por Pablo Moral
Marruecos y Argelia son, desde sus respectivas independencias, vecinos antagónicos. La discordia fronteriza dio origen a una rivalidad tenaz que se agravó con el contencioso del Sáhara Occidental al convertirse Argel en el principal valedor del Frente Polisario. Este conflicto inconcluso y el cierre bilateral de la frontera, vallada en ciertos tramos, son los dos máximos exponentes tangibles de una enemistad que mantiene al Magreb desunido, para perjuicio de sus ciudadanos.
Marruecos y Argelia son dos países vecinos que comparten Historia, cultura, religión, costumbres y lenguas. Sin embargo, lo que podría haber sido una sólida base de unión y prosperidad se truncó muy prematuramente por la incompatibilidad de las ambiciones políticas y económicas de unos dirigentes obcecados a ambos lados de la frontera. Décadas después, la concordia y la hermandad ni siquiera pueden ser intuidas tras las alambradas, vallas y centinelas que separan a familias y dividen a pueblos semejantes.
Historia de un desencuentro
Los dos grandes países del Magreb son enemigos íntimos desde que ambos son Estados independientes. Tras su guerra de independencia (1954-1962), Argelia heredó el vasto territorio sahariano que los franceses habían delimitado muy a favor del que fuese su departamento, en detrimento de lo que Marruecos, su antiguo protectorado, consideraba su integridad territorial. Así, uno de los objetivos fundamentales del recién nacido Estado argelino fue la conservación de un territorio con abundantes riquezas minerales que fue considerado el equivalente a la sangre derramada en la guerra, un asunto de honor patrio.
No obstante, la desproporcionada extensión argelina entró en colisión con las ambiciones irredentistas marroquíes, ilustradas en la concepción del Gran Marruecos, impulsada en los años cuarenta por el líder del Partido de la Independencia —Istiqlal—, Allal el Fasi, y rescatada como aspiración nacional a raíz de la llegada de Hasán II al trono en 1961. El Gran Marruecos incluía el oeste del Sáhara argelino —zona que se sabía que era rica en hierros e hidrocarburos—, parte de Malí y la totalidad del Sáhara Occidental y Mauritania. En consecuencia, tras la independencia de Argelia y la retirada de los franceses, Marruecos no reconocería las fronteras bilaterales decididas por Francia en el desierto y se lanzó a la adquisición de unos territorios que consideraba suyos. El conflicto parecía inevitable y alcanzaría su máxima expresión con la efímera guerra de las Arenas (1963), en la que las Fuerzas Armadas marroquíes y un embrionario Ejército argelino se batieron en diferentes posiciones fronterizas. El reino alauí se haría con una victoria militar que, sin embargo, no le reportaría ganancias territoriales y solo serviría para asestar un duro golpe moral a su vecino argelino y arraigar el resentimiento bilateral que dura hasta nuestros días.
Sin embargo, la década posterior al conflicto de las arenas fue de una cierta distensión entre ambos vecinos, a pesar de la carrera de armamentos que habían iniciado y de que por entonces ya habían adoptado trayectorias antagónicas en sus respectivas relaciones internacionales. Marruecos se inclinó hacia el bando occidental, mientras que Argelia osciló hacia el oriental, convertido en un baluarte para los movimientos de liberación nacional de inspiración socialista que operaban en el contexto de la Guerra Fría. En un ingenuo error de cálculo, Marruecos reconoció las fronteras bilaterales con Argelia entre 1969 y 1972 —si bien no llegó a ratificar los acuerdos de Ifrán y Rabat— esperando que la Argelia de Bumedián le concediera su respaldo ante lo que se había convertido en el objetivo prioritario del reino alauí: la adquisición del Sáhara español. A pesar de que en un primer momento Argelia no presentó objeción, este país, nacido de un movimiento de liberación nacional, acabaría optando por convertirse en el principal valedor del Frente Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro (Polisario), fundado en 1973 y que tres años después proclamó la República Árabe Saharaui Democrática (RASD).
De este modo, la ocupación marroquí del Sáhara Occidental iniciada con la Marcha Verde —en la que unos 350.000 marroquíes, instigados por su monarca, se asentaron en territorio saharaui— iba a dar lugar a una nueva guerra en la que se implicarían de nuevo ambos vecinos. Argelia se convirtió en el principal suministrador de armamento —junto con Libia— y refugio del Polisario, que tenía en la región argelina de Tinduf su base de operaciones, desde donde lanzaba sus acometidas.
Habría que esperar hasta finales de la década de los ochenta para que se produjese un nuevo acercamiento efímero entre los antagonistas. La guerra en el Sáhara Occidental se había enquistado y no parecía tener una solución militar, y ambos países estaban desgastados por el alto coste de la guerra para Marruecos y la crisis económica argelina provocada por la abrupta caída del precio de los hidrocarburos, piedra angular de su economía. Ante esta tesitura, la ONU auspició unas negociaciones de paz que acabarían propiciando un alto el fuego, que no una resolución de un conflicto todavía por resolver. En 1988 los dos países reestablecerían unas relaciones diplomáticas rotas desde que Argelia reconociera a la RASD en febrero de 1976 y reabrieron la frontera bilateral. Junto a ello, formaron parte de la Unión del Magreb Árabe, que comenzó en 1989 como un prometedor experimento regional para integrar económica y políticamente el norte de África, pero que acabaría siendo un rotundo fracaso ante la continua cerrazón de sus dos mayores miembros.
