
La asociación se despide tras el desgaste de una década de voluntariado sin relevo suficiente ni apoyos estables”.
Ayuda directa en noches de frío, emergencias y olvidos institucionales.

Miércoles, 24 de septiembre de 2025. La Asociación La Carpa de Sevilla ha anunciado este miércoles su disolución. En un comunicado difundido en la red social Facebook por su presidente, Alfonso Romera, se explica que la decisión obedece al desgaste acumulado tras una década de trabajo sostenido casi en exclusiva por voluntariado, a la ausencia de relevo suficiente y a la imposibilidad de mantener, sin apoyos estables, un dispositivo que ha operado donde más apremiaba. Romera ha agradecido a quienes han colaborado durante estos años y ha subrayado que la salida, dolorosa, llega cuando las fuerzas ya no permiten sostener el ritmo de intervención que la realidad demanda.
DISOLUCIÓN DE LA ASOCIACIÓN LA CARPA
Con fecha 11 de septiembre del 2025 se ha presentado en la DelegaciónTerritorial…
Publicada por Alfonso Romera Piñero en Miércoles, 24 de septiembre de 2025
En Sevilla, el nombre de La Carpa ha quedado unido a las noches frías. Sus voluntarios han recorrido calles y plazas con mantas, sacos de dormir y termos de café; han preguntado por nombres propios, no por números; han acompañado a personas recién dadas de alta que no tenían dónde pasar la noche y han mediado para facilitar accesos básicos a recursos sociales o sanitarios. La Carpa ha sostenido una práctica constante: estar donde estaban las personas, sin burocracia previa, con un criterio simple —llegar, escuchar, cubrir lo urgente y no dejar a nadie completamente solo. Para muchos, la diferencia entre una noche cualquiera y una noche con La Carpa ha sido sentir que alguien veía, por fin, su existencia.
En Huelva, su presencia se ha hecho visible en los asentamientos de temporeros. Brigadas de voluntariado han llegado con alimentos, ropa, medicamentos de primera necesidad y materiales para reconstruir techos de plástico tras incendios o temporales que han dejado a familias sobre el barro. Cuando el fuego ha reducido a cenizas chozas levantadas con maderas y lonas, cuando las riadas han anegado colchones y mantas, La Carpa ha aparecido con lo que había podido reunir en pocos días. En diciembre de 2022, por ejemplo, la asociación repartió alrededor de dos toneladas de alimentos en varios asentamientos de la provincia, una de las operaciones más voluminosas que se han documentado de su labor directa sobre el terreno.
Ese tipo de intervención no ha surgido de una infraestructura pesada, sino de una red flexible. La Carpa ha funcionado como un engranaje de confianza: personas que donan, personas que clasifican, personas que cargan, personas que conducen y se presentan allí donde la vida se ha vuelto inhabitable. Se han sumado médicos jubilados, estudiantes, vecinas de barrio, profesionales con tiempo disponible; se han coordinado rutas periódicas y salidas extraordinarias; se han activado puntos de recogida a contrarreloj cuando las previsiones de frío o lluvia anunciaban noches duras. La asociación ha formado parte de ese tejido cívico que, en Sevilla y Huelva, sostiene a diario los márgenes de la ciudad y del campo.
Quien ha acompañado sus repartos recuerda escenas que caben en cualquier cuaderno de campo: la mesa improvisada en una plaza de Sevilla donde alguien pide un paracetamol y otro pregunta por un saco que no pese; el regreso a un asentamiento en Bonares o Lucena del Puerto después de la tormenta para volver a apuntalar una techumbre; el gesto de quien devuelve una prenda porque “le vale a otro que viene detrás”. La Carpa ha trabajado en ese lenguaje mínimo donde la ayuda toma la forma de una manta seca, una muda limpia o el simple acto de quedarse un rato al lado.
La asociación ha cuidado, también, la dimensión pública. Ha participado en concentraciones y campañas de sensibilización sobre sinhogarismo; ha explicado que las noches sin plaza disponible no se resuelven con titulares, sino con recursos y tiempos de acompañamiento; ha insistido en que las emergencias no son excepciones, sino la forma cotidiana en que viven cientos de personas en Sevilla. Su incidencia ha convivido con el trabajo silencioso: repartos regulares, rutas de calle y llamadas que, semana a semana, han ido sosteniendo una red que pocas veces aparece en los balances oficiales.
El reconocimiento a esa constancia ha llegado desde distintos ámbitos. En 2024, el Ateneo Republicano de Sevilla distinguió a La Carpa y a Alfonso Romera por su trayectoria con las personas sin hogar y con los migrantes de los asentamientos onubenses. La nota pública subrayaba entonces, precisamente, esa presencia continuada “casi en silencio”, la que no ocupa titulares pero evita noches a la intemperie o días con el estómago vacío.
La historia de estos diez años permite reconstruir un método. Primero, observar la necesidad concreta —una ola de frío, un alta hospitalaria sin techo, una chabola quemada—; después, activar a la comunidad —llamadas, mensajes, puntos de acopio, transporte—; por último, estar en el sitio. No hay épica, hay procedimiento. Y, cuando cabe, hay coordinación con otras organizaciones: Cáritas, APDHA, Médicos del Mundo, parroquias y colectivos vecinales han coincidido en calles y asentamientos, compartiendo listas, repartos y turnos. La Carpa ha sumado desde ahí, sin imponer etiquetas, entendiendo que la respuesta es más eficaz cuando triangula apoyos y evita duplicidades.
