
“¿Quién vendará —al final de la caza— la herida del ciervo?
¿Y quién responderá por los hombres, si se pregunta de dónde vienen?
Entonces las mejillas de la arena se empaparon con lágrimas de la pregunta.”
— Amal Dunqul (poeta egipcio)

Domingo, 15 de junio de 2025. A comienzos de este año regresaba de Huelva, donde la tierra y el cielo se funden entre los campos de fresas españoles, campos que no conocen solo el sabor del rocío y la dulzura del fruto, sino que también encierran historias de sangre y sudor de mujeres marroquíes. Mujeres que no llevaban más que una pequeña maleta, sueños frágiles y una rama de esperanza en el corazón de un exilio duro. Allí, en ese lugar teñido de verde, no vi más que rostros agotados por el trabajo, ojos vulnerados por la injusticia, que ocultan tras de sí una historia de largo silencio, balanceándose entre el sueño de una vida digna y una realidad de esclavitud moderna.
¿Cómo hablar de ellas? ¿Qué sentiría si pusiera a mi madre o a mi hermana en su lugar? ¿Cómo aceptar su opresión, cuando una de ellas se lanza a una travesía cuyo destino es incierto, en campos sin piedad? ¿Cómo pueden los corazones resistir escenas de mujeres expulsadas sin salario, con sus derechos mercantilizados, y abandonadas al amargor del exilio en los campos de fresas? Preguntas lacerantes me devoran mientras intento abrir una ventana a un mundo donde los contratos de trabajo de temporada han devenido en grilletes cuidadosamente ensamblados, adornados con promesas falsas y protocolos de engaño legal.
Durante veinticinco años del sistema de gestión colectiva de contrataciones en origen (GECCO), concebido para garantizar una migración circular ordenada, la corrupción se ha infiltrado en las entrañas de estos contratos. Presentados miles de veces como “contratos de trabajo y servicio”, en realidad han constituido una red enmarañada donde se mezclan el fraude legal y la manipulación. Las relaciones laborales temporales o intermitentes se han deformado hasta convertirse en herramientas para recortar derechos, eximir de responsabilidades a las empresas y reducir sus aportaciones a la seguridad social. Se ha consolidado un fraude masivo, con el consentimiento de muchas instituciones, que han mirado hacia otro lado sin corregir, perpetuando la vulneración de derechos en una oscuridad total.
No se trata de un mero fallo administrativo: es un escándalo humano. Tras años de aplicación de este sistema, los trucos legales continúan, incluso después de que en 2022 se impusiera el uso de contratos intermitentes. Las empresas recurrieron entonces a periodos de prueba fraudulentos y a cartas de renuncia que mujeres analfabetas firmaban sin saber qué contenían. Se organizaron campañas sistemáticas para evitar el reconocimiento de derechos laborales. Ninguna institución oficial o jurídica ha actuado para detener esta hemorragia que viven las trabajadoras en una zona que geográficamente está en la Europa del Derecho, pero que en la práctica se sitúa fuera de su órbita. Una zona gobernada únicamente por la ley del dinero.
En la temporada de fresas, no solo se cosechan frutos rojos: también se cosecha la dignidad. Se rompen sueños. Se entierran derechos en papeles oficiales que solo leen quienes detentan el poder.
He aquí una mujer embarazada de cinco meses, sin contrato ni seguridad. Se encuentra sola en tierra extraña, sin ingresos, sin papeles que acrediten su existencia, sin derecho a atención médica. Y otra mujer, que sufre en silencio mientras combate un cáncer de cuello uterino. Obligada a regresar a un país que no dispone del medicamento que necesita. Expulsada como si fuera una carga indeseada, en medio de un vergonzoso silencio oficial que refuerza la tragedia en lugar de detenerla.
Otro rostro de esta tragedia se reveló en mayo de 2023: un autobús que transportaba trabajadores marroquíes hacia su empleo en Almonte volcó. El accidente dejó una trabajadora fallecida y 39 heridas. No recibieron atención integral. Muchas quedaron atrapados en alojamientos de la empresa, aisladas del apoyo médico y legal, bajo un cerco mediático e institucional. Algunas fueron trasladadas sin notificación a las autoridades sanitarias. A las víctimas se les negó interpretación legal o asesoramiento jurídico. Sus lesiones fueron registradas con menos gravedad de la real. Clasificadas como “permanentes no invalidantes”, como si las heridas esculpidas en sus cuerpos fueran simples arañazos sin importancia. Fueron devueltas al trabajo, disminuidas, sin compensación justa.
