Cuando cada día supera en horror y dolor al anterior algo muy grave está ocurriendo. No hay tregua ni descanso para los desposeídos. Cuando en la memoria de Europa persisten aún las huellas de todo aquello que desembocó en la Guerra Mundial, una nueva oleada de insolidaridad, pensamiento único, exclusión, sangre y muerte nos sacude. Sobre los restos calcinados que dejaron los millones de bombas que estallaron noche y día, incansables, durante cuatro largos años, se erigió una Europa de derechos y solidaridad. Una Europa que se marcaba como meta que nunca más volvería a ocurrir algo como aquello, que las calles de sus ciudades y pueblos no volverían a ser mancilladas por el ruido de botas militares. El mundo, gracias a Europa, sería un poco mejor. No fue así. Ese sueño se transmutaría en una cruel pesadilla para cientos de miles de seres humanos que huyen de guerras interminables como las de Siria, Afganistán, Kurdistán… En estos días, la Europa de los derechos humanos se ha derrumbado hecha añicos. Con cada persona humillada, con cada persona perseguida, abandonada, a la que se niega asilo y protección, la Europa de los Derechos Universales se desmorona.
Las imágenes y noticias que llegan hasta nuestros cómodos hogares europeos nos dejan sin aliento. Mientras los medios de comunicación se hacen eco de un horror ya cotidiano, que en estos días está alcanzado su clímax, la UE, ajena al sufrimiento de cientos de miles de personas, aplaude las medidas que Grecia adopta contra ellas. Niños de todas las edades, mujeres… son privados de alimentos, de agua, de atención médica. Son disparados sin piedad mientras desde Turquía intentan llegar en frágiles embarcaciones de plástico a las costas griegas. Turquía amenaza a Europa, impone condiciones, no satisfecha con los 6.000 millones de euros que le fueron entregados en 2016. Mientras, las islas griegas son convertidas en cárceles infrahumanas, en campos militarizados donde los grupos de extrema derecha campan libres. Las amenazas y ataques contra las organizaciones de ayuda humanitaria y voluntarios consiguen que cunda el miedo y abandonen impotentes a estos seres humanos cuyo único delito es tratar de alcanzar un lugar donde vivir en paz. Almacenes de ropa quemados, prohibición de llevar comida y agua a los campos de refugiados, accesos cerrados por militares, policías y civiles que amedrentan y agreden con furia a todo el que intenta acercarse. Gases lacrimógenos empleados contra una población indefensa, destrozo de coches sospechosos de pertenecer a organizaciones de voluntarios. Anuncio de maniobras militares en el mar Egeo con munición real. Todo vale en esta espiral de violencia y odio desatada ante la indiferencia de una Unión Europea que viola, al permitir estos hechos, impunemente el Tratado de Ginebra mientras alienta y felicita al gobierno griego por convertirse en un escudo de protección. Estamos, sin duda, ante un genocidio de incalculables consecuencias del cual un día habrá que responder. El problema no es la invasión ilegal de miles de personas que huyen buscando un lugar en paz, donde poner su vida a salvo. El problema es la ausencia del mínimo sentido humanitario que lleva a resolver estas situaciones mediante disparos, muerte y sangre. Es la incapacidad de dar respuestas basadas en la justicia, la defensa de los derechos humanos y el respeto a las propias leyes y convenciones impulsadas desde la ONU y ratificadas por la propia UE, de la que Grecia forma parte. Es la violación impune de los derechos de asilo y protección. Una espiral de violencia desde el poder extremadamente peligrosa.
Hoy son ellos. Mañana podemos ser las demás. Ningún ser humano es ilegal. Lo ilegal es consentir el incumplimiento de un tratado como el de Ginebra entre la indiferencia y el aplauso.
Hoy, la Europa de los Derechos está dando paso a una Europa de la desvergüenza y la deshumanización.
Luz Modroño, colaboradora de La Mar de Onuba, es doctora en psicóloga y profesora de Historia en Secundaria. Pero es, sobre todo, feminista y activista social. Desde la presidencia del Centro Unesco Madrid y antes miembro de diversas organizaciones feministas, de Derechos Humanos y ecologistas (Amigos de la Tierras, Greenpeace) se ha posicionado siempre al lado de los y las que sufren, son perseguidos o víctimas de un mundo tremendamente injusto que no logra universalizar los derechos humanos. Y considera que mientras esto no sea así, no dejarán de ser privilegios. Es ésta una máxima que, tanto desde su actividad profesional como vital, ha marcado su manera de estar en el mundo.
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