Después de tacharle de impetuoso, amoral y mezquino, el anónimo alto responsable de la administración Trump, autor de la columna publicada el 5 de septiembre de 2018 en el New York Times (NYT) contra el ultraconservador, xenófobo y millonario presidente estadounidense, Donald Trump, explicaba cómo se esfuerza, junto con otros, por luchar en el interior de la Casa Blanca contra las “peores inclinaciones” del mandatario: “Formo parte de la resistencia en el seno de la administración Trump” es el titular del artículo en cuestión, donde precisa que no era cuestión de apoyar a los demócratas sino “de proteger al país del comportamiento de su presidente”.
La publicación de la columna ha desencadenado una carrera entre las publicaciones y los periodistas de Estados Unidos que pugnan por conocer el nombre del autor, el “traidor” como le tachó el propio Trump en su tuit de respuesta. Mientras llega el momento en que alguien anuncie a bombo y platillo el nombre del responsable, y cuando empiezan a conocerse los nombres de muchos funcionarios que declaran no haberlo escrito, las portadas y los editoriales de los principales periódicos se lanzan a una “caza al traidor y juego de adivinanzas”, según el titular del diario francés Le Monde este 7 de septiembre de 2018.
En efecto, mientras el Washington Post compara el texto a un “cóctel Molotov”, la revista The Atlantic reproduce las palabras de David Frum, un exfuncionario de la administración Bush, quien habla de crisis institucional -lo mismo que el antiguo secretario de estado John Kerry, en declaraciones al canal CNN-, aunque añade que “el autor acaba de precipitar al gobierno de Estados Unidos en una tormenta aun más peligrosa. El o ella, ha duplicado la paranoia del presidente y reforzado su obstinación”; y la publicación bimensual The National Review considera que la columna debe hacer que los electores republicanos “reclamen una actitud responsable por parte de su presidente”.
En general, para muchos medios de comunicación el anonimato es un acto de cobardía. Glenn Greenwald, abogado y periodista que fue quien publicó en The Guardian los documentos filtrados por Edward Snowden sobre la vigilancia global de Estados Unidos, miembro de Freedom of the Press Foundation, fundador de la publicación digital Intercep y Premio Pulitzer 2014, ha definido al autor del artículo anónimo como un “cobarde inconsciente”. Por su parte, la CNN ha hecho una lista de trece potenciales autores y el diario USA Today cuenta que los “detectives digitales” estudian palabras y frases contenidas en el texto” intentando averiguar a quien pueden pertenecer” (entre otras, esos detectives se han fijado en una palabra concreta que al parecer utiliza frecuentemente el vicepresidente Mike Pence, quien se ha apresurado a desmentir: “Nuestro gabinete está muy por encima de esas prácticas de amateur”. También el secretario de estado, Mike Pompeo, ha asegurado no ser el autor.
Al margen de andar buscando al culpable, lo que sí ha provocado el artículo anónimo ha sido una reacción generalizada, casi mundial, de firmas conocidas que se autoafirman: “Ya lo decía yo”.
Así, en su columna habitual, Laurent Joffrin, quien dirige el diario francés Libération en tándem con Johan Hufnager, ha escrito este 7 de septiembre debajo del titular “Fantasma”: “Publicando en el New York Times un texto asesino para Donald Trump, el desconocido ‘de alto rango’, que afirma ser miembro de una red interna de ‘resistencia´ al Presidente, quizá haya agravado las cosas atizando la paranoia de Trump y permitiéndole detectar a los ‘resistentes’ en cuestión. Pero, a la vista del contenido del texto, esta es una cuestión subalterna. Confirmando las revelaciones publicadas en varios libros, el fantasma del Times expone a la luz una verdad cruel y angustiosa: el pueblo americano ha colocado en la Casa Blanca a un líder con trastornos de carácter e incompetente. Ignorancia de asuntos, pulsiones asesinas, indecisión caprichosa, perturbadora inclinación por los dictadores, sexismo congénito, brutalidad permanente, conspiración agudizada: como en algunas ficciones, la primera potencia mundial está dirigida por un psicópata digno del doctor Strangelove” (el protagonista de la comedia de humor negro “Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú”, realizada por Stanley Kubrick en 1964, ndr.)”.