Esta pandemia da para mucho, corren ríos de tinta para señalar cifras de muertes, de contagiados, de ingresados en planta, de ingresados en UCI, las residencias de ancianos, cifras de test, cifras, cifras y más cifras… Además, ahora está el confinamiento, por si fuera poco lo que ocurre.
Luego están las opiniones en contra de la gestión realizada por el gobierno, como si existiera otra posibilidad con lo existente, que se llenan de bulos, fake-news, exageraciones y distorsiones diversas. Cualquiera se fía de algo, ya te digo.
Con todo esto la cabeza se pone fatal, de verdad. Se llena de preocupaciones, de preguntas sin respuestas, de temores diversos y variopintos que vienen y van, no dejan en paz a la mente y venga y venga… esto es un sin vivir, oiga.
Ahora parece que la cosa se está estabilizando o eso dicen, aparecen otras cosas que emergen, pero que estaban ahí dentro, se iba cocinando a fuego lento como los guisos de siempre. La receta del guiso que chapotea al fuego de la pandemia no conclusa es: lo mental. ¡Ea! Ya lo he dicho.
Cuando ocurren cosas de este tipo hay un esquema que se repite de forma reiterada: aparece la crisis, hay que solucionarla, pero nos impacta y lo acallamos, el impacto social y a la gente es muy relevante y debemos prestar atención a estos daños y sus consecuencias, cómo lo vivimos puede esperar y se va acumulando una vivencia tras otra como si fuera una roca de estratos y ahí se queda, dentro, haciendo una labor de zapa, intentando tener su emergencia, pero muy controlado por el peso de una realidad, no por parcial, menos importante. La gente sigue pensando, sintiendo, percibiendo, viviendo, pensando y pensando. Así emergen las emociones reclamando su lugar y explotando desde su forzoso almacenamiento en un fondo de profundidad variable a una superficie externa de la vivencia personal y la relación con los demás.
Tras los demoledores datos del impacto social de la crisis sanitaria aparece el cómo lo vivimos, cómo lo sentimos y llega “lo psicológico”, como si fuera tan fácil de separar de lo demás. Efectivamente lo que cambia es la forma en cómo se expresa lo que acontece en mi mente como respuesta, más o menos adaptativa, a las situaciones vividas. Dar salida a esas expresiones requiere un contexto determinado: que la crisis (personal, familiar, de amistad, laboral y social) se vaya estabilizando y es entonces cuando la mente empuja y manifiesta sus “síntomas”, tanto semiológicos (relacionados con el malestar que debemos situar y diagnosticar) como semánticos o semióticos (que algo se ha modificado, que algo ha cambiado, que algo emerge y constata que es diferente a lo anterior).
Las personas expresamos ese malestar de nuestra mente, en el momento que puede hacerlo, de tres formas fundamentales: el cuerpo, el comportamiento y las emociones. El cuerpo es el terreno, el escenario donde se representa nuestra vida y donde al “bicho” puede actuar, así aparecen las somatizaciones en forma de dolores, malestares, quejas indeterminadas e indiferenciadas, si existe alguna enfermedad crónica (p.e. asma, diabetes, hipertensión) puede descompensarse y reagudizarse o se alteran algunas funciones fundamentales como nuestra conducta hacia la comida y hacia el sueño, fundamentalmente, y que tanto puede ser por menos (no tener apetito, comer forzado, eliminar algunos alimentos,no poder dormir, despertarse por la noche y no volver a conciliar el sueño, tener sueños amenazantes) o por más (tener siempre apetito, estar picando constantemente, comer más cantidad, somnolencia casi contínua, dormir más tiempo, sensación de tener necesidad de dormir), esos dos extremos tienen la misma significación de afectación y de expresión mental o psicológica que se vehicula por medio del cuerpo.
La segunda forma de expresarse está representada por la afectación comportamental. El comportamiento es la forma más primaria de expresar los desasosiegos y malestares, además actúan como verdaderas descargas, se hace la conducta y parece que se desinfla la presión, claro que luego están las consecuencias. También el comportamiento se va a alterar en los dos extremos del péndulo, lo más habitual son explosiones comportamentales de la rabia con un grado variable de agresividad hacia los objetos (romper cosas como muebles, golpes a la pared,…) o hacia las personas (insultar, descalificar, agresiones físicas o incluso sexuales, incremento de posibilidad de aparecer o reagudizarse la violencia de género o de malos tratos hacia la infancia). En el otro extremo aparecen las conductas de inhibición e hiporreactividad comportamental (retraimiento, apatía, desgana, aparente falta de reacción, cierto ensimismamiento y replegamiento hacia sí mismo,…).
