EE.UU. se convirtió en un exportador neto de petróleo por primera vez desde que se mantienen registros (1973) en los últimos 4 meses; y así, en los primeros 7 días de octubre de 2019, vendió 89.000 barriles de crudo por día más de los que importó en ese periodo. La economía norteamericana logró el autoabastecimiento energético 3 años antes de lo previsto en las estimaciones más optimistas. Es obra de la explosión de shale gas y shale oil que se ha desatado en los últimos 10 años. Esto significa que EE.UU. producía 5 millones de barriles diarios en 2010 y subieron a 12 millones de barriles por día en 2019.
La característica definitoria del shale es que no tiene la suficiente permeabilidad para que el petróleo y el gas puedan ser extraídos con los métodos convencionales, lo cual hace necesario la aplicación de nuevas tecnologías. Las mismas consisten en inyectar agua a alta presión conjuntamente con la aplicación de agentes de sostén (arenas especiales), lo que permite que los hidrocarburos atrapados en la formación fluyan hacia la superficie.
EE.UU. produce hoy más petróleo y gas que Rusia, y se apresta a vender más crudo al sistema global que Arabia Saudita en la próxima década. La clave de este extraordinario logro no es la técnica del fracking y su consecuencia el desarrollo del shale prácticamente en todo el país, en especial en Texas y Nueva México.
La razón de esta fenomenal transformación es la modificación experimentada por la estructura productiva norteamericana, debido al despliegue de la nueva revolución industrial que ha ocurrido a partir de 2004. Este acontecimiento esencial de la economía estadounidense, la primera del mundo (25% del PIB global), se ha traducido en una caída sistemática de la intensidad energética por unidad producida.
El cálculo que realiza Deutsche Bank es que si se toma como punto de partida a 1973, el petróleo consumido en la producción de cada unidad del PIB doméstico se ha reducido en más de 50% en los siguientes 25 años, con el agregado de que este proceso se ha acelerado a partir de 2004, con particular énfasis en los últimos 3 años. EE.UU. ha recibido más de 12 billones de dólares de inversiones del mundo entero entre 2017 y 2019, tras el recorte de impuestos decidido por el gobierno de Donald Trump y el Congreso Republicano (el tributo a las ganancias corporativas pasó de 35% a 21%).
De esa manera se eliminó el único factor que frenaba el despliegue de la nueva revolución industrial en el país más avanzado del sistema, que era la bajísima tasa de inversión (12% del PIB, prácticamente el nivel de reposición) ofrecida entre 2009 y 2016. Ahora, el nivel de intensidad energética estadounidense es 1/3 de la que tenía en 1973. Esta es por lejos la mayor reducción experimentada por el mundo avanzado, incluyendo China.
En términos económicos, esto implica que EE.UU. gasta hoy en energía menos que en cualquier otro momento de su historia desde 1970. La economía norteamericana gastó 1 billón de dólares en energía en 2016, lo que implicó una disminución de 9% en términos reales respecto al año anterior; y esto ocurrió por 5° año consecutivo con similar tasa de reducción.
La nueva revolución industrial fusiona digitalmente la manufactura y los servicios, y se funda en el conocimiento antes que en el capital o el trabajo. Este proceso de fusión o “destrucción creadora” lleva al mismo tiempo a la desaparición de la manufactura tradicional capital intensiva.
De ahí que la manufactura de EE.UU. sea hoy sólo 12% del PIB, con tendencia declinante, en tanto era más del 25% del producto en 1960; y a su vez, la contrapartida necesaria de este fenómeno central de la época, erróneamente considerado “desindustrialización”, es que los servicios digitalizados crecen a un ritmo 12 veces superior que la industria. La consecuencia es que, proporcionalmente, la intensidad energética cae en forma más veloz que la expansión del conjunto.
La conclusión de este hecho central de la primera economía del mundo es la siguiente: entre 1950 y 1970 cayó 9% el consumo de energía por unidad de producto; y luego, nueva revolución industrial mediante, la intensidad energética se derrumbó 53% entre 1970 y 2015.
Este hecho estructural es lo que le ha restado toda relevancia estratégica en términos globales a la producción petrolera de Medio Oriente y a la región misma, como ha quedado demostrado la semana pasada cuando la decisión del presidente Donald Trump de terminar con la vida del general Qasem Soleimani, la principal figura política y militar de la República Islámica, provocó una subida del precio del petróleo de 5% el primer día y de 4,3% el segundo, para volver a la normalidad el 3ro.
Esto ocurrió a menos de 60 kilómetros de los yacimientos petroleros del Golfo Pérsico, sin que provocara shock energético alguno. La razón de esta omisión ha sido que ahora EE.UU. domina el mercado de la energía global, debido a la combinación de la revolución del shale con el impacto extraordinario de la nueva revolución industrial en materia de intensidad energética.
Francisco Villanueva Navas, analista financiero de LaMardeOnuba.es es economista y periodista. En Twitter: @FrancicoVill87
Sea el primero en desahogarse, comentando