El 7 de Enero de 2013, publicaba en Diario Progresista (etapa anterior) el artículo «Perdiendo el trono», texto incluido en mi libro «Reflexiones republicanas«. En él se contaba el intento fallido de la Casa Real de blanquear la imagen del rey, que entonces cumplía los 75 años. Seis años después, me permito retomar la idea principal, incorporando nuevos datos y alguno que otro comentario.
La última vez que el Centro de Investigaciones Sociológicas preguntó por la monarquía, fue en abril de 2015. En aquel barómetro, la ciudadanía suspendió a la monarquía con una nota media de 4,34. Tres puntos menos que en 1995, cuando la nota de la Casa Real era de 7,5. El peor resultado se produjo en abril de 2013, cuando la nota tocó fondo con un 3,68. El nuevo director del CIS José Félix Tezanos, dice que no se pregunta sobre la monarquía, porque «no está en la agenda de los españoles». Es su opinión, pero no es la de la mayoría de la calle.
Juan Carlos de Borbón, heredó del franquismo el trono; poco había hecho hasta entonces para conseguirlo. Juró ante los «santos evangelios» fidelidad a los principios del movimiento nacional, que inspiraban al régimen de Franco. No cumplió su juramento. Para unos fue un traidor, para la mayoría era quien facilitaba el tránsito a la democracia. Se terminó la dictadura, se aprobó la Constitución, pero no se resolvieron los problemas históricos de España, que han sido fuente permanente de conflictos: el territorio, las señas de identidad, la separación real y efectiva de la iglesia del Estado.
La monarquía está muy alejada de los principios constitucionales de igualdad ante la ley y de igualdad de oportunidades. El acceso a la Jefatura del Estado, como a cualquier otro órgano de representación, no puede tener carácter hereditario, sino sometido a la libre y democrática elección. La monarquía, heredera del régimen de Franco, cumplió su papel durante la Transición a la democracia; pero transcurrido el tiempo, no tiene razón de ser, ni que la persona del rey sea inviolable ni que quede exenta de responsabilidad. Habría que abrir un proceso Constituyente, con debate público y el máximo apoyo político y social; pero el horno sigue sin estar para estos bollos.
El tiempo pasa y la popularidad de la monarquía ha decaído; no se puede vivir siempre, ni de herencias recibidas ni de rentas políticas del pasado. En un sistema democrático, no deberían caber privilegios hacia personas, familias, o castas. La transparencia debería ser un principio de actuación y administración ineludible. La opacidad y la irresponsabilidad son constantes en la persona del rey y su casa.
Si el CIS no pregunta, otros medios si lo han hecho, como CTXT. La monarquía en España suspende entre los votantes de todos los partidos, incluidos los de la derecha. Así concluye el panel online de Electomanía de octubre pasado, elaborado con una muestra de 2075 respuestas en el ámbito del territorio nacional. La mayoría de los consultados valora negativamente la monarquía, a la que ponen una nota media de 3,8. Por edades, todos la suspenden, aunque los mayores son más benevolentes. Por comunidades autónomas, aunque el suspenso es general, existen grandes diferencias, destacando el País Vasco por el lado negativo y Canarias y el centro por el menos malo.
Por partidos, los votantes situados más a la derecha rozan el aprobado, mientras que los nacionalistas dan a la monarquía un suspenso rotundo. Ciudadanos, y sobre todo, el PSOE, quedan en una posición intermedia. Cuando se da a los españoles la oportunidad de escoger entre una hipotética república y la monarquía, la sociedad se muestra profundamente dividida. Hace tres meses, cuando Electomanía preguntó sobre este asunto, ninguna de las dos opciones alcanzaba el 50%.
Los privilegios que los componentes de la familia real ostentan, son un agravio comparativo hacia el resto de la ciudadanía. Es una flagrante injusticia. Es una casta familiar, que se encuentra por encima de la ley, que no rinde cuentas, ni económicas ni fiscales ni políticas y en algunos casos ni penales. El solo hecho de haber nacido en una «familia real» u ostentar el apellido Borbón, les hace poseedores del gozo y de los mayores privilegios. Hemos creado una sociedad desigual desde arriba, con privilegios para unos pocos, por el mero hecho de nacer en cuna de oro.
101.932 personas han participado en las más de 40 consultas sobre Monarquía o República celebradas en 2018. En 23 barrios y pueblos y 18 universidades públicas se ha preguntado: ¿Estás a favor de abolir la Monarquía como forma de Estado e instaurar una República?» y «En caso afirmativo, ¿estás a favor de abrir procesos constituyentes para decidir qué tipo de República?». El 88,6% han votado por un modelo de Estado republicano, frente al 9.2% que han preferido la monarquía. Nuevas consultas se están organizando para este año. La Universidad de Alcalá, tiene una cita en las urnas el 7 de febrero y la Universidad de Castilla-La Mancha los días 12, 13 y 14 de febrero. Son consultas simbólicas, pero a falta de otros datos ilustran la opinión.
