Jueves, 23 de febrero de 2023. Cuando se cumple un año de la invasión rusa de Ucrania, la realidad se esfuerza por recordarnos la crueldad de la guerra. Desde que el presidente Putin diera la orden de invadir Ucrania, un número indeterminado de personas (110 000, según la ONU y 200 000 según Estados Unidos, de los cuales 40 000 son civiles) han perdido la vida en este conflicto.
El número de personas que ha tenido que abandonar su casa (15 millones) duplica al de la Segunda Guerra Mundial. Si nos centramos en los niños, las cifras son aún más devastadoras: los muertos superan los mil, los desaparecidos son más de 300 y unos 12 000 han sido raptados por las fuerzas rusas.
Con esta apocalíptica situación entramos en el segundo año de guerra, fecha muy adecuada para hacer un balance de lo que ha ocurrido desde el 24 de febrero de 2022.
Maniobras militares previas
Si bien es cierto que la invasión de Ucrania no comenzó hasta 2022, los ejercicios militares llevados a cabo por Rusia durante el otoño de 2021 y durante los primeros meses de 2022 no fueron más que un preparativo para la guerra. De hecho, entre el 10 y 20 de febrero de 2022 en el marco de los ejercicios “Determinación Aliada”, Rusia y Bielorrusia desplegaron un volumen de fuerzas militares (30 000 hombres) que, según Estados Unidos, suponían el 70 % de lo necesario para invadir Ucrania.
Los efectivos humanos movilizados en la frontera, el despliegue de misiles S-400, los aviones Su-25 y Su-35 (traídos del este de Rusia), así como los 15 buques de guerra desplegados en el Mar Negro, no hacían presagiar nada bueno.
Sin embargo, en defensa de los que no anticiparon la invasión, hay que decir que este tipo de ejercicios habían sido habituales en los años anteriores y, de hecho, en septiembre de 2021 los ejercicios ZAPAD fueron mucho más masivos, con la movilización de hasta 200 000 soldados rusos.
Entre el 17 y el 21 de febrero, los líderes de las autoproclamadas repúblicas de Luhansk y Donetsk denunciaron ataques por parte de Ucrania y solicitaron formalmente ser reconocidas como independientes.
El 21 de febrero Putin dio un discurso al pueblo ruso en el que afirmó que la creación de Ucrania había sido un error y que se había convertido en un régimen nazi y rusófobo.
Para revertir “esta situación” Putin solicitaba al Consejo Federal el uso de la fuerza para “desnazificar” Ucrania. Dos días más tarde, a las 6 de la mañana, las fuerzas rusas acumuladas en la frontera con motivo de los ejercicios militares lanzaban “una operación especial” en Ucrania.
Fase 1: Guerra relámpago – cambio de Gobierno (24 de febrero–6 marzo)
El plan del Kremlin era lanzar una triple ofensiva (desde Rusia hacia Kiev, desde el Donbás hacia Jarkiv y desde Crimea hacia Jersón) que debería haber hecho colapsar el país en poco más de 15 días. Una vez depuesto el gobierno ucraniano, situaría al frente del mismo a un títere (probablemente a Viktor Medvedchuk) quien, siguiendo el modelo de Crimea, solicitaría la adhesión de Ucrania a la Federación Rusa.
Si bien es cierto que las experiencias pasadas en Georgia y Crimea hacían pensar que podría ser posible, la reacción del presidente Zelensky y la numantina resistencia de la población ucraniana impidieron que el plan pudiera consumarse con éxito.
Frente a esta estrategia rusa, Kiev preparó una estrategia interna y otra para el exterior.
En el plano interno, el 25 de febrero, el gobierno de Kiev publicaba un vídeo en el que sus miembros, vestidos de militar, anunciaban su voluntad permanecer en sus puestos, lo que provocó que la población se alzara en armas contra el invasor.
Además, en el plano internacional, Zelensky se dirigió a los principales parlamentos del planeta haciendo que la causa ucraniana se convirtiera en la causa de todos los demócratas del mundo.
Así, 15 días después del comienzo de la invasión y a pesar haber ocupado el 25 % del territorio ucraniano, Rusia no pudo seguir avanzando.
Fase 2: Primera ofensiva ucraniana (7 marzo–6 mayo)
Una vez Kiev recibió las primeras remesas de armas, Ucrania pasó de la defensa al ataque. Partiendo de la capital, los ucranianos avanzaron por las dos orillas del Dniper liberando ciudades como Bucha o Irpin, donde la salida de los rusos hacía visibles los crímenes contra la humanidad que allí habían cometido.
En esta fase se produjeron las primeras visitas de líderes extranjeros, lo que debe ser interpretado como el inicio del apoyo decidido a Ucrania.
Por otro lado, tanto en el este como en el sur se produjeron avances importantes de los ucranianos, llegando el 7 de mayo a expulsar a los rusos de Jarkiv y estabilizando el frente en el Donbás y en el ur (Oblast de Jersón y Zaporiya).
