En un momento como el actual, inmersos en plena crisis del coronavirus, en que parte de nuestra experiencia emocional y afectiva va a verse obstaculizada por elementos condicionantes externos, es importante que dediquemos un tiempo a reflexionar sobre el deseo erótico y sus implicaciones para nuestra vida.
La sexualidad es un proceso vital continuo que comienza en el momento en que nacemos y termina con la muerte. La manera en que vivimos nuestra sexualidad no depende en exclusiva de nuestro cuerpo, ya que es variable y tiene mucho que ver con las relaciones que establecemos tanto a nivel intrapersonal (con nosotros/as mismos/as) como a nivel interpersonal (con otras personas).
El deseo erótico es solo una parte de esa sexualidad, importante pero no exclusiva. Podemos decir que el deseo es la forma en que ponemos en juego nuestro potencial de vinculación, planteamos dinámicas de seducción y buscamos activamente placer.
¿A qué estímulos reaccionan hombres y mujeres?
El deseo erótico es complejo, cambiante y no siempre va de la mano del pensamiento racional. En torno a las diferencias entre los géneros, se supone que ellos reaccionan más a estímulos evidentes y visuales y ellas a relatos construidos y simbólicos. Sin embargo, hay tantas identidades como personas y, por tanto, determinar en base a lo binario la complejidad o no del deseo es un error.
Este deseo tiene mucho que ver la concepción de bienestar y las estrategias y habilidades comunicativas. Solemos entender que sentir deseo es sentir “ganas de practicar” relaciones eróticas, principalmente aquellas que incluyen penetración o contacto genital. Sin embargo, no existe una única definición de deseo, y es perverso jerarquizar y dar más importancia a un tipo de deseos que a otros.
Si priorizamos, entenderemos que el deseo de abrazar, besar, compartir planos vitales y proyectos en común o de comprometerse es menos vinculante e importante que el deseo de tener encuentros físicos; obviando planos significativos de la vivencia relacional.
No debemos aspirar a una meta irreal
La visión de la sexualidad que ofrecen los medios y los referentes hegemónicos es limitada y no obedece a las realidades experienciales de las personas, generando obligaciones en términos cuantitativos: si no tienes tantas relaciones a la semana, tu vida sexual va mal. Si tomamos el mito del amor romántico como prisma desde el que entender las relaciones siempre aspiraremos a una meta irreal en la que el deseo viene “naturalmente”, surgiendo como estallido fusional y respuesta a un todopoderoso amor. ¡Cualquier persona que haya tenido una relación durarera sabrá que esa explosión se limita a los primeros tiempos de la relación!
Aquí nos enfrentamos al primer elemento prioritario de análisis: ¿qué es tener “poco deseo erótico”? Si bien existen ciertas pautas desde la psicología o la psiquiatría que definen las situaciones de bajo deseo o “deseo hipoactivo”, es importante empezar a deconstruir ese concepto para entender la diversidad humana y relacional en toda su potencialidad.
Hay que poner en común intereses y prioridades
Otra de las problemáticas que debemos abordar es la dificultad que tenemos para comunicarnos de manera asertiva y empática, lo que nos lleva a una desconexión potencial y una falta de puesta en común de intereses y prioridades. Las dificultades de comunicación generan problemáticas cotidianas de convivencia, que van desde la incapacidad para gestionar conflictos hasta la falta de comprensión de las emociones de la otra persona.
Además, no solo nos comunicamos de manera verbal y explícita y muchos de los conflictos que nos afectan no tienen tanto que ver con las palabras que decimos como con las que faltan por decir. Este momento de encierro obligatorio es una buena oportunidad para trabajar habilidades comunicativas, escucha activa y lenguaje asertivo. Es muy importante ser conscientes de que las expectativas proyectadas son injustas para las otras personas y que es fundamental hacer un ejercicio de traducción simultanea de todo lo que tenemos en la cabeza para hacernos entender.
Otro punto clave es atender al lenguaje del cuerpo. El cuerpo también se comunica con nosotros/as en forma de reacciones y emociones. Si no deseamos, quizás es que no estamos viviendo aquello que nos gustaría vivir. Detrás de las respuestas hipoactivas a veces hay gritos de alerta que nos avisan de que hay cosas que debemos cambiar, con las que no nos sentimos a gusto o que no van bien. Puede ser en el ámbito de la pareja (una relación abusiva, falta de entendimiento mutuo) o a nivel individual (bajo estado de ánimo, estrés, falta de autoestima, etc).
¿Qué papel juega el cerebro?
El cerebro, en su plano más químico y físico, también tiene mucho que decir en esto. Desde el proceso de enamoramiento hasta las respuestas fisiológicas que se ponen en marcha en los encuentros íntimos con las personas que nos atraen están mediadas por transmisiones neuronales concretas y revoluciones hormonales que nos provocan emociones fuertes difíciles de controlar racionalmente.
Junto a todo este entramado bioquímico, es importante referir la importancia que la salud mental tiene sobre el deseo erótico. Fenómenos como la depresión, la ansiedad o las condiciones que afectan a la relación que tenemos con nuestro autoconcepto pueden complicar la manera en que deseamos. La toma de determinados medicamentos también puede afectar a toda esta ingeniería bioquímica.
Conjugar obligaciones y placeres
Los factores ambientales y sociales que suponen ritmos de vida frenéticos y poco tiempo para el contacto y el placer son muy dañinos para la capacidad de conectar. Dedicar la mayor parte de nuestros días al trabajo productivo, en ocasiones de manera solitaria y dependiente de objetivos estrictos, puede someternos a bucles infinitos en los que no tenemos tiempo para dedicarnos a nuestras necesidades afectivas. Las jornadas eternas de trabajo y otras obligaciones (desplazamientos, tareas diarias, cuidados no remunerados, hobbies o intereses, etc.) hacen verdaderamente complicado conjugar obligaciones personales y placeres eróticos.
A modo de conclusión: si queremos que el deseo permanezca debemos ponerlo en el lugar que se merece. Las evidencias apuntan que si no dedicamos tiempo a trabajar todo aquello que rodea al deseo, el deseo tendrá cada vez menos espacio en nuestra vida. Para esto hace falta, por un lado, pautas para el trabajo personal en torno al desarrollo de la propia erótica y, por el otro, tiempo libre para dedicarnos a ello. Entendernos nosotras/os mismos/as y ser capaces de expresar lo que queremos, sentimos y buscamos es un reto vital.
Soraya Calvo González, Profesora Ayudante Doctora. Departamento de Ciencias de la Educación, Universidad de Oviedo. Doctora en Equidad e Innovación en Educación (UniOvi, Unican, UVigo, USC y UDC) con la tesis doctoral "Aproximación al modelo de comunicación afectiva en redes sociales de la juventud asturiana. Implicaciones para la intervención socioeducativa" (Sobresaliente CUM LAUDE y Premio Extraordinario de Doctorado).
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