por Javier Polo.
Se cumplen cuatro años del ahogamiento de -al menos- 15 inmigrantes en el espigón del Tarajal, en Ceuta, cuando intentaban alcanzar a nado las playas de esta localidad y la Guardia Civil se lo impidió usando balas de goma y botes de humo. Recientemente la jueza del juzgado de instrucción número 6 de la ciudad autónoma ha archivado la causa al entender que no está demostrada la perpetración de ningún delito por parte de las autoridades españolas.
Tampoco ningún juez encuentra delito en las devoluciones en caliente que sigue realizando el Gobierno de España en las fronteras tanto de Ceuta como de Melilla. Tampoco hay delito cuando estas devoluciones afectan a menores de edad.
Tampoco existe delito en el incumplimiento sistemático, por parte de España y de un buen número de países de la Unión Europea, de las políticas migratorias que ellos mismos adoptaron. Ni en la violación de los acuerdos internacionales que firmaron.
Sin embargo sí comete un delito quien entra irregularmente en el país, que automáticamente recibe el calificativo de “ilegal” como si ese término pudiese emplearse con las personas.
Sí comete un delito quien huyendo de la desesperación, de la miseria o de la violencia se encarama a una doble verja, cada vez más alta, cada vez más lesiva. Tan eficaz que el mismísimo Donald Trump la ha usado en alguna ocasión como ejemplo de la que quiere levantar en la frontera de Estados Unidos con Méjico.
Sí cometen delito quienes ayudan de alguna manera a acoger inmigrantes o a minimizar las consecuencias de tan masivo éxodo. Es delito la hospitalidad.
Cuatro años después no conocemos el número exacto de las personas muertas en los hechos del Tarajal del 6 de febrero de 2014, como no sabemos el número de muertos que ha habido este fin de semana cerca de Melilla; de los que hubo ayer, ni anteayer… El Mediterráneo, desde el Estrecho de Gibraltar hasta las costas de Italia, se ha convertido en la mayor fosa común que se conoce. Pero ningún juez ve ni verá delitos.
No soy ningún inconsciente, ni tan siquiera un utópico; no me importaría serlo. Sé que las fronteras no pueden ser abiertas indiscriminadamente, que los países del norte colapsarían si no existieran las fronteras. Pero no hay duda de que podemos hacer mucho más de lo que hacemos.
No le pido al gobierno que tenga la valentía que no tiene para casi nada de lo que hace, ni la heroicidad que no le permitirán tener desde Bruselas. Sólo le pido que cumpla las políticas y los tratados que se aprestó a firmar y de los que presume en los foros internacionales. Sólo le pido que respete los Derechos Humanos de todos y todas.
Sólo le pido que reconozca que actuaciones como las de aquel día son miserables y propias de dementes.
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