El señor Simón es un funcionario, un técnico, una persona que podría negarse a la exposición pública y desempeñar su trabajo entre bastidores, pero creo que da la cara por sentido de la responsabilidad.
El linchamiento de Fernando Simón me parece una de las prácticas sociales más obscenas de todo este tiempo de pandemia. Sociales, periodísticas y también políticas porque en el fondo tal enconamiento contiene un indiscutible trasfondo político. No tengo el gusto de conocer al doctor Simón y seguro que, como todo el mundo, posee su lado oscuro, pero en el desempeño del cometido que le ha tocado en suerte durante este infame tiempo de coronavirus no puedo sino admirarlo porque me pongo en su lugar y hace muchos meses que habría mandado a freír espárragos a tanto amoral suelto que no solo no lo deja en paz sino que lo insulta o lo intenta ridiculizar como si fuera él la causa de todos nuestros males.
Valoro la infinita paciencia con la que aborda sus comparecencias públicas, así como la firmeza y la contundencia de la mayor parte de sus respuestas. Desde el momento en que empezó a dar la cara, los múltiples tentáculos de los que dispone la caverna mediática en este país decidieron convertirlo en destinatario de las invectivas más desagradables y ofensivas. Pero si Fernando Simón simboliza algo, es la naturalidad y el reflejo de nuestra propia ausencia de certezas. Porque a ver, díganme ustedes, ¿alguien desde hace un año se cree capaz de esgrimir alguna certeza sin que al día siguiente no se tenga que comer sus propias palabras, alguien conoce cuál es la solución a la pesadilla que estamos viviendo?
Basta ponerse en lugar de quien día tras día da la cara a pesar de la que está cayendo para respetarlo. Por eso cuando se equivoca, cuando se contradice, cuando dice algo que parece ridículo o resulta inexacto, yo me siento identificado. Porque hay que tener mucha paciencia para soportar cada día la insolencia de tanto colega como acude a las ruedas de prensa con las preguntas inducidas de antemano al margen de lo que vaya a decir. Hay que tener mucha paciencia para constatar que quien te pregunta no tiene ni idea de lo que plantea porque no ha venido a escucharte sino a esperar a ver cuándo tienes el más mínimo resbalón para lanzársete a la yugular sin misericordia alguna.
El señor Simón es un funcionario, un técnico, una persona que podría negarse a la exposición pública y desempeñar su trabajo entre bastidores, pero creo que da la cara por sentido de la responsabilidad. No quito que en algún momento no haya podido eludir la tentación de doña Vanidad, pero eso no lo desacredita en absoluto. Lleva diez largos meses largos lidiando con la tragedia más espantosa que nos ha ocurrido en más de un siglo, viviendo en primera línea una contrariedad que dentro de trescientos años se estudiará en los libros de historia, y aún así ha de soportar que un indocumentado que no se ha molestado en escuchar completas sus declaraciones le haga preguntas sobre frases sacadas de contexto o le inste a dimitir porque el ministro a cuyas órdenes ha estado durante el último año acaba de marcharse. Le ha tenido que recordar, al indocumentado o indocumentada de turno, que él lleva desarrollando su trabajo en el ministerio de Sanidad el tiempo suficiente para haber visto pasar ya a siete titulares de la cartera, y lo ha hecho con elegancia y mesura. Una elegancia y mesura que muchos de los que le buscan a diario las cosquillas seguro que no tendrían si fuesen víctimas de tanta insolencia.
No me queda más remedio que admirar a quien es capaz de aguantar a pie firme tanta grosería y tanto ataque sin sentido, solo por razones políticas, a un trabajo que es esencialmente técnico. ¿Que de vez en cuando se equivoca y mete la pata? ¿y quién no?, pero al menos no miente, como los periódicos que buscan cada día cómo ridiculizarlo.
Fernando Simón y los ataques de los que es víctima resumen perfectamente el cainismo de un país que se empeña en no tener remedio. ¿Qué ganamos encanallando el ambiente por sistema cuando más tranquilos convendría que estuviéramos? ¿A quién beneficia tanta crispación? ¿Por qué no nos relajamos todos un poquito y le agradecemos a quienes están gestionando la crisis el esfuerzo diario que hacen?
En lugar de buscar todos juntos cómo salir de esto cuanto antes nos dedicamos a poner pegas sin parar, usando hoy para atacar un argumento y al día siguiente justo el contrario, sembrando discordia, generando inquietud, aumentando la ansiedad en lugar de contribuir a disminuirla… Y usando para todo ello a una persona como Fernando Simón, a quien con el paso del tiempo estoy seguro que se le reconocerá su esfuerzo y su dedicación. Pero mientras tanto hay que machacarlo por sistema. Leña al mono, que es lo que mola. Lo dicho, no tenemos remedio.
Juan Tortosa Periodista
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