El método insidioso contra el periodismo y la presunción de inocencia de Pablo González

El periodista Pablo González durante una de sus últimas coberturas en Ucrania, a donde intentaba volver cuando fue detenido en Polonia. © Juan Teixeira / IPS
por Paco Audije

 

Viernes, 14 de julio de 2023. Hace apenas diez días, estuve en la sede bruselense del Parlamento Europeo acompañando al Grupo de Apoyo al periodista Pablo González Yagüe.

Para quien no lo sepa, y todavía queda gente que quizá no lo sabe, lleva casi 17 meses en la prisión polaca de Radom en condiciones duras, con apenas contacto exterior y con predominio del aislamiento prolongado en su celda, tras ser acusado de espionaje a favor de Rusia.

Hablamos de Polonia, un estado miembro de la Unión Europea, en el que predomina una fuerza política ultraderechista que lleva uno de esos nombres de partido quizá poco adecuado respecto a su comportamiento: Ley y Justicia (PiS, Prawo i Sprawiedliwość).

De modo que Pablo, nacido en la extinta Unión Soviética, por azares de su historia familiar, quizá es víctima inadvertida de su tránsito vital. También de su recorrido profesional, porque como periodista su especialización se ha centrado en el área geopolítica de una parte de su familia y en el mundo eslavo. De manera natural, ahí, basó su formación, sus estudios y su ejercicio del periodismo… Hasta el 28 de febrero de 2022, cuando fue detenido por los servicios de seguridad polacos.

Contra el periodista González –por ahora– apenas constatamos otra cosa que las insidias que destilan los servicios y los secretismos llegados desde Varsovia. Los repite bajito el ministro José Manuel Albares, sin que parezca saber mucho más.

En El Mundo, leo a un colega que describe un dossier y/o documentación que habría guardado Pablo González sobre medios de la oposición a Putin. ¿Y?

Todos los periodistas que queremos salir de los lugares comunes almacenamos documentos sobre los temas que tratamos o que pensamos tratar. ¿O no es así?

Quizá al preso Pablo González no le favorece tampoco tener entre sus letrados defensores a uno excesivamente controvertido y mediático. Hace meses (23 de septiembre de 2022) ya expresé aquí mis dudas sobre ello en un artículo que titulé La prolongación de los procedimientos como castigo: los casos de Assange y Pablo Gonzálezhttps://periodistas-es.com/la-prolongacion-de-los-procedimientos-como-castigo-los-casos-de-assange-y-pablo-gonzalez-161921 Pero el asunto fundamental es que –en su carácter de preso a la espera de juicio– sólo ha recibido una docena de visitas consulares, unos pocos contactos –limitados– con su equipo de defensa y dos encuentros con su esposa Oihana Goirena, acompañada esa segunda vez por uno de sus hijos, que son tres, todos menores.

Para él, el horizonte de su comunicación con el exterior ha sido muy limitado: 23 horas en la celda, cartas que tardan meses y otras que son devueltas a los remitentes. Desde hace poco, está acompañado por un compañero de celda no muy estable, según nos dicen.

Hay que ser muy fuerte para mantenerse estable en esas condiciones.

En Bruselas, con alguna torpeza por mi parte, traté de señalar otros casos de periodistas presos que tienen alguna similitud con el suyo:

–Pablo González y Evan Gerschkovich, corresponsal del ‘Financial Times’ detenido en Rusia desde marzo; junto al periodista polaco-bielorruso, Andrzej Poczbout, corresponsal del diario polaco ‘Gazetta Wyborcza’, que ha sido condenado a ocho años de cárcel en Bielorrusia; al lado de Julian Assange, del que no cabe ignorar su duro castigo mediante un procedimiento multipolar e inacabable, tienen algo en común: todos sufren acusaciones de ser espías o de haber atentado contra la seguridad nacional de los países por los que transitaban o en los que trabajaban en un momento determinado.

