“Es imprescindible también el retorno de quienes han llegado a España irregularmente”. Con estas palabras, el presidente español, Pedro Sánchez, defendía por primera vez la expulsión de inmigrantes en situación irregular, con el argumento de desincentivar a las mafias que trafican con seres humanos. Sus declaraciones del pasado 29 de agosto en Senegal se produjeron días después de que el canciller alemán, Olaf Scholz, prometiera aumentar las deportaciones tras el atentado en la ciudad de Solingen.
El cambio de discurso no era casual. Sánchez estaba de gira por África Occidental con motivo de la crisis migratoria en Canarias y Ceuta, y la ultraderecha alemana se encaminaba a ganar unas elecciones regionales por primera vez en el Estado actual. Por el camino, la nueva Alianza Sahra Wagenknecht se convertía en la primera fuerza de izquierdas que defiende un discurso contra la inmigración.
El giro de Sánchez y Scholz refleja una tendencia creciente entre la izquierda europea: los partidos socialdemócratas están endureciendo sus posiciones migratorias para contener el ascenso de las fuerzas de ultraderecha. Pero lejos de cumplir con su propósito, esta estrategia amenaza con erosionar su base de votantes mientras fortalece a sus adversarios.
Un tema dominado por la ultraderecha
La inmigración es el tema estrella de la ultraderecha europea. Su auge en el debate público durante la última década ha alimentado el ascenso de Vox, la Agrupación Nacional francesa, Alternativa para Alemania o Hermanos de Italia. Estas formaciones aprovecharon el descontento por la crisis económica de 2008 y la crisis de refugiados de 2015 para ganarse a una parte de los votantes más damnificados y desafectos con el sistema político. Para ello ha sido primordial explotar la cuestión migratoria.
La ultraderecha ha enarbolado un discurso populista, nativista y nacionalista que presenta a los inmigrantes como un riesgo para la seguridad y la prosperidad del país. Sus líderes exaltan la identidad nacional frente al enemigo extranjero, señalan a las élites políticas como las responsables de los males del país y abogan por soluciones simples ante problemas complejos. Una de ellas es culpar a los inmigrantes de problemas de inseguridad y de empeorar las condiciones económicas de la población local. Asimismo, aprovechan el altavoz que les dan los medios de comunicación para afianzar su relato y sobredimensionar el tema.
Este escenario se ha convertido en un quebradero de cabeza para la izquierda. La irrupción de la inmigración como tema central ha dividido al electorado socialdemócrata, compuesto por una clase media urbana formada y trabajadores poco cualificados. Con la inmigración, la izquierda se ha visto obligada a competir en un tema donde las preferencias de sus votantes tradicionales varían y donde la ultraderecha es percibida como más competente. Al mismo tiempo, el auge de la ultraderecha y su discurso ha dificultado que las formaciones izquierdistas puedan posicionar sus propios temas en la agenda política.
Este dominio de la inmigración les ha permitido a los partidos ultraderechistas controlar el marco de la discusión. Para ello suelen enfatizar aspectos negativos de la inmigración mediante bulos y datos falsos, definiéndola como un problema para la cohesión social. Al imponer la idea de la inmigración como amenaza, la ultraderecha ha forzado a la izquierda a abandonar sus principios de internacionalismo y solidaridad y a defenderla con argumentos economicistas. De paso, le quitó la posibilidad de debatir sobre la seguridad en las fronteras, algo que la izquierda también quiere, y ha alimentado el “dilema progresista”, entendido como la pulsión entre un Estado de bienestar inclusivo y los altos niveles de inmigración.
La peligrosa estrategia de la izquierda
La izquierda ha adoptado diferentes respuestas para contener la irrupción de la ultraderecha. En un principio, los principales partidos socialdemócratas reaccionaron ignorando su crea acimiento o confrontando sus discursos antiinmigración. Sin embargo, el declive socialdemócrata y el ascenso ultraderechista abrieron una brecha en la izquierda. La prominencia del tema migratorio y el paulatino acercamiento de la derecha tradicional a la ultraderecha ha llevado a la socialdemocracia a repensar su estrategia.
