Martes, 26 de abril de 2022. De Almeida a Piqué, de Ayuso al duque de Feria. Todos aseguran que el cobro de comisiones millonarias por mediar en contratos es “lo normal”, “perfectamente legal”, “el mundo en que nos movemos”, “acorde al mercado”…
Esta casta de “comisionistas friendly” pretende convencernos de que “así funciona la economía”, y el que no lo acepta, el que no se adapta o el que no participa, es un ignorante, un torpe o un izquierdista trasnochado.
No es algo nuevo. Antes lo llamábamos “la cultura del pelotazo”. Ahora han sofisticado algo el discurso y los procedimientos. Pasan de la recalificación urbanística a la comisión por intermediación, y de la concesión de amiguete a la criptosecta.
Pero en esencia es lo mismo. Se trata de ganar dinero fácil y en abundancia mediante contactos espurios, gestiones bajo cuerda y siempre al filo de la legalidad.
¿A quién le importa la calidad, la eficiencia o la innovación cuando puede obtenerse un rendimiento millonario con un par de llamadas al hermano de una presidenta o al primo de un alcalde?
Sin embargo, esto no es “lo normal”, ni mucho menos. Y, desde luego, no es lo propio de una economía competitiva o de una sociedad moralmente exigente.
El comisionismo deambula entre la ilegalidad manifiesta y la inmoralidad flagrante, entre el delito del tráfico de influencias y el saqueo vomitivo de las arcas públicas. Solo es “acorde” a un mercado ineficiente y una sociedad enferma.
El dinero que los comisionistas se llevan “pa’ la saca” se hurta al interés general, sea en la Comunidad de Madrid, sea en el Ayuntamiento de la capital, o sea en la federación de fútbol.
Esos “palos” que se embolsan hermanos, primos y duques debieran financiar la sanidad pública, la educación pública, las prestaciones a los más vulnerables, o el apoyo al deporte de base.
Esas comisiones inmorales desincentivan la competitividad de las empresas, pervierten las licitaciones públicas y socavan los cimientos de una economía sólida.
Además, promueven los valores más incívicos, los del egoísmo, los del individualismo extremo, los de la insolidaridad, los del “sálvese quien pueda”.
Y alimenta a la ultraderecha antisistema. El campo de juego de los odiadores se ensancha cuando las instituciones democráticas y la economía de mercado parecen amparar estos comportamientos deplorables.
La derecha lleva décadas gobernando Madrid conforme al principio de “tonto el último” en trincar en la caja pública a través del hermano, del primo o del duque. Han convertido el “comisionistas friendly” en todo un estilo de gobierno.
Hace unos días, la presidenta Díaz Ayuso se felicitaba porque el acuerdo entre el PP y la ultraderecha convertía la comunidad de Castilla y León en una comunidad de “socialismo free”.
Resulta curioso, por cierto, que se den golpes de pecho con la defensa de la lengua castellana en Cataluña, mientras aquí, en la capital del castellano, caigan recurrentemente en el anglicismo más paleto…
En todo caso, puestos a darles respuesta, los madrileños demandamos un mucho más interesante “Comisionistas Free” para nuestra región.
Hay esperanza. Porque cada día más madrileños conocen las muchas diferencias que existen entre las trayectorias y el carácter de Juan Lobato e Isabel Díaz Ayuso, entre Mercedes González y José Luis Martínez Almeida.
Rafael Simancas es Secretario de Estado de Relaciones con las Cortes y Asuntos Constitucionales
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