«La idea de Evo Morales era gestionar los propios recursos para seguir invirtiendo en reducir la desigualdad y beneficiarse del intercambio tecnológico»
«Quizás lo que está pasando en Bolivia es que hoy, como hace 500 años, le duelen sus entrañas»
«La historia nos dirá si un Gobierno democrático vale un Potosí o un Salar de Uyuni, y si se pagará con, litio, el oro blanco».
Colchani es un pueblecito de Bolivia. Antiguamente pasaban los trenes cargados de minerales camino a las costas del Pacífico. Aún siguen pasando algunos mercancías que cruzan el famoso distrito de Potosí. A quién no le suena Potosí y su Cerro Rico, de donde se decía cuando la dominación española que había tanta plata que se podía construir un puente entra América y Europa.
El pasado domingo me acordé de la plata, del Cerro Rico y de Potosí, justo cuando se conoció el Golpe de Estado contra el Gobierno de Evo Morales. Pero también me acordé de Colchani. Y es que este pueblo es también la entrada al salar de Uyuni, un paraje de increíble belleza natural que es el principal reclamo turístico del país. Pero el salar, como el Cerro Rico, no sólo es conocido por las estampas fotográficas, también por lo que guarda en su subsuelo, es la principal reserva mundial de litio.
Lo recuerdo porque precisamente estuve allí este verano y así me lo contó el guía que hacía el correspondiente tour turístico por la zona. El litio se conoce también como ‘oro blanco’, porque se utiliza sobre todo para fabricar las baterías de los coches eléctricos. Su demanda ha crecido de forma exponencial los últimos años y se espera que siga siendo así. La pregunta para nuestro guía era obvia, ¿se explota el salar? ‘Sí’, y añadió que el gobierno había llegado a acuerdos con multinacionales para extraerlo.
Investigando un poco encuentras que esos acuerdos se habían cerrado con empresas de China y Alemania, creando un consorcio donde participaba la empresa estatal YLB, dentro del programa de industrialización del litio. La idea del Gobierno de Evo era gestionar los propios recursos para seguir invirtiendo en reducir la desigualdad, mientras se beneficiaban también del intercambio tecnológico con las empresas extranjeras. Para un país que ha sufrido la explotación y el saqueo durante siglos, poder cerrar un acuerdo con un mercado como el chino, que demandará anualmente 800.000 toneladas de litio a partir de 2025, y hacerlo desde la gestión propia de sus propios recursos, podría suponer que el ideal del ‘vivir bien’ del que hablaba el propio Evo, fuese una realidad.
Sin embargo, unas semanas antes de la elecciones del 20 de octubre, que han derivado en el Golpe de Estado, surgieron movilizaciones contra el contrato con la empresa germana ACISA en el propio distrito de Potosí. Según publicaba el medio alemán DW, dos dirigentes sociales iniciaban una huelga de hambre el pasado 2 de octubre para exigir que se aumentaran las “regalías” a la región procedentes de la extracción y anular dicho contrato. Curiosamente, uno de estos dos líderes es Marcos Pumari, presidente del Comité Cívico potosino, muy unido al abogado Fernando Camacho, líder del comité Cívico de Santa Cruz, y a quien el propio Evo responsabiliza del golpe junto al líder de la oposición Carlos Mesa, que quedó por detrás de Morales en los comicios de octubre. “Mesa y Camacho, discriminadores y conspiradores, pasarán a la historia como racista y golpistas”, escribía en Twitter al poco de presentar su dimisión el propio Evo.
Camacho ha liderado el movimiento opositor, al cual se sumaría Pumari, tras llevar la huelga de hambre que había iniciado días antes de los comicios a una huelga cívica regional en Potosí. Ante la situación en Potosí, el propio Gobierno llegó a romper el acuerdo para la industrialización del litio del salar de Uyuni con la empresa alemana ACISA el 3 de octubre, según publicó DW. Sin embargo, el líder cívico potosino no redujo la tensión en la zona, sino que fue uno de los que acompañó días después a Fernando Camacho, biblia y bandera de Bolivia en mano, al Palacio de Gobierno en La Paz para exigir la renuncia de Evo.
Activistas del calibre de Noam Chomsky han denunciado la intervención de EEUU en el golpe, apoyando a las oligarquías bolivianas. Pero, más allá de la historia intervencionista de Estados Unidos, ¿por qué me acuerdo yo del litio, de Colchani y del Salar de Uyuni cuando se consuma el Golpe de Estado? Quizás sea fruto de la casualidad, pero como no tengo gato, me dejo llevar por la curiosidad y sigo buscando. Y resulta que, precisamente el 2 de octubre, cuando Pumari iniciaba la huelga de hambre contra el contrato firmado con la empresa alemana en Potosí, Bloomberg publicaba esta noticia: “Los desafíos de Estados Unidos para apoderarse del mercado del litio”. El artículo afirma que “China controla la mayor parte del procesamiento que hace que el mineral sea utilizable en baterías recargables, dejando a los fabricantes de vehículos estadounidenses vulnerables a las interrupciones del suministro si aumentan las tensiones comerciales”.
Según declara para Bloomberg Andrew Miller, analista de litio en Benchmark Mineral Intelligence, “las minas de litio tardan entre tres y cinco años en construirse, lo que significa que la inversión debe fluir hacia nuevos proyectos dentro de los próximos 12 a 18 meses para llenar la brecha potencial de suministro en el futuro”, y añade: «Cuando la capacidad de producción de las baterías comienza a establecerse fuera de China, la urgencia de poseer suministro de litio se vuelve aún más crítica».
Por cierto, Benchmark Mineral Intelligence es la agencia de informes de precios y, según Bloomberg mundialmente conocida por establecer el precio de referencia de litio, con el que se negocian los contratos entre operadores de extracción de litio, fabricantes de cátodos, baterías, productores de células y fabricantes de automóviles.
Y leyendo y escribiendo me vuelvo a acordar de las ruinas de los ferrocarriles de Colchani, de la belleza infinita del salar de Uyuni y de la plata del Cerro Rico. Porque quizás lo que está pasando en Bolivia es que hoy, como hace 500 años, le duelen sus entrañas. 8 millones de indígenas se dejaron la vida en las minas de Potosí bajo yugo colonial de la corona española, como denunció Eduardo Galeano en su imprescindible Las venas abiertas de América Latina. Una masacre de la que muchos solo conocen un dicho “vale un Potosí”. Y ahora al primer presidente indígena del país, con un Gobierno a sus espaldas que puede presumir de estar reduciendo la desigualdad y en parte gracias a acabar con el saqueo al que se ha sometido durante siglos a su pueblo, mediante una política de gestión de sus recursos naturales, lo sacan a la vieja usanza del Gobierno. A golpe de golpe. Quizás todo sean suposiciones, o producto de múltiples casualidades. La historia nos dirá si un Gobierno democrático vale un Potosí o un Salar de Uyuni, y si se pagará con oro blanco.
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