura, que en la literatura se conoce bajo ciertos términos semejantes, como agricultura 4.0, agricultura inteligente o agricultura de precisión.
En un tiempo no muy lejano veremos en el estante del supermercado fresas de categoría A, es decir, fresas que han requerido una cantidad concreta de agua por hectárea. Y si no las vemos, las demandaremos.
Diego Luis Orihuela Espina es Licenciado en Ingeniería Automática por la Universidad de Sevilla en 2013. Tras finalizar su doctorado, se trasladó a la Escuela de Ingeniería de la Universidad Loyola Andalucía, donde es Profesor Titular. Sus intereses de investigación incluyen la teoría del control, en particular los sistemas de control en red, la estimación y el control distribuidos y los sistemas asincrónicos. Es autor o coautor de más de 60 artículos en estos campos.
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