por Ana Valtierra Lacalle, Universidad Camilo José Cela.
Nuestra Señora de París, la catedral gótica que ha sobrevivido a guerras, revoluciones y catástrofes, ardió durante horas en la tarde del lunes ante la mirada atónita e impotente de todos. Las televisiones, las radios y los periódicos echaban humo. Los ánimos y corazones de casi todos los ciudadanos del mundo ardían de perplejidad. Ahora que el incendio está controlado, que las llamas han sido apagadas, toca hacer análisis de daños. ¿Qué hemos perdido? ¿Qué trascendencia tiene esta tragedia?
La aguja
Una de las imágenes más impactantes de incendio de Nôtre Dame fue esa aguja, también llamada flecha, desmoronándose. Se trataba de esa estructura alta y alargada que iba colocada sobre el techo de Nôtre Dame, y que formaba parte inexorable del skyline parisino. Se ha destruido completamente.
Estaba hecha con 500 toneladas de madera y 250 toneladas de plomo. Medía la friolera de 93 metros desde el suelo. No se trataba de la construcción medieval original, que perdimos a finales del siglo XVIII, sino de una restauración que hizo en el siglo XIX. Ojo, no nos engañemos. Que fuese una construcción más reciente no le resta valor. Se trataba de una restauración histórica, que formaba parte inexorable de la memoria del edificio, y sin la cual no podríamos entenderlo.
Las cubiertas
El fuego ha engullido la mayoría de las cubiertas, que eran originales medievales. No se veían a simple vista, puesto que iban colocadas encima de las bóvedas de piedra (el “techo” que veríamos al mirar hacia arriba dentro de la iglesia). Una auténtica joya que pocos edificios góticos conservan de manera tan intacta como Nôtre Dame lo hacía. Se la conocía coloquialmente como “el bosque”, por la gran cantidad de árboles que talaron para construirlo. También por sus dimensiones: 100 metros de largo y 10 metros en altura. Fue puesta en su lugar entre los años 1220 y 1240, pero reutilizaron en algunas de sus partes vigas de madera más antiguas, que podrían estar datadas del siglo VIII.
Las bóvedas
Debajo de las cubiertas estaban las bóvedas, que como comentábamos hace unas líneas, sería lo que nosotros al entrar dentro del templo veríamos a simple vista al mirar hacia el techo. A pesar de estar construidas en piedra, muchas han colapsado con el fuego y han caído.
Las vidrieras
También produce una gran tristeza analizar la suerte de las vidrieras. Uno de los grandes logros de la arquitectura gótica fue la conquista de la luz. Fue el Abad de la vecina Abadía de Saint-Denis quien comenzó a plasmar la idea de que Dios era luz, y que como tal tenía que manifestarse en sus templos. Así, los fieles podrían entrar en contacto con Él mediante su contemplación. De esta manera, comenzaron a cobrar un gran protagonismo en la arquitectura las vidrieras, que permitían la entrada de claridad en los templos. Se trataba de sustituir parte del muro, a modo de ventanas, por cristales de colores que se ensamblaban por medio de varillas de plomo.
Sin embargo, son un elemento muy delicado, lo que ya explicaría que muchas de ellas fueran restauraciones del siglo XIX. Y son especialmente frágiles sometidas a altas temperaturas. En contacto con el fuego, el plomo se funde y los cristales caen rotos en mil pedazos. Aún así, parece que han sido el pequeño milagro de esta catástrofe. Los tres grandes rosetones de los siglos XII y XIII se han salvado de momento. Se trata de los vitrales en forma circular y decorados con escenas relativas a la fe cristiana. Eso sí, decimos de momento porque no podemos todavía calibrar los daños en la estructura.
Las pinturas
Efectivamente, el fuego dilata la piedra y es pronto para saber en qué grado afectará a la complexión de todos los elementos que componen el templo. De hecho, en las imágenes de uno de los rosetones se puede apreciar que faltan vitrales.
A estos daños efectivos habría que añadir unas setenta pinturas realizadas entre los siglos XII y XVIII, que han quedado deterioradas por el humo. Y los órganos, que siempre fueron orgullo de la Catedral. El principal se ha salvado, pero había tres.
Se habla de reconstruir, y el gran debate que se abre aquí es cómo hacerlo. Nôtre Dame es un símbolo de la cultura occidental que trasciende más allá del cristianismo y el nacionalismo francés. Resistió los ataques de la Revolución Francesa, el incendio de la Comuna de París de 1871 y dos guerras mundiales de las que salió sin grandes daños.
Nuestra generación tendrá que pedir disculpas, una y mil veces a los que vengan detrás por no haber sabido conservar lo que nuestra historia nos legó para su custodia. Porque por mucho que reconstruyamos, y que estemos agradecidos por cada fragmento de esta obra que se haya conseguido salvar, Nôtre Dame de París ha quedado herida de gravedad.
Ana Valtierra Lacalle, Profesora de Historia del Arte, Universidad Camilo José Cela. Licenciada en Historia y Teoría del Arte (2001) y Diploma Avanzado en Imágenes en “Imágenes, conceptos y Metáforas del Arte” (2005). Doctora Europea en Historia y Teoría del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid (2012), con la calificación Sobresaliente cum Laude. Máster en Educación por la Universidad San Pablo CEU (2015). Cursando 3º del Grado en Ciencias y Lenguas de la Antigüedad. Becada por su excelente expediente académico con la Beca de Formación de Profesorado Universitario (2003-2006), Beca-Colaboración de segundo ciclo; Beca-colaboración de tercer ciclo, Beca Rectorado UAM; así como diversas becas para cursos de verano de la UCM y la UAM.
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