‘La hora de la verdad’, por Manolo García

El cambio de estilo en el nuevo líder de la derecha moderada es esperanzador. Por sus hechos y sus alianzas en el futuro lo juzgaremos.

por Manolo García

 

Jueves, 28 de abril de 2022. La semana pasada Aimar Bretos entrevistaba al politólogo Moisés Naím, sobre el auge de los discursos autoritarios que amenazan nuestras democracias y que se articulan en torno a lo que él denomina “las tres pes”, populismo, polarización y posverdad. El populismo se alimenta del sufrimiento de los perdedores de las crisis, ofreciéndoles soluciones simplonas propias de magos de la tribu a problemas complejos que requieren políticas muy bien elaboradas para poder resolverlos. La polarización busca la aniquilación del adversario, estableciendo una línea divisoria entre buenos y malos patriotas, de modo que o estás conmigo o estás contra mí, triturando el respeto al pluralismo político como base de la convivencia. La posverdad se encarga del uso sistemático de la mentira como instrumento de comunicación política, inyectando falsas noticias cargadas de prejuicios señalando a los culpables de las desgracias del pueblo, envenenando el espacio público que compartimos.

Ante este diagnóstico, se imponen medidas inmediatas y expeditivas para contener el contagio del virus político iliberal que surge desde los extremos del tablero político, en sus variadas versiones tanto a derecha como a izquierda. Son necesarios lo que se han venido a denominar “cordones sanitarios”, para impedir que los partidos antisistema accedan al poder y gobiernen contra la democracia desde las instituciones democráticas. Pero identificado el mal que aqueja al cuerpo político y establecida la terapia de choque para contener su extensión, se precisa de una terapia adecuada que sane el maltrecho estado en que se encuentra. Es necesario un liderazgo que sepa “hacerse cargo del estado de ánimo de la gente”, como diría Felipe González, para articular un programa político integrador y que aporte un horizonte de esperanza veraz a base de reformas útiles para mejorar la vida de la ciudadanía.

Se equivocaría Emmanuel Macron si pensara que con el resultado de las presidenciales francesas todo ha quedado resuelto. Negar que existen profundas causas de descontento y frustración de las que se alimentan los populismos iliberales es negar la realidad, siendo imposible una acción eficaz y eficiente a espaldas de lo que ocurre en el día a día de asalariados, autónomos y jóvenes, los colectivos más golpeados por las crisis financiera y postapandémica con las que hemos comenzado el siglo XXI. Las propuestas de la ultraderecha nacionalpopulista plantean una vuelta a un pasado idealizado donde supuestamente fuimos felices y vivíamos seguros, que ya no existe porque el mundo ha cambiado con la irrupción de las nuevas tecnologías y la ultraconectividad a nivel planetario de la economía mundial. Ante esto solamente cabe hablar a la gente con la verdad por delante, aunque resulte dura por ineludible, explicándoles que la política no puede resolver todos los problemas, de todas las personas y al mismo tiempo.

Quienes prometen por encima de sus posibilidades de gestionar la realidad, los que aseguran que no dejaremos a nadie atrás, que saldremos mejores y que el escudo social nos protegerá a todos de todo mal, son fabricantes de la frustración de la que se alimenta el monstruo irracional antisistema. Se trata de hacer propuestas sobre bases racionales y saber explicarlas, desmontar con razones las mentiras de los falsos profetas de las soluciones mágicas, y convencer a la ciudadanía de que es posible hacerlo, de que tenemos un plan viable, de que el camino será duro pero pondremos todo el esfuerzo en salir repartiendo con equidad los sufrimientos. En todas las crisis hay pérdidas, la cuestión es distribuirlas de modo que todos perdamos algo para ganar juntos un futuro mejor.

En su libro “Otra política es posible” Ignacio Urquizu reflexiona sobre los dos tipos de liderazgo que puede elegir un dirigente político, “se enfrenta a un dilema: o bien «escuchar» a la mayoría —o el discurso que dicen que mantiene la mayoría social— y hacer suyo lo que piden; o bien defender un proyecto político y convencer a una mayoría para que confíe en él”. Liderar a la sociedad no consiste en dar la razón a los relatos que predominan, sino contraponer un modelo de sociedad y seducir a una mayoría, con propuestas concretas sobre las que sea posible discutir, intercambiar argumentos a favor y en contra, sentar las bases de la discusión pública sobre razones en lugar de emociones. Porque la racionalidad del debate político es la que permite alcanzar acuerdos, encontrar puntos en común y avanzar en la senda de mejora de las condiciones reales de la vida de las personas.

El nuevo presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijoo, ha presentado un “Plan de medidas urgentes y extraordinarias en defensa de las familias y la economía de España”, un documento serio y riguroso, respaldado por un análisis económico serio, con el que se puede discrepar en algunas cuestiones desde una perspectiva socialdemócrata de izquierdas, pero al que no se puede negar su utilidad para sentar las bases de un sano debate racional sobre políticas públicas. La respuesta desde el gobierno debería ser exponer su propuesta de país y su plan de futuro, para sobre esas bases iniciar una conversación constructiva que sirva al bien común. Por el momento, el cambio de estilo en el nuevo líder de la derecha moderada es esperanzador. Por sus hechos y sus alianzas en el futuro lo juzgaremos.

Manolo García es Empleado público. Licenciado en Derecho, ha desarrollado su profesión en el ámbito de las políticas sociales. Ha sido Delegado Provincial de la Consejería de Cultura en Málaga y Director General de Formación Profesional de la Junta de Andalucía.

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