De hecho, en 1994, la ilusoria concordia vecinal acabó. En el contexto de la guerra civil argelina, Marruecos acusó a los servicios de inteligencia argelinos de haberse involucrado en el atentado terrorista perpetrado por dos franceses de origen argelino en un hotel de Marrakech en el que murieron dos españoles. El reino alauí impuso el visado a los ciudadanos argelinos que quisieran entrar en su país, a lo que Argelia respondió cerrando la frontera bilateral, que permanece así hasta hoy. Desde entonces, Argel ha tratado de vincular la apertura de fronteras a la cuestión del Sáhara y se ha negado a abordar ambos temas por separado, con lo que ahonda el cisma vecinal.
La hegemonía magrebí se disputa en África
A pesar de que la llegada en 1999 de Mohamed VI y Buteflika —líder histórico de la guerra de liberación argelina nacido en Marruecos— a las jefaturas de Estado parecía esperanzadora, en la primera década del 2000 no se producirían avances significativos. Al contrario, los rifirrafes diplomáticos y las acusaciones al vecino de instigar la convulsión interna han sido frecuentes. Un ámbito donde se ha reflejado inequívocamente la situación de tensa calma en las relaciones bilaterales ha sido el militar. Los dos países han protagonizado una veloz carrera armamentística propiciada, en el caso argelino, por los generosos ingresos de los hidrocarburos en la primera década del siglo. A pesar del esfuerzo marroquí, su presupuesto militar quedó desbancado a partir de 2006 y solo en los últimos años, a raíz de la mayor fragilidad económica argelina, ha podido remontar mínimamente.
Este pulso militar ha tenido el resultado de colocar a Argelia como el país con mayor presupuesto militar de África —alrededor de un tercio del presupuesto militar combinado del resto del continente— y el quinto del mundo con mayor gasto militar respecto al PIB —5,7% en 2017—. Por su parte, Marruecos es el cuarto ejército africano en presupuesto. Además, se trata de los dos mayores importadores de armas del continente: Argelia, séptimo importador mundial, abarcó el 52% del armamento importado en África entre 2013 y 2017, frente a un 12% de importaciones marroquíes. Como justificación, el aumento del gasto militar se ha sustentado en el incremento de la inestabilidad regional en el Magreb y el Sahel a raíz de las primaveras árabes y la mayor presencia de grupos terroristas en la región, como Al Qaeda en el Magreb Islámico, que de hecho tiene sus orígenes en la guerra civil argelina.
En el terreno diplomático y en el económico, estos últimos años se han caracterizado por una impetuosa actividad diplomática de Marruecos, particularmente en el Golfo y el continente africano. Contrasta con la menguante acción exterior de su vecino —otrora país de referencia y potencia septentrional en África—, ilustrada en el frágil estado de salud de su presidente, postrado en una silla de ruedas desde que sufriera un ictus cerebral en 2013. Desde el comienzo de su reinado, Mohamed VI ha visitado alrededor de una treintena de países africanos y Marruecos se ha convertido en el segundo mayor inversor africano del continente —solo superado por Sudáfrica— y el primero en la región del África occidental. Junto a ello, ha promovido su soft powerreligioso mediante Radio Mohamed VI y el Instituto Mohamed VI, que dota con decenas de becas a imanes subsaharianos en formación; en el ámbito educativo, alrededor de 10.000 subsaharianos estudian en universidades marroquíes.
Esta vigorosa diplomacia marroquí le ha otorgado el rédito político de reingresar en la Unión Africana, organización que dejó en 1984 por haber aceptado a la RASD como miembro. Para ello contó con el apoyo de 39 de los 54 Estados miembros, tres más de los que serían necesarios para expulsar a la RASD de la organización en una votación que hoy en día resulta todavía muy hipotética. No obstante, con su renovada sintonía panafricana y su membresía en la Unión Africana, Marruecos se ha asegurado un foro donde ganar adeptos a su causa en detrimento de Argelia, que sigue siendo el principal amparo diplomático con el que cuentan los saharauis.
Ante el incremento de la proyección internacional marroquí, Argel ha tratado de reaccionar a pesar del mal momento económico que atraviesa. El país argelino ha recibido numerosas visitas de representantes africanos en los últimos años, aunque la salud de su presidente ha obligado a cancelar algunas de ellas. Además, en busca de diversificar sus fuentes de ingresos y dinamizar su maltrecha economía, Argelia organizó a finales de 2016 un foro de inversión africano en el que participaron 3.500 responsables políticos y económicos de 42 Estados africanos poco después de que su antagonista magrebí acogiera la cumbre de Marrakech sobre el cambio climático. Junto a ello, ha reforzado lazos con su aliado tradicional, Nigeria, reiniciando las conversaciones para la construcción del gasoducto transahariano y ha reforzado la cooperación con países como Malí o Libia.