La tercera vía de expresión es la emocional, las emociones se expresan de forma diversa como ansiedad, alteración del humor y del estar y sentirse en el mundo. Por ello las emociones juegan, en muchas ocasiones, como aliadas o bien como furibundas enemigas. Son muy comunes el incremento de las reacciones de miedos y temores diversos (a contaminarse, a poder transmitir la enfermedad a la familia, a los efectos más graves de la enfermedad con todo tipo de complicaciones posibles), el frecuente complejo sentimiento de culpa-reparación (sentirse culpable por padecer o haber padecido la enfermedad, buscar compensaciones o sobrecompensaciones emocionales o de forma instrumental), alteraciones del humor (irritabilidad, llantos inmotivados, alternancia de periodos de euforia con otros de posible tristeza, el denominado “darme el bajón” (presentación brusca e impredecible, cursa con una mezcla de sentimientos y emociones diversas, equívocas que se expresan en forma de llanto y sensación de vacío y soledad, con un humor alternante (irritabilidad, enfado, malas contestaciones) pueden aparecer autoagresiones incluso posibles conductas para-suicidas, la duración es variable, a veces dependiente de un acto banal e inesperado, su desaparición suele ser tan brusca como lo fue el inicio, aunque puede presentar capacidad de recidivar incluso en el mismo día), síntomas de la serie depresiva de forma aislada o con síntomas más complejos, ansiedad en forma de crisis o de reacción más continuada). La forma más complicada es la presentación del denominado síndrome de estrés postraumático, cuyo rasgo más significativo son los flashback o imágenes que retornan con una gran fuerza y sentimiento de realidad y luego se acompañan de síntomas diversos de expresión emocional, tal como hemos señalado con anterioridad.
Luego están la forma en que se expresan en los diferentes colectivos de población. Lo que hemos expresado con anterioridad suele ser en las personas adultas de edad media de la vida. En la tercera edad aparece la sensación de abandono y desamparo de forma muy patente, ese sentimiento de soledad ante la ausencia de la familia, de aquí la importancia del soporte emocional por parte del personal sanitario, sobre todo del personal de enfermería. Las personas mayores con demencia o con enfermedad de Alzheimer la respuesta puede ser muy variable: de la apatía y desorientación a la posible agitación psicomotriz.
La infancia tiene una enfermedad, en general, más leve que en otras etapas de la vida, pero pueden ser vectores de la enfermedad. Los niños van a reaccionar similar a otros procesos de enfermar, incrementando la demanda afectivo-emocional de su entorno, conductas más regresivas y dependientes, puede aparecer la irritabilidad con llanto, incremento de la desobediencia, respuestas de testarudez y baja tolerancia a la frustración, es más preocupante cuando aparece la reacción del “niño bueno” que se refugia en el silencio, el ensimismamiento y replegamiento, como expresión de su desorientación y miedo a lo que puede pasar. Es evidente que las alteraciones de sueño y con la comida estarán bastante presentes, así como la presencia de inquietud psicomotriz o aparición en algunos niños determinados de los movimientos de balanceo (denominados “rocking”) tan frecuentes en los niños institucionalizados y con alteraciones vinculares. Un dato muy preciso es lo que acontece en el periodo de confinamiento, no suele ser una respuesta ni homogénea ni contínua, es más una característica es que durante este periodo de confinamiento pueden cambiar de una aparente hiperadaptación inicial por la novedad, por dejar de ir al colegio (les agrada salvo por el hecho de no ver a sus amigos) suelen reaccionar con señales de cansancio al permanecer en casa y aparece intolerancia a la frustración, malestares diversos, caprichos más frecuentes, inquietud psicomotriz muy patente, alteraciones bruscas del humor con irritabilidad e incluso periodos de agitación psicomotriz. En el confinamiento suelen utilizar más los medios de pantalla (TV, móviles, tablets), en muchas ocasiones se les entrega como un mecanismo calmante de la ansiedad o de la inquietud, esta distorsión funcional favorece que se instalen conductas de abuso en el uso de estos medios con todos los peligros de riesgo de desencadenar conductas adictivas sin sustancias. El segundo problema es que la alteración del comportamiento origine cansancio en las figuras parentales y el chico termine por recibir alguna expresión de malos tratos, más patente en aquellos niños que ya tenía factores de riesgo previamente al confinamiento. Las peleas entre hermanos fruto de sus rencillas previas o de los celos pueden ser muy patentes si tienen algún hermano con discapacidad que puede salir a la calle.
