Jueves, 30 de junio de 2022. Tenemos una imagen estética del paisaje: es bonito o es feo. Y tenemos también una idea fatalista y circunstancial de las catástrofes: “¡Quién lo habría esperado!”, “en esta situación, imposible evitarlo”. Esta ha sido la reacción mayoritaria ante los incendios forestales que han arrasado amplias zonas de España acompañando a la primera ola de calor de este verano en el hemisferio norte.
Entre el 11 y el 19 de junio, las condiciones meteorológicas favorecieron la simultaneidad de numerosos incendios en Cataluña y en las provincias de Orense, Zamora, Asturias, Navarra, Teruel, Cataluña, Castellón, Toledo, Murcia y Málaga. Pero esta conflagración de grandes incendios era cualquier cosa menos inesperada. Estaba anunciada y prevista. Lo que no estaba preparado ni anticipado era el dispositivo de defensa en los diferentes territorios.
Grandes incendios, ¿imprevisibles?
En los años 80 comenzamos a llamar grandes incendios a aquellos que quemaban más de 500 hectáreas. Ahora llamamos grandes incendios a aquellos que quedan fuera de la capacidad de extinción por cómo se propaga el fuego en ciertas condiciones meteorológicas.
No son incendios imprevisibles, porque la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) nos alerta de la situación. Si la estructura de defensa está bien organizada, es posible desplegar una estrategia anticipatoria para mitigar la vulnerabilidad de la población y reducir el daño, priorizando la protección de los bienes y recursos más valiosos.
Pero si el sistema de defensa se limita a la función de apagar incendios o se organiza solo para la campaña de verano y después se desmantela hasta la fecha oficial del verano siguiente, la vulnerabilidad frente al riesgo de grandes incendios en situación de ola de calor es absoluta.
Cambio climático: episodios más intensos e insólitos
Es verdad que las olas de calor y los grandes incendios han existido siempre, pero ni las olas de calor han sido tan frecuentes ni los incendios han sido tan intensos y desproporcionados. Ya no se trata de situaciones meteorológicas puntuales de carácter extremo.
El cambio climático provoca olas de calor más intensas en momentos y lugares insólitos. Por ejemplo, la ola de calor que sufrieron los países escandinavos en julio de 2018, con temperaturas por encima de los 30 ℃ más allá del círculo polar ártico, desencadenó más de 50 grandes incendios simultáneos en Suecia. ¿Por qué ocurren ahora estos grandes incendios? ¿Por qué son cada vez más frecuentes las olas de calor, se producen a destiempo y afectan a lugares insospechados?
Desde mediados del siglo pasado está cambiando aceleradamente el régimen de incendios (frecuencia, intensidad y superficie media), pero sobre todo está cambiando el contexto socioespacial en el que se producen ahora (simultaneidad, incertidumbre y vulnerabilidad de la población).
Las causas de estos cambios son, a su vez, otros cambios estructurales. Además del conocido –y no por ello atendido– cambio climático, está el cambio de paisaje, que es un cambio físico y un cambio social. Los archivos y las estadísticas están cargados de pruebas, los análisis y los diagnósticos técnico-científicos apuntan en la misma dirección.
Cambio cultural y socieconómico tras la Guerra Civil
El Grupo de investigación en Geografía Forestal de la Universidad Complutense de Madrid ha reconstruido el registro histórico de los incendios forestales en España desde el siglo XVII y las transformaciones del paisaje desde mediados del siglo XX. Sus trabajos han demostrado que el régimen de incendios cambió bruscamente tras la Guerra Civil debido al cambio cultural y socioeconómico que provocó la transición energética, el aumento de los usos agrícolas frente a los aprovechamientos forestales y el crecimiento demográfico.
Es lo que denomino “pirotransición”. La desestabilización del sistema fue consecuencia de la sustitución del combustible vegetal (leñas) por el combustible fósil (derivados del petróleo), que acompañó al crecimiento urbano y al proceso de industrialización del país. Cambió el estilo de vida.
Después, se produjo el éxodo rural masivo hacia las ciudades. A finales de los 50 y principios de los 60, el paisaje español ya había cambiado y bastó con que desapareciera el escudo de protección (la presencia humana y la organización social) para que se manifestara ese cambio de régimen de fuego que dio lugar a la promulgación de la primera ley española sobre incendios forestales en 1968. La pérdida demográfica fue también una pérdida cultural que desestabilizó aún más los paisajes, transformando su resiliencia en vulnerabilidad frente al riesgo de incendios.
Incendio en Zamora: un modelo de lucha desfasado
El paisaje, entendido como patrimonio cultural, referente de identidad y recurso territorial, ya no será el mismo. Se ha producido una alteración abrupta del ecosistema, la desestructuración del sistema productivo y de un espacio vivido. La respuesta política ha sido simplemente solicitar la declaración de zona catastrófica.
Sin embargo, es preciso adaptar y adecuar los medios y el operativo a las características del nuevo régimen de incendios. Los problemas nuevos no se pueden afrontar con formas de organización antiguas. Se trata de previsión o preparación que permita anticiparse y de diseñar estrategias proactivas en lugar de acciones reactivas.
El colapso del sistema de defensa frente al riesgo de incendios no obedeció únicamente a la intensidad de esta primera ola de calor prematura de 2022 ni al comportamiento del fuego en situaciones extremas, sino a las carencias del dispositivo, que no estaba dotado y organizado siquiera para afrontar una situación de riesgo medio en el contexto actual.
Seguimos teniendo el modelo de lucha contra los incendios que se organizó en los años 90, cuando se reconoció que este problema se había convertido ya básicamente en un asunto de protección civil. Desde entonces, el desfase entre la política y los cambios del paisaje, la sociedad y el régimen de fuego, es cada vez mayor.
Los recursos humanos y materiales no se pueden improvisar en una situación de emergencia. Es necesario disponer de una estructura profesional de gestión del territorio y de gestión del riesgo permanente y estable, que permita diseñar estrategias, anticipar dispositivos, prepararse para enfrentar el peligro y mitigar la vulnerabilidad del territorio y de la población en el contexto actual. Solo de esta manera resultan útiles y eficaces las ayudas posteriores para la regeneración y reconstrucción del territorio quemado.
La versión original de este artículo fue publicada en la web de la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid.
Cristina Montiel Molina, Catedrática de Análisis Geográfico Regional, Universidad Complutense de Madrid
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