Y bajo el arco se deslizaron los siglos
cargados por la historia que nos marcó.
Miraba su reflejo en el agua quieta que, en su sigilo,
las horas muertas apresó.
Fugaces dedos que fueron y vinieron
mezclados con caricias infinitas
que el tiempo transformó en reproches.
Los árboles querían comerse el paisaje,
absurdas ramas con brotes de olvido,
en una primavera que quería escapar…
porque florecer era demasiado evidente
si el agua reflejaba el engaño.
Y el puente resistía el paso de los tiempos,
tiempos infinitos y fugaces
que entremezclaron risas y llanto.
Tiempos que afianzaron aquellos recuerdos
y que ni el reflejo del agua supo
¡cómo se puede amar tanto!
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