Jueves, 27 de enero de 2022. La adolescencia es un periodo de cambios complejo, donde se asientan algunos de los comportamientos y actitudes que guiarán el principio de la edad adulta. La explosión hormonal va a tener mucho que decir en estos cambios y en su vivencia emocional pero su influencia no es definitiva.
El desarrollo de nuevas formas de razonamiento permitirá el incremento y variedad de intereses que son el resultado de años de aprendizaje previo. Pero hay un ámbito que se empieza a vivir de manera distinta y que genera nuevos sentimientos: la sexualidad y las relaciones de pareja.
Estas nuevas emociones y experiencias que se generan en torno al desarrollo de la sexualidad pueden vivirse con ansiedad y desconcierto o con seguridad en las capacidades propias y en la toma de decisiones.
Esto dependerá, por un lado, de las personas con las que cuenten para expresar sus temores o dudas (padres y profesorado principalmente). Por otro, de la educación recibida en el ámbito de la sexualidad y la afectividad. Todo ello mediatizado por variables y estilos personales que se hayan desarrollado a lo largo de la infancia.
¿A qué edad empezamos a pensar en la sexualidad?
El interés por la sexualidad está presente desde los primeros años de vida. Por ejemplo, desde edades tempranas nos genera curiosidad la diferencia genital, cómo se hacen los bebés o las sensaciones físicas que se sienten al abrazar o acariciar.
Además, los niños juegan a mantener relaciones afectivas (juegos de rol como “a papás y mamás” o “a los médicos”). Aprenden a través de estos entretenimientos e interiorizan los papeles que nuestra sociedad otorga a cada sexo. Entre tanto, recordemos: la curiosidad sexual se verá incrementada por aquello de lo que no se habla.
Por su parte, durante la adolescencia aumenta el interés por la exploración de la conducta sexual tanto en la estimulación personal como en las relaciones con otras personas. También por las relaciones afectivas.
La persona adolescente experimentará con lo aprendido hasta ese momento. Resulta frecuente que se radicalicen, sobre todo en la expresión de su masculinidad o feminidad. Pero también es frecuente que expresen sus dudas respecto a su identidad u orientación. De la misma forma, podrán manifestar temor a no estar a la altura de lo que creen que se debe esperar de ellos en el terreno sexual.
La masturbación, nuestra primera (y fundamental) experiencia sexual
También crece la necesidad de conocer y explorar las sensaciones que ofrece el propio cuerpo. La estimulación genital no es nueva, pues se produce a lo largo de toda la infancia, aunque sí lo es la intención de esta exploración.
La masturbación se convierte así en la primera experiencia propiamente sexual y en la mejor vía de descubrimiento de sensaciones y aprendizaje de capacidades de nuestro cuerpo. Recordemos que la ausencia del aprendizaje masturbatorio se relaciona con la presencia de algunas disfunciones sexuales en la edad adulta.
En este tema, aún encontramos diferencias entre chicos y chicas. Entre ellos se convierte en una conducta prácticamente universal, esperada y comprendida por el incremento del deseo sexual. Mientras tanto, entre las chicas, a pesar de haberse incrementado sustancialmente el número de ellas que reconoce masturbarse, no es un tema que se hable abiertamente, probablemente porque aún se sigue castigando socialmente la expresión del deseo femenino.
Estas primeras experiencias con el propio cuerpo son tremendamente importantes como vía de aprendizaje y alimentan la necesidad de compartirlas con otras personas. Es habitual que chicos y chicas adolescentes experimenten el primer enamoramiento, comiencen a compartir besos y caricias más o menos íntimas y sientan despertar el deseo sexual.
La mayoría de los adolescentes occidentales tienen muchas experiencias sexuales (masturbación, besos y caricias) antes de mantener relaciones sexuales con penetración.
Sin embargo, aproximadamente la mitad no comienza a mantener este tipo de relaciones sexuales hasta los 17 o 18 años, siendo un porcentaje mucho menor aquellos que comienzan a mantenerlas en edades previas (a los 15-16 años sólo alcanza el 20 %).
¿Qué buscan o qué esperan los adolescentes del sexo?
Podríamos pensar que el principal objetivo del sexo entre adolescentes sería una descarga rápida de la tensión provocada por el deseo y el impulso biológico. Sin embargo, en la adolescencia ya se aprende que a través del sexo también se cubren otras necesidades emocionales como recibir y dar afecto, ganar aceptación y reconocimiento, confirmar la orientación o identidad sexual, mejorar la autoestima o, simplemente, escapar del aburrimiento.
No obstante, todo ello dependerá de la formación previa que tengan sobre sexualidad. En general, encontramos que siguen presentando importantes carencias respecto al tema, sobre todo en relación a los aspectos afectivos y emocionales.
Con frecuencia, la información que se les facilita en contextos formales (la escuela principalmente) hace referencia a los peligros de la sexualidad (embarazos no deseados e ITS) y a los métodos anticonceptivos.
Sin embargo, su curiosidad y necesidad de información sobre el amor, el deseo, el placer, la identidad o la orientación sexual siguen sin ser temas que se trabajen habitualmente desde la escuela o que se aborden de manera habitual en la mayoría de las familias. Tampoco los temores y ansiedades que despierta no saber si se actúa bien o la búsqueda de la persona o el momento más adecuado.
Peligros de la información sexual sin evidencia
Todo ello hace que reciban mensajes contradictorios. Por un lado se les informa sobre los peligros de la conducta sexual y, por otro, los medios y los iguales informan de los placeres y de la influencia del sexo en el liderazgo y la autoestima.
Es propio de la adolescencia explorar nuevas experiencias, tener menor conciencia de los riesgos, no sentirse vulnerables ante los peligros y cuestionar lo que dicen los adultos de referencia anteponiendo los valores e ideas del grupo de iguales.
La variedad de mensajes y estas características propias de la edad junto con la sobrexposición a la información sexual no estructurada y sin evidencia puede hacer que lleven a cabo conductas sexuales de riesgo (sin protección o bajo los efectos del alcohol, por ejemplo).
Por eso, en todo este proceso, la familia y la escuela juegan un papel fundamental. En casa, la familia debe reconocer su papel de modelaje en la expresión de los afectos y no eludir aquellos temas que, por falta de formación específica, puedan resultar incómodos.
Por su parte, las leyes educativas deben incluir, de una vez por todas, contenidos que favorezcan la formación en una sexualidad plena y saludable, basada en la evidencia científica y que posibilite el desarrollo de personas seguras. Así, además, podrían reconocer y denunciar situaciones de abuso y expresar sus dudas y temores a las personas de referencia y confianza.
Carmen Santín Vilariño es Profesora Titular de Universidad en el Departamento de Psicología Clínica y Experimental. Área de conocimiento Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos, Universidad de Huelva.
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