The New York Times en su versión en español, ha publicado un artículo de Martín Caparrós, que asegura que la monarquía española no tiene ninguna utilidad. «Aunque su origen no estuviera lleno de sangre y de dictadura, aunque no viniera de unas matanzas del siglo XX sino del siglo XVI o XVIII, como las otras, esta monarquía ya no tiene sentido». El autor recuerda que en 1931 declarar la república fue cambiar muchas cosas; «ahora todo seguiría igual». No considera posible una legitimación de la monarquía española a través de un referéndum. «¿Cómo puede tener legitimidad democrática una institución que niega la esencia de la democracia: la abolición de los privilegios de sangre, la igualdad de todos ante la ley y la libre elección de las autoridades?».
El partido en el Gobierno, en otros tiempos republicano, ahora es más monárquico que Felipe de Borbón. Desde el discurso del 3-O en que se decantó por un bando, sin consideración al otro, su papel simbólico ha caído a plomo. Sigue siendo símbolo, pero de una parte de España. De lo publicado sobre Felipe, lo menos condicionado se encuentra en el libro Adiós Princesa, escrito por su primo político David Rocasolano. Dice, a diferencia del rey emérito, Felipe es «accesible, cercano, cordial, educado» pero hay una parte desconocida que merece ser explicada: «Felipe descorcha su botella de Vega Sicilia de 250 euros», como si fuera un emir saudí pero en Madrid. Más interesante es cuando tumba el mito de su mote «El Preparao». Felipe es licenciado en Derecho y Económicas y tiene la carrera militar. ¿Un superdotado? Felipe confiesa: «Tampoco hice exactamente la carrera. Me centré en asuntos puntuales que tenía que conocer. No estoy capacitado para ejercer de abogado».
El libro revela el pánico del rey a una reforma constitucional que pueda fulminar la monarquía. Con la obligación de acabar con la discriminación machista en la sucesión al trono tuvo que mojarse sobre la reforma de la Corona y se muestra temeroso: «No debería hacerse solo sobre la Corona, debería incluir otros aspectos como el Senado. Acabaría siendo un referéndum sobre la idoneidad de la monarquía» Para el rey no es momento de consultas sobre la monarquía. Es la cara oscura de Felipe: amante del lujo, sin criterio y pegado a la silla.
La monarquía española está tocada. A la dudosa legitimidad de su origen, se une el abandono popular; la campechanía ya no vende. La sociedad se enfrenta a enormes dificultades para sobrevivir día a día, y no se comprende por qué una familia puede acumular poder y privilegios sin méritos conocido. Un proceso constituyente debe dar paso a la formación de un estado democrático, federal, laico y republicano. Pocos creen ya en los reyes ni en sus palabras ni en sus herederos ni en su familia. Quieren aparentar ser una familia «normal» y no lo consiguen porque no lo son. Viven en las alturas a costa de los españoles que difícilmente puede sobrevivir. No ha sido un año fácil para la monarquía. Desde Izquierda Unida han pedido la reprobación del rey en más de 1.000 ayuntamientos, siguiendo la estela del Parlament de Catalunya, y han exigido un referéndum en el que la gente pueda expresar si prefiere una república al sistema actual vigente.
El monarca emérito cumple 81 años con una impopularidad reinante entre la ciudadanía. Tanto él personalmente −salpicado por casos de corrupción y el elevado sueldo público que percibe (su fortuna se desconoce)−, como la propia institución monárquica −debido a las movilizaciones ciudadanas y a los referéndums celebrados−, se encuentran en el peor momento de la historia. La figura de Juan Carlos de Borbón se ha visto gravemente dañada y menospreciada por su presencia en algunos negocios que luego se han juzgado como corruptos; es el caso de las comisiones presuntamente ilegales que el monarca se llevó por mediar en el AVE a la Meca. Recibe una asignación anual de los Presupuestos por 194.232 euros y ha participado en 24 actos durante 2018 (toros, misas, fútbol e inauguraciones a 8.093 euros por acto oficial), según la agenda del rey Juan Carlos. Por su parte, Felipe VI participó en 187 actos y cobró de las arcas públicas 242.769 euros.
Soy republicano por convicción y principios, aunque no creo que se terminen todos los males de España por instaurar una república. El nuevo modelo debe ser políticamente abierto, participativo y democrático; un modelo que promueva una sociedad crítica y responsable; un modelo sustentado por principios y valores de libertad, igualdad y justicia social y que éstos sean blindados por la Constitución, para evitar que los gobiernos de turno, ataquen los fundamentos del propio Estado.
En esta estructura no cabe la monarquía, que es antidemocrática por naturaleza, opaca por convicción, alejada de las necesidades de la gente y de los intereses reales del pueblo llano. En el modelo social y político que anhelo, la monarquía perdería el trono.
Víctor Arrogante En Twitter @caval100
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