En estos años, la asociación ha explicado que las necesidades no son siempre idénticas. Para quien duerme al raso en Sevilla, a veces se trata de un saco con suficiente aislamiento, de un pantalón seco o de unas zapatillas en su número; para quien sobrevive en un asentamiento de Huelva, la diferencia inmediata puede ser una lona nueva, un hornillo, una mochila con alimentos no perecederos o agua embotellada cuando la que se consigue está a kilómetros. La Carpa ha trabajado sobre esa escala concreta, sin prometer lo que no podía cumplir y sin convertir la ayuda en trámite.
Su práctica ha servido, además, para documentar el contexto. La asociación ha compartido testimonios —sin exponer identidades— que han mostrado la brecha entre lo que se anuncia y lo que ocurre a pie de calle: personas que rechazan recursos por reglas que no encajan con su realidad, plazos que no llegan a tiempo, dispositivos que se saturan en días críticos. Ese contraste ha estado también presente en Huelva, donde la precariedad estructural de los asentamientos se ha agravado con cada incendio y cada temporal, y donde la ausencia de alternativas habitacionales dignas ha mantenido en el tiempo un escenario de emergencia crónica. La Carpa ha descrito reiteradamente y con claridad esa tensión entre urgencia y estructura. Y ha advertido que, sin un compromiso público sostenido, las redes ciudadanas terminan asumiendo tareas para las que no fueron pensadas.
La Carpa no ha sido un servicio subcontratado ni un programa con calendario; ha sido una asociación sin subvención estructural. Que exista una red así durante toda una década dice tanto de su capacidad organizativa como del vacío que cubre.
Hoy, esa red se apaga. La asociación ha comunicado que ya no puede sostener el esfuerzo con garantías. El desgaste de una década —cargas logísticas, coordinación constante, viajes a Huelva, campañas exprés, tensiones personales, escasez de manos suficientes— ha terminado por hacer inviable la continuidad. Quienes han participado estos años conocen bien lo que significa: no hay un almacén con personal asalariado esperando al lunes; hay personas que han puesto su vida privada al servicio de un calendario imprevisible. Y hay también un límite razonable: la convicción de que ayudar no puede construirse a costa del desgaste físico y emocional de quienes decidir ayudar a otras personas altruistamente.
La disolución deja, sin embargo, un caudal de aprendizajes útiles. Que la ayuda directa funciona cuando se diseña alrededor de la persona, no del procedimiento. Que las redes ciudadanas, por sí solas, no pueden sustituir políticas públicas sostenidas; su misión es empujar, no cargar con todo. Y que la solidaridad organizada no se improvisa: requiere método, memoria de lo que sirve y lo que no, y una ética de cuidado que evite el daño, incluso cuando se llega sin uniformes ni acreditaciones.
Al anunciar su cierre, La Carpa ha preferido no convertir su trayectoria en un catálogo de logros, sino en una despedida sobria. Deja atrás cientos de noches con nombres propios, decenas de salidas a los campos onubenses, campañas que han movido a barrios enteros, amistades que no figuraban en ninguna hoja de cálculo. Deja, sobre todo, una forma de estar: llegar sin imposiciones, escuchar y hacer. Queda abierta la pregunta por lo que vendrá, pero lo sembrado —la práctica, no el discurso— queda disponible para quien quiera retomarlo.
La noticia de hoy invita a una reflexión de fondo. Si un grupo de personas ha sostenido durante diez años tareas que deberían ser garantizadas por estructuras públicas, el cierre de esa red no puede leerse como una anécdota, sino como un indicador. La Carpa se despide porque no puede más. La realidad que la hizo necesaria, en cambio, sigue ahí: los bancos, las esquinas, las chabolas quemadas, las lonas de plástico que no resisten el viento, las noches en que la ciudad baja la persiana. Lo urgente seguirá siendo urgente mañana. Y, sin embargo, no todo es derrota: quienes han recorrido este camino saben que la manera más honesta de agradecer es replicar lo aprendido, corregir lo que falló y exigir que lo esencial no dependa, otra vez, del milagro cotidiano de unos cuantos.
Médico oftalmólogo de profesión, Alfonso Romera ha presidido La Carpa durante su década de vida. En entrevistas y perfiles públicos se le reconoce como el impulsor visible de una asociación que ha intervenido sin descanso en Sevilla y Huelva, con una dedicación que ha cruzado su biografía profesional y su compromiso social. Su papel ha sido organizativo y de campo: coordinar rutas, recoger y clasificar, cargar furgonetas, estar en la calle y en los asentamientos; y, en paralelo, recordar ante micrófonos y cámaras por qué hacía falta llegar donde no llegaban los recursos. En 2024 recibió, junto a La Carpa, el reconocimiento del Ateneo Republicano de Sevilla por su trayectoria con las personas sin hogar y con los temporeros migrantes.






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