por Eduardo Flores.
La noticia es urgencia. Y en tiempos de urgencia extrema, la noticia, ya es norma y producto de alto precio y escaso valor. La urgencia por la caducidad genera un mercado complejo en el que un producto viene a ser como la más famosa y recurrente de las paradojas: caja más gato igual a incertidumbre. Algo así.
El hábito le ha amortiguado las caídas. Me susurra Clarice Lispector, y sigue: Hoy en día vive incomparablemente más sereno, pero su vida corre gran peligro: puede estar a un paso de estar muriendo, a un paso de haber muerto ya, y sin el beneficio de su propio aviso previo. El susurro me llega justo en el instante de una inservible reflexión: periodismo.
El hábito ha amortiguado de tal modo la caída del periodismo que no parece sorprender a nadie lo ocurrido: la duradera -y probablemente no extinta- e insidiosa, así como insultantemente eficaz existencia de pútridos intestinos de estado -fenómeno más conocido como cloacas- que depositaban en cabeceras, digitales y no digitales, mayúsculas mentiras contra partidos políticos o personas de relevancia política. Del mismo modo en los informativos de todas las televisiones. Da un poco igual el partido afectado en particular o los nombres propios mancillados. Querido lector, se han meado en tu fuego y en el mío.
Se podría decir -de nuevo-, es el mercado… #yatúsabe. Y su urgencia, la del mercadeo, borraba las huellas dejadas por los siniestros en lo que ha sido o es nuestro Watergate. Ignorado. Incombustible. Indiferente para todos los públicos. También qué hilos futuros serán movilizados. El periodismo a un paso de haber muerto ya, y sin el beneficio de su propio aviso previo.
Somos nosotros y, en fin, nuestra existencia consumida en la producción incesante de la nada. Resultando qué. No lo sabemos: tuits o estados de Facebook o columnas como esta que, inevitablemente, se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
(Que esté ardiendo Notre Dame mientras me dedico a estas líneas no favorece el optimismo.)
Venía a decir Fernando Aramburu en Twitter, tan desafortunadamente, y, citando a Oriana Fallaci, «que hay dos tipos de fascistas: los fascistas y los antifascistas». El linchamiento a la contra no ha sido menor que lo inoportuno del tuit de marras. La confusión parece ser el producto estrella de la dieta informativa.
Todo esto está ocurriendo, queridos e improbables lectores, pueden creerme: serios medios despilfarrando infamias en pornográfico concubinato con buena parte del poder político y altas esferas policiales; al tiempo que Aníbal calienta en el descansillo.
Y es que en tiempos de crisis sólo la estupidez es más atractiva que la inteligencia. La falta de contexto en el apunte de Aramburu días atrás es el mismo vacío en el que flotan los titulares de la urgencia. Es la tibieza, que junto a la urgencia y la noticia, nos deja a los paisanos, frente al futuro de las urnas, como indigentes pedigüeños aparcados en una escalinata entre leones. Haciendo fuego por las noches con papel de periódico.
Eduardo Flores.
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