Viernes,22 de mayo de 2020. Eso es, Federico. Eso es. Una escena para cerrar un capítulo de una serie de moda, un diálogo estremecedor, una verdad presentada de manera ingenua, casi casual, sobre una historia dramática y aterradora. Por alguna razón, fácilmente comprensible, los creadores de El Ministerio del Tiempo han mostrado un especial interés por la figura histórica de Federico García Lorca, de su obra y, desde luego, de él como sujeto creador, como persona que atesoraba un destino fatal pero capaz de provocar una atmósfera irresistible alrededor de su obra o de su personalidad.
Es interesante que la producción audiovisual española, tan dada a la comedia vulgar, al jugueteo con los lugares comunes y al aprovechamiento de la actualidad para dar forma a personajes fácilmente reconocibles y a cuya ramplonería se acomoda con facilidad el paciente espectador, se haya interesado por la historia de España y haya decidido demostrar una sensibilidad hasta ahora desconocida por algo tan valioso como la cultura, la creación literaria o las bellas artes, recogiendo, a través de la simpatía y la broma, el talento creativo de Velázquez o la tragedia lorquiana en toda su dimensión. El ministerio del Tiempo nos cuenta hechos, nos desvela personajes, nos acerca al pasado de forma crítica (basta ver el episodio que convierte a Martín Cerezo, en el sitio de Baler, en lo que era, un psicópata sin piedad).
Dos veces ha acudido Lorca a los episodios de la serie de los hermanos Olivares. La primera, para cerrar una temporada recuperando la magia infinita de la Residencia de la colina de los chopos, y el papel imposible de Pepín Bello, un personaje tan admirable como inédito, o de Dalí y Buñuel, los otros dos de la infatigable amistad que, junto a Lorca, contribuyó a dar forma a algunas de las obras más interesantes del surrealismo español.
En la segunda, el protagonista de la serie siente que su destino de náufrago de la historia le obliga a advertir al poeta: No vayas a Granada, Federico. Te matarán cuando empiece la guerra, el 18 de agosto de 1936. Una advertencia imposible. No era Federico amigo ni de bravatas ni de histriónicos – su histrionismo era otro – de gestos heroicos, más bien era asustadizo y fácilmente impresionable. Su talento trascendía con mucho una apariencia de vulnerabilidad que le acompañó siempre. Y como es sabido, Federico fue precisamente a Granada a buscar la protección y el consuelo de su madre y su familia.
Es sabido también que sus amigos, los Rosales – sobre Luis habrá de pesar la mala conciencia y el mal humor toda la vida -, lo entregaron a una partida de pistoleros falangistas, como ellos. Y es sabido que fue asesinado sin piedad junto a un banderillero y un maestro de escuela, en el barranco de Víznar.
La obra sintetiza en un par de escenas el calvario del poeta a través de una mirada inteligente: Lorca contempla a Camarón de la Isla, en un presente de 1979, cantando la Leyenda del tiempo. El embrujo está conseguido. El poeta dice: Tanto tiempo después, España se acuerda de mí; entonces he ganado yo, no ellos.
Eso es, Federico. Eso es.
Rafael García Rico es director de Irispress Magazine.
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