Otro grupo particular lo constituye los adolescentes con todas sus peculiaridades evolutivas. Sus conflictos normales con la norma pueden verse exacerbados, sobre todo por el confinamiento. Añoran a sus amistades, a sus colegas y lo que hacían antes. La mayoría de ellos van a tener una irritabilidad subyacente y lo que hemos denominado como el “bajón” será bastante frecuente. Su conducta de encerramiento la pueden dirigir hacia los medios de pantalla, con el fin de mantenerse conectados con los colegas o con su pareja, aquí el peligro del abuso a la dependencia sin sustancias puede ser muy evidente.
En la infancia y la adolescencia debemos tener en cuenta que la forma de expresión va a depender del temperamento previo, de las experiencias previas y del tipo de relación con las figuras parentales y con la familia en su conjunto. Por ello la forma de expresión se va a ver modulada y tiene especiales características individuales.
Otro grupo lo constituyen las mujeres que han sufrido violencia machista previamente al confinamiento. El hecho de convivir el confinamiento con el maltratador es un factor de riesgo añadido que no debe ser minimizado. Los sentimientos de impotencia, miedo, y del complejo culpa-reparación van estar muy presentes, así como la revictimización que puede acontecer en los hijos.
El último grupo es muy especial: los profesionales sanitarios. Han estado en primera línea de fuego, su pelea ha sido desigual y, en muchas ocasiones, una lucha desigual e irregular. Su exposición al contagio ha sido y es muy superior a la media de la población en general. Saben lo que tienen que hacer, pero no les llegaban los EPI lo que les hacía descontrolar e incrementar sus riesgos. Emocionalmente la presión del estrés es muy potente y el estrés, con toda su potencia de acción en el presente, incluye una presión del pasado (contenidos depresivos) o bien una presión dirigido hacia el futuro (contenidos de ansiedad). El estrés, además, es un factor de gran potencia para poner en marcha mecanismos psiconeurobiológicos que afectan a la respuesta inmune a la inmunidad en general, estos componentes psicoinmunológicos son de una gran potencia y, al alterar la respuesta inmunológica defensiva tal como expusimos el Prof. Kreisler y yo mismo hace unos 25 años, facilitan la acción del bicho porque la capacidad defensiva se ve comprometida. Aquí está la importancia de actuar en este personal para que pongan en marcha mecanismos de afrontamiento al estrés y puedan controlar su respuesta afectivo-emocional.
¿Cuáles son los factores que inciden en el estrés sobre los profesionales sanitarios? Sobre todo la exigencia + autoexigencia y el peso de la responsabilidad en sus acciones y tomas de decisión. El peso de la realidad hace el resto: incremento de la demanda, sensación de impotencia ante todo lo que ven con presión en los servicios de urgencia, escasez de camas porque están ocupadas, los puestos de UCI que se van cubriendo, la gravedad de los casos, la necesidad de estar al día a pesar de la presión asistencial, el control emocional hacia el desconocimiento del proceso y su evolución, los fallecimientos diarios. No olvidemos otra línea: el temor a infectarse con los efectos sobre ellos mismos, sobre los compañeros y, sobre todo, con la propia familia, apareciendo así el temor a ser vector de contagio a los miembros de su familia o a sus amistades, emergiendo aquí el complejo culpa-reparación con toda su potencia. El llanto, la emoción contenida o la rabia sentida, son una mera anécdota ante la revolución afectivo-emocional interna de estos profesionales sanitarios y que se va a ver modulada, una vez más, por las experiencias vitales y profesionales previas y la estructura y funcionamiento de su personalidad.
Es evidente que una parte importante de lo que hemos expresado va emergiendo de forma paulatina, algunas veces es posible afrontar la situación con racionalización. Pero no siempre es así y en una parte nada despreciable estos grupos van a necesitar ayuda profesional específica para poder superar esta crisis sanitaria tan potente. No hay que tener reparo en solicitar la ayuda, pero para solicitarla debe existir y tener accesibilidad adecuada. La salud mental cobra importancia y trascendencia para superar este trance, tanto en la población general como en los profesionales sanitarios.
No se puede esperar más, es el momento de intervenir en la contención afectivo-emocional de la población, con especial incidencia en la infancia y, sobre todo, de los profesionales.
Sabemos que “La vida es breve; la ciencia extensa; la ocasión fugaz; la experiencia insegura; el juicio difícil. Es preciso no sólo disponerse a hacer lo debido uno mismo, sino además el enfermo, los que le asisten y las circunstancias externas”, estas frases fueron formuladas por el padre de la medicina Hipócrates de Cos en el siglo IV antes de nuestra era, hoy día tienen toda su vigencia y actualidad con los eventos que nos ocupan. Hágase.
José Luis Pedreira Massa, Don Galimatías en La Mar de Onuba, es Vocal del Consejo Asesor de Sanidad y Servicios Sociales del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. Psiquiatra y psicoterapeuta de infancia y adolescencia. Prof. de Psicopatología, Grado de Criminología (UNED).
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