Ese hilo conductor, en el caso de Pablo González, surge tras sus coberturas periodísticas de la guerra de Ucrania para medios diversos. Coberturas que son públicas por definición, claro. En ese campo, él tiene un horizonte mental bastante mayor que quienes no sabemos ni ruso, ni polaco, ni distinguimos la música del idioma ruso de su pariente eslava, la lengua ucraniana.

Desde luego, por experiencia propia, sé que los periodistas somos siempre sospechosos en todos los conflictos. Ya señalé en Bruselas que un colega marroquí me dijo un día que yo era ‘un espía argelino’ [sic]; en Kosovo, alterné las sospechas ajenas de ser un espía kosovar (los días pares) con las de ser espía serbio (los días impares).

Desde el estereotipo y la perspectiva de algunos expertos, el periodismo y el espionaje son hermanos gemelos. No es así, sino todo lo contrario.

Para los periodistas que merecen ese nombre, el estado natural del periodismo implica las libertades de palabra y de movimientos, la libertad de expresión en sentido amplio, la libertad de investigar y la libertad de comunicar, dentro de los códigos éticos del oficio.

La esencia de todo ello es lo más opuesto que puede haber a la médula del espionaje. El objetivo es diametralmente contrario, aunque haya periodistas que se alejen del respeto a las reglas. Es en este sentido en el que hay que defender a Pablo González, defendemos su libertad de movimiento como periodista y –desde el punto de vista ético y democrático– todas las libertades a las que me he referido antes.

Su castigo repentino tiene que ver con su vida, con la percepción configurada por otros, con una especie de maldición biográfica: Pablo González tiene doble nacionalidad, española y rusa, y el ruso es también para él idioma natural, lo mismo que el español.

Y los señores de los servicios creen siempre que los periodistas – almacenadores y repartidores de información– no podemos ser otra cosa que espías. En ese campo del espionaje, hay paraguas y coberturas diversas: desde la cobertura diplomática hasta la alta cocina, desde la fontanería hasta los expertos digitales (bueno, estos más). Los profesionales del espionaje polaco parecen haber centrado sus sospechas en una presa fácil: se trata deun periodista bien situado para entender el conflicto bélico de nuestro tiempo..

En esta misma publicación, ya señalé el caso de varios periodistas italianos, Salvatore Garzillo, Andrea Sceresini y Alfredo Bosco, que tropezaron con las autoridades de Ucrania, mientras se desplazaban por aquel país.

Añádamos que la precariedad actual del ejercicio del periodismo (eso incluye a Pablo González) produce una falta de impacto en la opinión que sigue la guerra. Los lectores y espectadores no saben nada de las duras condiciones laborales que sufre la mayoría de los enviados especiales (débiles contratos, sin seguro de riesgos, con propietarios de medios dispuestos a olvidarlos al primer traspiés, sin suficiente respaldo de la profesión).

Para ganarse la vida, siempre obligados a una multiactividad extenuante y peligrosa. Cuando alguno muere, cae o se convierte en detenido (o es expulsado de la zona), los editores y propietarios de los medios apenas levantan la voz y esquivan ese tipo de parones enviando al frente a otro (precario) profesional de la información. Le suivant, lascia andare il proxximo, next ! Malditos sean.

En Bruselas, algunos europarlamentarios (-as) se comprometieron a presionar para una apertura mayor del caso para acelerar el juicio.

Así él podría defenderse mejor.

Ha habido nuevas iniciativas: una carta del Grupo de Apoyo de Madrid al ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, pidiendo que Pablo González pueda ingresar en una cárcel española, a la espera del juicio en Polonia. Mejorarían sus condiciones de encarcelamiento en lo que se ha llamado –no sin algunas razones– el Guantánamo polaco.

Hace poco, el Comisario de Justicia de la Unión Europea, Didier Reynders, ha reabierto esa posibilidad al responder a la eurodiputada Idoia Villanueva (grupo The Left en el PE).

