Vivimos tiempos de incertidumbre radical. Afrontamos retos de magnitud desconocida para la humanidad. La pandemia en la que aún nos encontramos ha puesto de relieve muchas contradicciones del mundo en que vivimos y ha potenciado lo mejor y lo peor. Está haciendo caer un sistema económico insostenible, basado en la especulación, que agranda la brecha entre unas pocas grandes fortunas y la mayor parte de los ciudadanos del planeta, cada vez más empobrecidos. Esta crisis se ensaña especialmente con las mujeres y sus derechos.
Por ello no es casual que –desde planteamientos patriarcales involutivos– se señalaran las pasadas manifiestaciones del 8M, en defensa de los derechos de las mujeres, como determinante en la extensión de la pandemia, mientras ese mismo día eventos deportivos y concentraciones religiosas o políticas ponían en contacto y en peligro a un número muy superior de ciudadanos.
Solo será posible salir del laberinto con el hilo de Ariadna
Mientras el afán de algunos es que todo vuelva a la situación anterior, la mayor parte de nuestros más destacados científicos e intelectuales insisten en que es el momento de cambios profundos, la ocasión para buscar la salida al laberinto de un mundo ya insostenible.
Vengo planteando, desde las décadas finales del pasado siglo, especialmente en mi libro Mujer, ecología y comunicación en el nuevo horizonte planetario (1999), que las luchas y los avances en los efectivos derechos de las mujeres y en la garantía de su dignidad, amenazada en todo el planeta, serán los grandes indicadores para superar el actual callejón sin salida.
Se trata, por tanto, no solo de un imperativo de justicia con la terrible situación en que siguen encontrándose la mayor parte de las mujeres, de cuya propia emancipación serán también protagonistas. En este proceso se abrirá también la esperanza de un mundo distinto, de una salida humana a este verdadero laberinto. Es algo, pues, que concierne a todos: mujeres y hombres. La dignidad de lo humano nos va en ello.
En un trabajo de 2009 titulado El hilo de Ariadna indicaba que la única vía posible para superar el complejo estado de crisis (económica y ecológica, política y social, cultural, educativa, de valores y religiosa) en que nos encontramos, una de las grandes crisis civilizatorias y del sistema, es la inmediata sustitución del imaginario social de hipertrofia androcéntrica (patriarcal) de voluntad de poder, voluntad de control y dominio, de imposición, rivalidad y confrontación, ejercida a través de formas muy diversas de violencia, por un imaginario más ginecocéntrico de alianza basado en la sinergia y en la cooperación benevolente, en la aceptación enriquecedora de la diferencia, en el diálogo polifónico y en la acción comunicativa.
Sólo así podrá garantizarse una cierta “sostenibilidad” de lo humano, que pasa por una triple ecología de la mente, de las sociedades y del medio ambiente, aunque ahora hemos de extender esta ecosofía a nuestro “tercer entorno” tecnológico y telemático. De este modo, frente al imperativo de razón instrumental desde el que hemos construido el proyecto de modernidad euro-occidental, ha de alzarse una puesta en valor de la razón vital, de una razón poética, creadora, como defendía María Zambrano, en la que lo humano se comprende como equilibrio entre lo racional y lo emocional, para una nueva sociedad planetaria sin fronteras en la Matria Gaia, basada en la riqueza de la diversidad y en el diálogo de culturas y civilizaciones.
El mito de Ariadna y su actualidad
Ariadna (de la forma greco-cretense para arihagne, ‘la más pura’) fue, en la mitología griega, la hija de Minos y Pasífae, los reyes de Creta que atacaron Atenas tras la muerte de su hijo Androgeo.
A cambio de la paz, los atenienses debían enviar siete hombres jóvenes y siete doncellas cada año para alimentar al Minotauro,que estaba en el centro de laberinto.
Un año, Teseo, hijo de Egeo, rey de Atenas, marchó voluntario con los jóvenes para liberar a su pueblo del tributo. Ariadna se enamoró de Teseo, como otros personajes femeninos que ayudaron a provocar, a través del amor, un nuevo orden (un mitema caracterizado como los «desertores» por Ruck y Staples), y le ayudó dándole una espada mágica y un ovillo del hilo que estaba hilando para que pudiese hallar el camino de salida del Laberinto tras matar al Minotauro.
Ariadna huyó entonces con Teseo. Según Hesíodo y la mayoría de las demás fuentes, Teseo abandonó a Ariadna dejándola dormida en Naxos, y Dioniso la redescubrió y se casó con ella. Con él fue madre de Enopión, la personificación del vino, y fue ascendida a los cielos como la constelación Corona Borealis.
Ariadna es la clave para hacer posible la destrucción del monstruo devorador (el Leviatán del beneficio y la acumulación depredadora) y la salida del laberinto: ella proporciona, por amor al héroe Teseo, pero también desde su libertad y su riesgo, tanto su instrumento de lucha, la espada, como la vía de escape: seguir el hilo tejido por las manos femeninas.
