Domingo, 18 de junio de 2023. El pasado 28 de Mayo se han celebrado elecciones municipales y autonómicas y en estos días se están constituyendo más de 8.100 ayuntamientos. Vivimos días convulsos en cuanto a los resultados y los acuerdos, muchos de ellos contra natura, que se están produciendo. El color del mapa del poder municipal y autonómico ha cambiado drásticamente, de rojo a un azul intenso, como consecuencia de que la extrema derecha está permitiendo que el PP amplíe su poder. Esperemos que las próximas elecciones del 23 de Julio, ese azul intenso se transforme en un rojo permanente.
No voy a entrar a valorar ni analizar los resultados electorales municipales y autonómicos, pero si me permito realizar algunos apuntes. En la mayoría de casos, el resultado de unas elecciones suele servir para hacerse una idea del sentido que van a adquirir los gobiernos que se constituyan. La afinidad entre las formaciones y la proximidad ideológica son factores generalmente adecuados para este propósito pero, en ocasiones, otros aspectos como la gobernabilidad o el contexto político concreto de una localidad dan lugar a acuerdos que sobre el papel resultarían inverosímiles. Ha sido el caso de estos seis Ayuntamientos distribuidos por el territorio español, donde partidos que se encuentran en las antípodas ideológicas han suscrito pactos motivados por diferentes razones.
El socialista Jaume Collboni ha sido elegido nuevo alcalde de Barcelona, gracias al apoyo in extremis de los comunes y del PP, que han impedido así al candidato de Junts, Xavier Trias, hacerse con la vara de mando pese a haber sido el más votado en las elecciones del 28M y pese al aval de ERC. Por su parte, el Partido Socialista de Navarra ha aplicado en Pamplona y en el resto de ayuntamientos de la comunidad foral su máxima de no pactar con EH Bildu, por lo que permite mantenerse en el poder a la derecha del UPN.
Pero en este tiempo de elecciones, quiero volver a referirme a otras que tuvieron una repercusión histórica de primer orden y marcaron el principio de la llamada Transición. El 15 de junio se han cumplido cuarenta y seis años desde la celebración de las primeras elecciones generales tras la muerte de Franco. Fueron elecciones democráticas en cuanto que se desarrollaron en un nuevo clima, tras el referéndum celebrado el 15 de diciembre de 1976, donde se preguntó: ¿Aprueba el Proyecto de Ley para la Reforma Política? El 94,17% de los votantes (del 77,8% de los votos contabilizados) dijo que si. El censo estaba constituido por 22.644.290 electores.
El resultado constituyó una voladura controlada del régimen según el profesor Pérez Royo. El referéndum, significó la aceptación y el comienzo de la Transición a la democracia. Un proceso lleno de ilusión y esperanza. También la «desrazón» y el miedo se hicieron notar; tanto por el vacío que el dictador dejaba tras su muerte, como por el terror a una nueva contienda bélica. La mayoría de la gente no teníamos desarrolladas ni la cultura ni el criterio político, ni en cuestiones generales ni respecto a los hechos que se sucedían vertiginosamente. Salíamos de una dictadura en la que no se permitía pensar; solo obedecer las consignas del dictador y la de los que mantenían el régimen.
El resultado de aquellas elecciones fue ilustrativo de lo que sucedía. Lo que no habían previsto los diseñadores del proceso, lo corrigió la ley D’hondt. Se presentaron más de ochenta partidos o agrupaciones electorales. Hubo un 21,17% de abstención y consiguieron escaño doce candidaturas. Ganó Adolfo Suárez, como heredero del régimen con su UCD (6.310.691 votos, 166 escaños), seguido, con una diferencia de un millón de votos, por el PSOE de Felipe González (5.371.866 / 118). El PCE, con Santiago Carrillo a la cabeza, consiguió ser la tercera fuerza política (1.709.890 / 19), seguido de cerca por AP, liderado por Manuel Fraga (1.504771 / 16). Daba comienzo la etapa democrática y sin anunciarlo unas Cortes constituyentes.
Fui testigo, y de alguna forma protagonista, de la Transición» que comenzaba. No puedo arrepentirme de lo que hice convencido, pero visto en perspectiva histórica y con lo visto y aprendido, si ser crítico con los resultados de todo aquello. En su forma fue un pacto desde el franquismo hacia la democracia, aunque no todos los que participaron fueran demócratas. La oposición al régimen no pidió que se dirimieran responsabilidades por los crímenes cometidos, por los derechos pisoteados durante la dictadura, ni por el origen del régimen que terminaba; y no hablamos de la guerra fraticida, sino de la represión y muertes producidas durante la dictadura. Los responsables y autores, asesinos, siguieron en la calle formando parte del tejido social.