Los primeros en hacerlo fueron los Socialdemócratas de Dinamarca. Tras las elecciones de 2015, en las que perdieron el Gobierno y la ultraderecha se erigió como la segunda fuerza en votos, la socialdemocracia danesa adoptó la agenda migratoria de la derecha radical. Apoyó un polémico plan para dejar de aceptar una cuota anual de refugiados reasentados por Naciones Unidas, el cierre de los centros de asilo en territorio danés y duras leyes para los guetos de mayoría inmigrante. Incluso, ya en el poder, negociaron enviar inmigrantes a Ruanda, al igual que los conservadores en el Reino Unido más recientemente.
Los Socialdemócratas regresaron al poder en 2019, mientras el ultraderechista Partido Popular Danés perdía más de la mitad de sus votos. El ejemplo de Dinamarca planteó que la izquierda podía ganar elecciones defendiendo políticas antiinmigratorias, pero su éxito escondía otra lectura. Ese giro no había aumentado su propensión de voto, ya que perdieron apoyos respecto a 2015 y apenas atrajeron electores del Partido Popular Danés. Las causas de su triunfo habían sido la fragmentación de la derecha y que el tema migratorio importaba mucho menos que en 2015, durante la crisis de refugiados.
Qué debe hacer la izquierda frente a la inmigración
Pese a ello, la excepción danesa se está convirtiendo en norma después de la pandemia. La izquierda ha ido asumiendo posiciones más restrictivas contra la inmigración en Suecia, Malta, Alemania, España o el Reino Unido, donde el Gobierno laborista de Keir Starmer ha prometido deportar 14.000 inmigrantes irregulares en los próximos seis meses. Incluso los socialdemócratas del Parlamento Europeo votaron en abril a favor del Pacto Europeo de Migración y Asilo, que refuerza la seguridad fronteriza y la externalización del control de fronteras. La lógica detrás de esta estrategia es que, adoptando el marco de la ultraderecha, reducirían la capacidad de estas formaciones para diferenciarse en su tema principal.
Sin embargo, este planteamiento entraña más riesgos que beneficios para la izquierda. De entrada, adoptar el discurso de la ultraderecha implica validar sus tesis. Siguiendo esta línea, si la izquierda abraza las posiciones migratorias de la ultraderecha, el electorado se inclinará a respaldar al partido que ya domina esa materia. De hecho, los partidos socialdemócratas sufren cuando la importancia pública del tema migratorio es elevada. Pero el problema principal para estas formaciones es que su deriva antiinmigratoria no sólo no atrae votos, sino que divide el suyo, poniendo en riesgo el apoyo más progresista.
Por ello, la estrategia de la izquierda no puede ser incorporar el relato de la ultraderecha. En cambio, debe ahondar en aquello que propicia el respaldo a esas formaciones, como el deterioro económico y la desconfianza hacia los partidos tradicionales. Con ello, la izquierda debe abordar y volver a posicionar los temas que domina, como la redistribución de la riqueza, los servicios públicos, la vivienda y los derechos laborales, que son los que más preocupan a sus electores. Entretanto, no puede dejar de responder a la retórica antiinmigratoria, resaltando el argumento moral de asistir a los más desfavorecidos, la realidad de lo que aportan y lo que perciben, y la explotación laboral que sufren muchos de ellos. En definitiva, el éxito de la izquierda no pasa por ocupar un espacio que domina la ultraderecha, sino por no abandonar el suyo.
David Gómez (Guadalajara, 1999) es doble grado en Relaciones Internacionales y Periodismo por la URJC. Ciencias Políticas en la Università degli Studi di Firenze. Apasionado de la geopolítica, el deporte y el cine. @David_Gmez99
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