Estos incidentes no son simples emergencias. Son la imagen sombría de un sistema de explotación arraigado, que consagra la injusticia y evidencia una ausencia absoluta de responsabilidad. El Estado español permanece impasible, parapetado tras informes que solo ven cifras sin alma. Ignoran el dolor de las mujeres que recogen fresas en las condiciones más degradantes.
Estas violaciones deben detenerse. El Estado marroquí debe actuar con firmeza para proteger a sus hijas. Porque ellas no tienen voz, salvo en organizaciones feministas como AMIA y “Jornaleras de Huelva en Lucha”, que están del lado de las trabajadoras. Enfrentadas al silencio de empresas que dan la espalda a las víctimas y cierran sus puertas a la ayuda.
Tras cada uno de los 17.000 contratos de temporada, y cada uno de las toneladas de fresas exportadas a Europa, se ocultan mujeres que sufren en silencio. Cargan pesos invisibles: no solo frutos, sino lágrimas, sudor y sueños rotos. No escuchamos la voz de Zineb, que esconde sus lágrimas en una casa sin electricidad en Marruecos. Ni la de Soumaya, falsamente acusada de fingir enfermedad. Ni la de la embarazada forzada a regresar sin garantías. Ni de quienes nunca regresan.
En los campos verdes y florecidos, donde las fresas brotan como rosas rojas, la dignidad de muchas mujeres se marchita bajo el peso de la explotación y la ausencia legal. Una trabajadora enferma de cáncer es enviada a un país sin medicinas. Otra es expulsada sin salario. Y miles más viven al margen de un derecho que no las protege, bajo un sistema de seguridad social que trivializa su sufrimiento. Un panorama tenebroso que nos recuerda que sus derechos no son más que palabras en papel, que se desvanecen con cada temporada.
¿Es concebible que nuestras mujeres sean tratadas como números estacionales, usadas y desechadas como ramas secas? ¿Cómo puede la razón tolerar que se vea a estas mujeres como máquinas bajo el sol abrasador, sembrando esclavitud moderna en el corazón de Europa, ocultada por las pantallas de la propaganda y las promesas embellecidas de los contratos?
No es una simple historia de tragedia individual, sino una grieta profunda en el sistema de trabajo y migración, que exige una revisión radical. No necesitamos más informes empapados de tristeza. Necesitamos una voz clara. Una conciencia que despierte justicia. Una voluntad que marque la diferencia.
¿Cerramos los ojos ante la tragedia de las marroquíes de Huelva, o vendrá alguien a curar al final de la caza la herida del ciervo? Esta pregunta muda lleva consigo el latido de miles de mujeres que viven en los márgenes del campo, entre la oscuridad y el miedo, buscando un derecho básico: vivir con dignidad.
Y para que esta tragedia no quede prisionera de las líneas escritas, debemos hoy más que nunca alzar nuestra voz en defensa del derecho de estas mujeres a una vida digna, a una protección social y jurídica que las resguarde de la explotación y el abuso. No podemos permitir que los sistemas contractuales amañados sigan convirtiendo la esperanza en cadenas. No podemos permitir que las puertas tras las que ocurren estas tragedias sigan cerradas, sin rendición de cuentas ni sanción.
Los gobiernos y las instituciones internacionales deben tomar decisiones firmes, poner fin a este desprecio por los derechos humanos, imponer controles estrictos sobre las condiciones laborales y migratorias, garantizar indemnizaciones justas para las víctimas y ofrecer una atención sanitaria real que preserve la dignidad de todas.
Y la sociedad civil y los medios deben romper el muro del silencio, llevar las historias de estas mujeres de la sombra a la luz, denunciar lo que se oculta tras sus cuerpos agotados y sus corazones cargados.