Mención especial merece la resistencia de Mariupol, ciudad que con su sacrificio drenó muchos recursos humanos y materiales de Rusia.
Fase 3: Avance ruso – entrenamiento ucraniano (7 de mayo – 25 de agosto)
Entre mayo y septiembre los rusos cosecharon algunas victorias, esencialmente en el Donbás. Los avances rusos venían precedidos de ataques con artillería sobre el territorio que posteriormente ocupaban. Los ucranianos se limitaron a mantener las posiciones ganadas en la fase anterior, mientras soldados ucranianos se entrenaban, en lugares como Alemania, Reino Unido, Estados Unidos y España, sobre el funcionamiento de las armas que posteriormente iban a usar en la siguiente fase: los HIMARS y los AGM 88 HARMS
Fase 4: Segunda ofensiva ucraniana (25 agosto – 11 de noviembre)
A finales de agosto comenzó la segunda ofensiva ucraniana. Si bien es cierto que los HIMARS habían centrado su acción en el frente sur, sobre todo en Crimea y en las líneas de suministro que salían de sus bases, Kiev apostó por una ofensiva en el noreste, algo que cogió por sorpresa al Kremlin. Este hecho propició que Rusia reforzara sus líneas moviendo 25 000 hombres de la zona del frente norte al sur.
Con las defensas debilitadas en el noreste, el ejército ucraniano hizo uso de los AGM 88- HARMS, un misil que actúa contra los radares limitando la capacidad de detección de movimientos de tropas, que permitió que la caballería ucraniana penetrara en las líneas enemigas. Una vez dentro, los ucranianos embolsaron a las tropas enemigas que no tuvieron más remedio que rendirse.
Con esta táctica, Ucrania recuperó un total de 60 572 kilómetros cuadrados y ciudades tan importantes como Liman o Jersón.
Fase 5: Estancamiento generalizado y castigo a la población civil (12 noviembre – hoy)
La segunda ofensiva ucraniana provocó la ira de Putin, quien reaccionó, por un lado, movilizando a 300 000 hombres y, por el otro, atacando con misiles a la población ucraniana, un hecho que jurídicamente es un crimen de lesa humanidad.
Ucrania se vio obligada a concentrar sus esfuerzos internacionales en la consecución de baterías antiaéreas con las que proteger a su población.
En el campo de batalla, en esta quinta fase, Rusia ha concentrado sus esfuerzos en Soledar, Bajmut y Vuhledar (Donbás), donde, si bien casi no ha logrado recuperar territorio, sí que ha registrado muchas bajas, las más elevadas desde el comienzo de la invasión.
Ahora mismo el futuro de la guerra se está jugando fuera del campo de batalla, en los despachos y en los centros de entrenamiento.
Si los ucranianos logran convencer a los europeos de que lo que está en juego es algo más que el futuro de Ucrania, Europa seguirá siendo el continente de la libertad. De lo contrario, el viejo continente volverá a un periodo tan oscuro como la Edad Media.
Alberto Priego es Profesor Agregado de la Facultad de Derecho- ICADE, Departamento de Dep. Público. Área DIP y RRII, Universidad Pontificia Comillas. Doctor en Relaciones Internacionales. Licenciado en Ciencias Política y de la Administración -Especialidad en Relaciones Internacionales, con Mención en Estudios Europeos (UCM). Ha sido visiting scholar en think tanks como East West y universidades extranjeras como, University of Reading, Coimbra o en la School of Oriental and African Studies Postdoctoral Felllow). Se incorporó a la Universidad Pontificia Comillas en 2010. Colabora con asiduidad con diferentes medios de comunicación (El Mundo, El Confidencial, El País, RNE, la Cope etc...).
Se cumple el primer año desde el inicio de la agresión de Putin a Ucrania, dando continuidad –de una manera extremadamente violenta– al intervencionismo desarrollado desde el año 2014 tras el Euromaidán y la anexión ilegal de Crimea.
Las falacias argumentales en las que se envolvió el discurso del Kremlin para justificar una acción indefendible e inaceptable quedaron globalmente desacreditadas ante un uso ilegal de la fuerza armada y un atentado contra la integridad territorial de Ucrania.
La protección de la minoría rusa en el Donbás, que estaba siendo objeto de un genocidio por parte de las autoridades de Kiev, la desnazificación del Gobierno y de las fuerzas de seguridad ucraniana o el incumplimiento de los Acuerdos de Minsk I y II, alcanzados por ambas repúblicas en el marco negociador de la OSCE figuraban, entre otros, junto a la potencial adhesión de Ucrania a la OTAN.
El carácter neoimperialista de la acción conecta con dos elementos esenciales para la Rusia actual: el temor al contagio democrático y la imposibilidad de integrar a Ucrania en los proyectos regionales liderados por Moscú, la Unión Económica Euroasiática y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva.