Removiendo las arenas
El cruce de declaraciones hostiles y los rifirrafes diplomáticos argelo-marroquíes siguen marcando unas relaciones bilaterales cuya reparación no se prevé cercana. No hay que retroceder mucho en el tiempo para encontrar numerosos ejemplos que han dado muestras de la tensión latente, en ocasiones alternados con gestos apaciguadores. En uno de ellos, Marruecos solicitó la apertura de las fronteras en 2008 como paso previo a la normalización de las relaciones. Argelia, fiel a su postura, se negó alegando que esta debía pasar por el avance de los contenciosos pendientes, tanto el fronterizo como el del Sáhara Occidental. No obstante, ninguno de los dos vislumbra una resolución cercana y lo que verdaderamente ha avanzado ha sido la cerrazón de ambos países, que en 2014 comenzaron a levantar vallas a lo largo de cientos de kilómetros de la frontera compartida.
Más recientemente, los enfrentamientos y las discordias diplomáticas, que en ocasiones han rozado el esperpento, han sido una constante. Como ejemplo, en diciembre de 2016 Rabat anunció una regularización masiva de inmigrantes apenas una semana después de que Argelia expulsase a alrededor de 1.400 inmigrantes subsaharianos a Níger, con los que el Gobierno marroquí se comprometió con 116 toneladas de alimentos en concepto de ayuda humanitaria. Unos meses después, fue Argelia la que acabó acogiendo a 54 refugiados sirios que se encontraban bloqueados en el desierto en tierra de nadie, según Argel en Marruecos y según Rabat en Argelia. Ambos se acusaron de no cumplir con sus obligaciones de acogida y el Gobierno argelino acabaría llamando a consultas a su embajador en Marruecos.
Entretanto, Marruecos acusó al director general del Ministerio de Asuntos Exteriores argelino de agredir a un diplomático marroquí durante el foro de la ONU sobre descolonización celebrado en San Vicente y las Granadinas. Unos meses después, el reino alauí retiró a su embajador en Argel después de que el ministro de Asuntos Exteriores argelino acusara a los bancos marroquíes —cuya presencia se ha incrementado notoriamente en el África subsahariana— de blanquear el dinero del hachís en el continente y sugería que la aerolínea nacional Air Maroc transportaba “algo más que pasajeros”. Lejos de una retractación oficial, el primer ministro argelino añadió meses después que “todo el mundo sabe de dónde viene el hachís al norte de África”. Un último episodio destacable de la disparatada secuencia bilateral ocurrió en mayo de 2018 cuando Marruecos rompió relaciones con Irán tras acusarlo de estar apoyando al Polisario a través de Hezbolá con el beneplácito y auspicio de Argelia, país que acoge a los exiliados saharauis.
Resulta tristemente paradójico que dos países que podrían haber estado predestinados a unir lazos sigan negándose a un intercambio que a buen seguro traería consigo beneficios a ambos lados de la frontera. En el ámbito social, son países que están prácticamente incomunicados; no hay forma de pasar por tierra legalmente y los vuelos y ferris al país vecino son escasos y caros. Esto ha dado lugar a una asentada industria del contrabando, pese a los esfuerzos por contenerla, que incluye productos alimenticios, combustible y hachís.
En el terreno de la seguridad, el cisma bilateral propicia una falta de coordinación total en la lucha antiterrorista, una preocupación acuciante para ambos países. En lo económico, cuentan con economías muy complementarias, pero los dos se ven obligados a importar productos a un precio más caro que podrían adquirir directamente de su vecino. El cierre de la frontera hace que el Magreb sea la región menos integrada comercialmente del mundo: solo un 4,8% del volumen de comercio magrebí tiene como destino otro país del Magreb; representa menos de un 2% del PIB regional. Con una mayor integración, el PIB individual de estos países crecería al menos un 5%. Por el contrario, el cierre de las fronteras provoca que a menudo mercancías que tienen como destino ciudades al otro lado de la frontera o puertos del país vecino que se encuentran en el mismo litoral tengan que transitar por ciudades como Marsella, Alicante o Almería, lo que da muestras de lo inconveniente y absurdo de la situación.
La normalización de las relaciones bilaterales debería ser una prioridad política para Marruecos y Argelia por el mero bienestar de sus ciudadanos, que son los que asumen en última instancia los costes extras del cierre bilateral, los que dejan de beneficiarse de un intercambio cultural entre dos naciones que deberían ser hermanas y los que ven cómo sus impuestos siguen utilizándose para engrosar un gasto militar desorbitado. No obstante, este acercamiento no se intuye a corto plazo. Por un lado, los conflictos que propician la hostilidad mutua siguen lejos de resolverse; por otro, tanto Argel como Rabat han demostrado que, a fin de cuentas, tener un enemigo al que señalar resulta sumamente socorrido para tapar sus propias deficiencias internas.
Pablo Moral Écija (Sevilla), 1992. Analista de El Orden Mundial. Graduado en Relaciones Internacionales y estudiante del máster euromediterráneo en la Universidad Complutense de Madrid. Interesado en asuntos de seguridad internacional. @pabmoral
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