Venga, va, que seguro que eres human@ y en algún momento se te ha hecho este confinamiento largo, largo como la cuaresma o la cuarentena o lo que sea esto. A mí si, la verdad. Vale que siempre hay algo que hacer y muchas veces parece que tengamos la “agenda llena”, que si fabricar pan, que si salir a aplaudir, los deberes del cole, el teletrabajo (quién lo tenga y no le toque salir “a currar” o algo peor). Seguro que a pesar de todo en algún momento te has levantado a dar unos golpecitos al reloj, para ver si se ha parado o para ver si lo podemos achuchar un poco. No lo niegues, esa sonrisa te delata.
Pues ahora tu imagina como podía ser todo si en lugar de estar encerrado con tus seres queridos, en casa, lo estuvieses a solas con “la bestia”. Ese sujeto que no es más que un error en tu vida, alguien que aparentaba ser un príncipe azul y no llega ni a rana de charca. Alguien que le prometía una vida feliz hasta que creyó tener falsos derechos sobre otra persona. Pero claro, cayó en la trampa y salir de ella era difícil, tanto que acabaste por asumirlo y confiar en que se pasa todo el santo día en el bar y cuando vuelve está como una cuba tanto que aguantas los insultos y los golpes porque “cambiará y volverá a ser el mismo”. En el fondo sabes que lo que te dicen los que te queremos es verdad, no va a cambiar nunca y nadie merece aguantar el desprecio de nadie y menos todavía del ser de inframundo en el que se convirtió Pepe.
Imagina lo que debe estar pasando Mari, la pescadera. Hoy me ha venido a la cabeza y no me atrevo a teclear nada en el whatssap, por si “el innombrable” le intercepta la conversación y ocurre como aquél día en en que se enteró y el día después la vimos, triste, detrás del mostrador con la cara hinchada “porque se había caído”. Llamamos ya varias veces a la policía y siempre les dijo “que no pasaba nada”, le suplicamos que denunciase, le metimos en las listas de la compra papelitos pidiendo que llamase a 016. Todo lo que sea menos mirar hacia el otro lado. Ahora allí debe estar, en un piso de 55 metros cuadrados, rehipotecado, encerrada más de veinte días con un energúmeno que debe estar en pleno mono “post alcoholico”. Espero, de verdad que haya conseguido salir a la farmacia de la esquina a pedir una “mascarilla 19” y que unos señores vestidos de azul o de verde se lo hayan llevado en coche a comisaría. Lo merece, cualquier salvaje que levante la voz, intente humillar o desprecie al ser que eligió para su confinamiento merece verse las caras con un juez. Inmediatamente.
Pero falta que no nos escondamos, falta hacer ver que el que cruza la delgada línea entre la humanidad y la bestialidad no volverá, se ha adentrado en el bosque al que nadie debe seguirle si no es para atraparlo y meterlo entre rejas.
La verdad, esta historia no me gustaría ni habérmela imaginado, pero siento que hoy está ocurriendo en muchos hogares, puede que no se llame Mari y que no sea pescadera. Puede ser tu vecina, puede ser tu família y puedes ser tu misma. Piensa si conoces alguna “Mari”, si es así has de saber que tu silencio te hará cómplice de un maltrato más, de una vida destruida más. Ahora más que nunca debemos pensar en todas aquellas que no supieron ver a tiempo que su príncipe no llegaba ni a triste renacuajo de charca y ahora están encerradas en un piso pequeño con él.
Piensálo, por favor.
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