Luego el mito abunda en motivos androcéntricos: Ariadna recibe de Teseo, en pago por su acción salvadora, el abandono en Naxos… Pero Ariadna se sobrepone y pasa del régimen diurno, simbolizado por el héroe, la espada, el orden del hilo contrapuesto a la entropía del laberinto, al régimen nocturno de Dionisos o Baco, símbolos de lo unitivo.
Una vez más la mujer, impulsada por la fuerza del amor, menospreciada (o sublimada) desde el masculinismo, es capaz de conciliar en sí lo apolíneo y lo dionisíaco, lo diurno y lo nocturno, las luces y las sombras, el orden y el desorden, lo racional y lo emocional. Y permitir el avance hacia una nueva Humanidad.
En su Medea Chantal Maillard, deconstruyendo el mito, dice:
“Ariadna era ingeniosa pero era cobarde.
Teseo era valiente pero era codicioso”.
Los tiempos han cambiado: las nuevas Ariadnas son valientes, y los codiciosos son cobardes. Y un tiempo nuevo se avecina (aunque tal vez su nacimiento esté precedido de grandes convulsiones y dolores de parto).
Una nueva civilización planetaria en nuestra Matria
Se trata de construir una nueva civilización planetaria en la que la igualdad de derechos y posibilidades no anule las diferencias (ni culturales, ni de sexo o género, ni religiosas o políticas): es el gran reto que tenemos ante nosotros.
Necesitamos un mundo en el que nuestras creencias y sistemas de valores sean verdaderamente antropocéntricos (el griego anthropos implica por igual a hombres y mujeres), no androcéntrico: construido tanto desde desde una mirada femenina plenamente emancipada y libre, como desde una mirada masculina no hipertrofiada ni impositiva, en reciprocidad y complementariedad, y con absoluto respeto a todas las opciones de sexo, género y opción sexual.
Pero hay algo más: el proyecto de progreso de la modernidad tenía todas las características habitualmente atribuidas a lo masculino (o a cierta hipertrofia de lo masculino: lo impositivo, agresivo, competitivo, el ansia sin límites…). Quizá por ello fracasó y estuvo a punto de destruir todo lo humano, haciendo que los sueños de una razón sin emoción produjera monstruos.
La nueva humanidad necesita incorporar características y rasgos de lo que se ha llamado un imaginario femenino de alianza: lo consensuado, benevolente, solidario, lo atento y abierto al principio de alteridad y al cuidado (del que, por supuesto, pueden participar los hombres).
No es posible vivir en el seno de una sociedad plural, compleja, heterogénea, sin aceptar estas claves que hacen posible la tolerancia y el enriquecimiento mutuo de la comunicación multicultural, multirracial, multigenérica. Precisamente todo lo contrario de lo que estamos viviendo en estos días de confrontación y muerte, de intensificación de dinámicas de odio y confrontación. Algo sí tenemos seguro: el siglo XXI será profundamente femenino, o no será. Un camino nos lleva al dinamismo de individuos equilibrados en una sociedad equilibrada y en armónica relación con el entorno medioambiental e incluso con el nuevo “tercer entorno” tecnológico y maquínico. El otro, a la destrucción y a la muerte.
Como sabemos que se trata de un problema muy complejo, con muchos aspectos y dimensiones, desde el Grupo de Investigación en Teoría y Tecnología de la Comunicación de la Universidad de Sevilla (GITTCUS) lanzamos un debate abierto que tendrá su punto de llegada en el Seminario Internacional online del 27 de noviembre de 2020, al que os invitamos a participar y ya a debatir al pie de este artículo.
Manuel Ángel Vázquez Medel, es Catedrático en las Facultades de Filología y de Comunicación - Universidad de Sevilla, de la que fue fundador. Director del grupo de investigación en Teoría y Tecnología de la Comunicación. Ha sido director de la sección de "Estudios sobre el Discurso" de la Asociación Española de Investigación de la Comunicación, director del Aula Ortega y Gasset de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Santander, vocal del Consejo Asesor de RTVA a propuesta del Consejo Andaluz de Universidades, y primer presidente del Consejo Audiovisual de Andalucía (2005-2008). Ha sido también fundador y director del Departamento de Comunicación, del programa interdisciplinar de doctorado en Estudios Culturales y del programa interuniversitario de doctorado en Comunicación de las Universidades de Sevilla, Málaga, Huelva y Cádiz. Medalla de Honor de la Universidad de Huelva (2010) y Medalla de Oro de la Asociación de la Prensa de Málaga (2006). Ha publicado treinta libros, entre los que destacan: Historia y Crítica de la reflexión estilística (1988); Fernando Pessoa: Identidad y Diferencia (1988), La Galaxia Gutenberg frente a la galaxia audiovisual (1989), La construcción cultural de Andalucía (1994), Mujer, Ecología y Comunicación en el nuevo horizonte planetario (1999), La urdimbre y la trama. Estudios sobre el arte de narrar (2005), El Poema único. Estudios sobre Juan Ramón Jiménez (2005), Rafael Alberti y Andalucía (2005), Francisco Ayala. El sentido y los sentidos (2007), La Universidad del siglo XXI en la sociedad de la comunicación y del conocimiento (2009) y "Platero y yo" de J.R. Jiménez y el ideal educativo de Francisco Giner de los Ríos (2014).
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