por Javier Polo Brazo
El mayor atentado de la historia de Egipto. Una acción llevada a cabo en una mezquita en viernes, el día sagrado, y perpetrado por musulmanes. Una treintena de niños entre los asesinados además de prácticamente todos los hombres del pueblo. Pero no, no interrumpimos la emisión de las televisiones, no se actualizaron las webs, nadie colgó ningún crespón negro en ninguna bandera ¡Queda lejos!
Europa está entretenida colocando macetones y bolardos en las plazas públicas donde saldremos a celebrar las inminentes fiestas. Ya hemos transferido el dinero a Turquía para que mantenga los campos de refugiados que acogen a aquellos que, huyendo precisamente de esa barbarie, osaron molestar nuestras fronteras.
Sí, algo pasó en Egipto el Black Friday, ese día que salimos a gastar como si el mundo se fuera a acabar, ese viernes que sigue a la noche en la que los americanos celebran su Acción de Gracias. ¿Viste el móvil que he comprado a mitad de precio? ¡Qué gorda se ha puesto María y cómo se ha ventilado medio pavo…!
El atentado quedó lejos, ciertamente. A mí tampoco me produjo el desgarro que me dejó Barcelona o Madrid o París; la muerte de mi vecino no deja en mí el pesar de una muerte propia, por supuesto. Pero cada innecesaria muerte de un ser humano es un paso más al abismo. Cada atentado masivo, sea donde sea, nos acerca más a la barbarie, al no retorno. Cada vez que dejamos de mirar estamos aceptando que las cosas no tienen remedio, que pobrecitos… ¿Has comprado ya tu décimo de lotería en Doña Manolita?
Felices fiestas.
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