La Transición fue una ley de punto final: No solo impidió juzgar y castigar a los culpables, autores y defensores de la dictadura y su represión, sino que hoy se siguen poniendo trabas a investigar los casos de los miles de desaparecidos y enterrados en las cunetas de nuestros caminos y carreteras. La Transición puso como jefe de Estado a un rey, que durante veinte años apoyó voluntariamente a Franco que lo nombró como sucesor; que nunca renegó del juramento a los principios generales del movimiento, ni denunciado las penas de muerte que su protector firmó hasta el final de sus días. Fue una reforma sin ruptura, construida sobre el poder franquista intacto. Hubo un gran debate en las alturas sobre ruptura o reforma, pero al final, quienes defendían la ruptura reformaron y los reformistas retornaron al lugar de donde venían.
En el 15-J, la gente, tradicionalmente desinformada, votó, como vota casi siempre, a los que más salen en televisión, en la prensa, a la voz del poder, o a quienes provocan menos miedo. Los partidos políticos, hasta entonces en la clandestinidad, fueron llamados a participar en la Transición y terminaron aceptando lo que nunca habían defendido: la monarquía, la bandera que había ondeado el dictador y las condiciones que impusieron los vencedores de la guerra. Clandestinos y legales, comunistas y socialistas, franquistas y falangistas, fueron amnistiados por los delitos cometidos durante los cuarenta años de Franco. No se pidieron responsabilidades ni investigación por los muertos del franquismo, ni por los presos ni marginados, ni represaliados, ni por los condenados a trabajos forzados y desaparecidos por decenas de miles. Ningún programa electoral prometió derribar lo que el franquismo había construido.
Poco se ha hecho para conseguir la separación de la iglesia y el Estado, condición indispensable para que la democracia lo sea realmente. No se ha cambiado la ley electoral que maltrata a la izquierda, beneficia a la derecha, o a los grandes partidos. Poco se ha hecho para garantizar y blindar constitucionalmente la escuela pública y laica, ni la sanidad pública, ni los derechos sociales. Todo para los poderosos; los de antes, que son los de ahora.
Hoy, el poder económico, financiero y territorial, está en manos de los ricos industriales, banqueros y corruptos; la justicia sin tocar o reformada a imagen de la derecha reaccionaria. Se siente la mano de hierro que no permite ningún avance social, sino todo lo contrario: que no permite la lucha contra el fraude y la corrupción, ni contra la manipulación de la información, ni para erradicar la imposición de doctrinas aprendidas durante el franquismo. Diariamente tenemos ejemplos de ello.
En el proceso hacia la democracia la Agencia Central de Inteligencia CIA estuvo cerca. Podríamos afirmar que la Transición» se diseñó en un despacho desde Langley. Alfredo Grimaldos en su libro Claves de la Transición 1973-1986, para adultos, dice: El franquismo no es una dictadura que finaliza con el dictador, sino una estructura de poder específica que integra a la nueva monarquía. Para Grimaldos, la Transición fue una metáfora de un interrogatorio policial donde son los propios franquistas quienes diseñan el cambio y se reparten los papeles en la obra que ellos mismos dirigen. La imagen oficial de este periodo se ha construido sobre el silencio, la ocultación, el olvido y la falsificación del pasado. Hoy conocemos que Juan Carlos de Borbón, se hizo confidente de la Casa Blanca y se convirtió en su gran apuesta para controlar España.
Mucho ha cambiado la sociedad española desde el 15J. Ni todo ha estado mal hecho ni todo ha sido una maravilla. El pasado es la historia, el futuro no existe y el presente es cruel, como siempre, para los más desfavorecidos socialmente. El Sistema actual, respetó las ruinas del franquismo, y se construyó sobre la dictadura y sus miserias. Algunos dicen que lo sucedido pertenece a un capítulo de la historia, que no hay que recordar. Para ellos es mejor el olvido.
El color político del mapa de España tras las municipales y autonómicas nos acercan peligrosamente a aquel escenario.
Víctor Arrogante, colaborador habitual de La Mar de Onuba, profesor retirado, ex sindicalista y veterano activista por las causas de la libertades y los Derechos Humanos. Crítico analista del presente y pasado reciente, en sus columnas vuelca su visión de republicano convencido. Sus primeros artículos en la primera etapa de Diario Progresista (recogidos en el libro Reflexiones Republicanas) le hicieron destacarse como columnista de referencia para los lectores de izquierda, y hoy sus columnas pueden leerse también cada semana en 14 destacados medios digitales, como Nueva Tribuna, El Plural, Cuarto Poder o Confidencial Andaluz.
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