Es la hora de la verdad. La hora de la conciencia. El momento en que afirmamos que la dignidad no se vende ni se compra. Que quien cosecha fresas no es solo un trabajador, sino un ser humano con historia, esperanza y futuro.
¿Esperaremos más tiempo? ¿O actuaremos hoy, para escribir juntos una página imborrable en la historia de esas mujeres que merecen que se diga de ellas que son ellas las que curan las heridas de los cervatillos que dejaron atrás en los pueblos lejanos de su país? Que son nuestra vergüenza. Y que no debemos ser quienes dejamos que la herida siga sangrando.
“Quien lanza la flecha no es el arco… sino el corazón de quien la sostiene”. Así resume el poeta egipcio Amal Dunqul esta tragedia. Esas mujeres no son sólo víctimas de la esclavitud en España. Son también víctimas del desvío de mirada del Estado marroquí ante violaciones reiteradas desde hace casi un cuarto de siglo.
También nosotros estamos implicados, con nuestro silencio impotente, viscoso y prolongado. Todos estamos implicados: el Estado, la sociedad civil, y la prensa.
Hemos aceptado los contratos de “esclavitud” de nuestras mujeres a cambio de una luna de miel política miserable.
Said Elmrabet es periodista y responsable de la secretaría editorial de la Plataforma Hounna
“Hounna” es una plataforma mediática interactiva e independiente, especializada en las cuestiones de la mujer magrebí, dirigida al público en la región del norte de África, y basada en el establecimiento de un periodismo especializado en la mujer, serio e independiente, que aborde los temas políticos, económicos, sociales y medioambientales desde una mirada femenina, y se interese por observar y documentar la realidad que viven las mujeres, las minorías de género, religiosas y étnicas, y los grupos marginados, conforme a las reglas del trabajo periodístico profesional.
“Hounna” aspira a difundir la cultura de los derechos humanos, y a defender los derechos de las mujeres, de las minorías sexuales y de los grupos marginados dentro de las sociedades magrebíes en el norte de África, y a brindarles la oportunidad de hacer oír sus voces y salir del margen hacia un espacio más amplio que respete la diferencia y la diversidad.
La plataforma “Hounna” es un medio de comunicación independiente que no reconoce fronteras, y se consagra a un periodismo feminista alejado de la imagen estereotipada asociada a la prensa femenina, y cuyo principal bagaje es el periodismo pausado, basado en los grandes géneros periodísticos.
A través de esta plataforma, aspiramos a crear un espacio para las mujeres y para las minorías de género, étnicas y religiosas, en el que puedan expresar sus opiniones y orientaciones ideológicas y políticas, y defender sus derechos, en total respeto a la cultura de la diferencia y a la libertad de expresión.
Creemos que el periodismo de investigación en el campo de los derechos humanos se ha convertido en una especialidad con entidad propia, y existe una necesidad urgente de que haya plataformas y sitios mediáticos especializados en este tipo de periodismo. Por ello, dedicaremos parte de nuestro trabajo a producir investigaciones e informes en profundidad sobre las violaciones que afectan a los derechos humanos en general, y a los derechos de las mujeres y de las minorías en particular.
El contexto regional y mundial, marcado por retrocesos en materia de derechos —especialmente aquellos que afectan a mujeres y minorías—, y envenenado por la hostilidad hacia la prensa independiente, nos ha llevado a pensar que ha llegado el momento de establecer un periodismo y unos medios de comunicación femeninos que traten las cuestiones políticas, económicas, sociales y medioambientales desde el punto de vista de la mujer y su enfoque.
La plataforma se interesa por la región magrebí y el norte de África (Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Mauritania y Egipto), especialmente ante la escasez de plataformas mediáticas que cubran esta zona geográfica de manera profesional, y que porten la antorcha de la defensa de los derechos humanos y brinden la oportunidad a este grupo marginado de expresarse, dar a conocer sus problemas y sus desafíos.
En “Hounna”, creemos que el periodismo tiene un deber que va más allá de la parte profesional, y que se manifiesta en la defensa de uno de los valores más importantes: la libertad, como el derecho humano fundamental más esencial. Y, en definitiva, no puede existir la libertad sin libertad de prensa, ni tampoco puede haber democracia sin libertad de prensa.
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