– “…la Decisión Marco 2009/829/JAI del Consejo permite que un sospechoso sea objeto de una medida de vigilancia en su país de origen hasta que el juicio tenga lugar en otro país, en lugar de ser sometido a prisión preventiva en un país extranjero…”

Es decir, que Pablo González podría regresar y no tendría que estar necesariamente preso, sino bajo control judicial y policial.

En Polonia, el contexto es la guerra de Ucrania. También que los dirigentes polacos siguen chocando con la Comisión y el Parlamento Europeo. Sus enfrentamientos con las instituciones de Bruselas no cesan, por la falta de respeto a la división de poderes por parte del Ejecutivo de Varsovia, donde el verdadero hombre fuerte de Polonia, Jaroslaw Kaczynski, presidente del PiS, ha regresado. Está de nuevo en el Gobierno, como viceprimer ministro.. Hoy, la misión oficial del regresado Kaczynski (que nunca se fue de verdad) es coordinar la acción de todos los ministerios, a medio año de unas nuevas elecciones en un país dominado por los ultras de derecha, que sin embargo perdieron las elecciones municipales en su capital, donde el europeísta Rafal Trzaskowski logró derrotar al candidato del PiS.

Ese panorama de inestabilidad política no favorece un posible amparo para Pablo González. Contra Varsovia, sería necesaria una acción decidida desde Bruselas y por parte del Gobierno español. Y en particular, de su ministerio de Asuntos Exteriores. Pero Albares es –ha sido– el gran ausente del caso. Se  ha limitado a dar crédito a los rumores y secretismos que generan quienes detuvieron al periodista.

Ha habido rumorología y silencios mediáticos estruendosos, artículos (pocos) echando más leña al fuego. También insidias, incluídas algunas contra su familia. En ese sentido, las tremendas condiciones carcelarias de Pablo González y su presunción de inocencia no parecían lo más importante. Se han relativizado.

En Washington, la administración Biden reafirma que Gerskovich está «injustamente detenido». En Varsovia, piden la liberación del periodista Andrzej Poczbout. En Londres, las organizaciones de defensa de los derechos humanos, las oenegés en favor de la libertad de información y la National Union of Journalists of Great Britain and Ireland, son unánimes: hay que poner fin de una vez por todas al calvario de Julian Assange.

¿Quién bloquea algo parecido en España? Creo que el silencio administrativo y la destilación constante de insidias que brotaron en Polonia en el mismo momento en el que Pablo González empezó a ser interrogado por los servicios de allí. Eso incluso ha caladoala entre colegas de la profesión.

Siempre nos sugieren que hay algo «grave» que saben, pero que no pueden decirnos. Al cabo de año y medio de prisión, de aislamiento y condiciones muy restringidas de comunicación con el exterior, ese entramado de voces calladitas, sugerencias incompletas e insidias empieza a resultar difícilmente sostenible.

No podemos seguir navegando sobre las insidias y por encima de la presunción de inocencia. Porque hasta hoy nadie ha entrevisto nada preciso, ni sabemos nada de las pruebas que dicen detentar los acusadores surgidos en Polonia como si fueran quienes poseen una verdad revelada y secreta.

En el mundo, asesinan periodistas en muchos lugares y hay centenares más que tuvieron que partir hacia el exilio para salvar su vida. Proceden de países como Afganistán, Marruecos o Siria. También de Guatemala, Nicaragua, El Salvador y México, donde el asesinato de periodistas resulta casi siempre impune.

La  Federación Internacional de Periodistas (FIP) y otras organizaciones de defensa del periodismo cifran en casi cuatrocientos el número de los periodistas presos. Pablo González es uno de ellos. Su caso, sin embargo, tiene un componente inesperado: está encarcelado en la UE en condiciones indignas de la Europa democrática, mientras representantes públicos y de la profesión siguen hablando muy poco y en voz baja de su encarcelamiento.

Paco Audije es periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

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