Evolución de la guerra
Desde el 24 de febrero del pasado año 2022 asistimos a un conflicto bélico marcado por el desastre humanitario, con un flujo de refugiados hacia diversos Estados europeos que supera en estas fechas los ocho millones de ciudadanos ucranianos, y a la destrucción sistemática de las infraestructuras energéticas y la devastación de la economía de Ucrania –con una caída del PIB superior al 30 %–.
Tras una ofensiva inicial generalizada, cuyo propósito parecía ser una rápida toma de Kiev, acompañada del derrocamiento del Gobierno de Zelenski (o su exilio), las fuerzas armadas rusas han ido retrocediendo hasta alcanzar una fase en el conflicto caracterizada por el estancamiento de las respectivas posiciones, coincidiendo con la campaña de invierno.
El apoyo militar occidental (Estados de la UE, Reino Unido y Estados Unidos –este último asciende a cerca de 30 000 millones de dólares–) ha permitido a Ucrania mantener el pulso ante un dubitativo Ejército ruso, cuantitativamente superior en efectivos humanos y equipamiento militar, pero que ha evidenciado notables carencias. Esto ha provocado sucesivos cambios en el mando de las operaciones, hasta acabar siendo dirigidas por el jefe del Estado Mayor, el general Guerásimov, autor de la doctrina militar sobre las guerras híbridas que lleva su nombre desde la publicación de su trabajo en el año 2013.
Errores de cálculo de Putin
Parece evidente que Putin ha cometido algunos errores de cálculo. El primero, la capacidad de resistencia de Kiev. El segundo, la reacción coordinada de una parte de la comunidad internacional, auxiliando a Ucrania y sancionando a Rusia.
En un tercer ámbito, ha conseguido con su agresión aquello que constituyó un argumento esencial en el ámbito de la seguridad de Moscú: la ampliación de la OTAN hasta las fronteras rusas con la adhesión de dos Estados tradicionalmente neutrales, como Suecia y Finlandia.
En último término ha provocado el efecto contrario al deseado en términos identitarios: ha reforzado la identidad étnico-cultural ucraniana del intento de absorción y dilución en la rusa, justificando una estatalidad independiente con la que Putin quería terminar.
La comisión de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad están siendo objeto de procesos de investigación. En la Corte Internacional de Justicia está en marcha una interesante maniobra ucraniana frente a la demanda presentada por Rusia en el marco de la Convención para la Prevención y Sanción del Genocidio. Excluida la posibilidad del crimen de agresión, parece poco probable la rendición de cuentas de Putin y de los jerarcas políticos y militares de su régimen ante la Corte Penal Internacional.
Escenarios de futuro
La evolución del conflicto sigue siendo incierta. Los pronósticos han errado sistemáticamente. Desde la caída inminente de Kiev durante los primeros días de la invasión hasta la retirada total de las tropas rusas –incluida Crimea– antes de finalizar el pasado año 2022, el escaso rigor y un mínimo de contención han estado muy presentes a la hora de reconocer la dificultad de conocer los auténticos objetivos mínimos irrenunciables de Putin en esta escalada militar.
Dos aspectos relevantes pueden coincidir en la previsible congelación del conflicto. El apoyo económico y militar occidental puede haber tocado techo por dos razones: el desgaste temporal y la pérdida de atención mediática al conflicto está afectando a las sociedades civiles que, cada vez más, van alejando el foco de interés de Ucrania. Además, los Estados implicados están bordeando la línea que separa el apoyo externo de la implicación directa en el conflicto.
Por parte del Kremlin, la opción de consolidar el control territorial de las regiones ocupadas para iniciar un proceso de negociación política-diplomática que prolongase indefinidamente la fragmentación territorial de Ucrania podría ser una opción menos costosa que el mantenimiento de la guerra. La instrumentalización de este tipo de herramienta ya le ha dado sus frutos en otros conflictos en el espacio postsoviético.
En un escenario parecido, las dificultades para que Ucrania se adhiriese a organizaciones regionales como la UE o la OTAN son muy notables. Por no mencionar el coste económico y temporal de una reconstrucción postbélica de la república, que se antoja muy compleja.
Las consecuencias domésticas para Moscú de una eventual derrota en su “operación especial” –pérdida territorial de lo conseguido en el año 2014– provocarían el final del régimen de Putin, lo que no necesariamente supondría un líder político alternativo más conciliador. Por ello, no parece un escenario muy factible ya que podría provocar actuaciones imprevisibles, desesperadas y radicales en el ámbito militar.
Fisuras del orden internacional liberal
En cualquier caso, parece que el orden internacional liberal imperante presenta notables fisuras y la fragmentación regional está ya presente. Apoyados en valores y principios propios (eurasianismo), potencias revisionistas del ordenamiento jurídico internacional como Rusia o China (con otros socios relevantes) han empezado a trazar sus propias agendas y alianzas estratégicas al margen del institucionalismo global.
La incipiente comunidad de autocracias cuenta, además, con una vocación expansionista que penetra en continentes como África. La protección global del derecho internacional humanitario, de los derechos humanos y el respeto del derecho internacional contemporáneo están claramente amenazados; la agresión a Ucrania lo evidencia plenamente.
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