El lío del Brexit bloquea Reino Unido

Empieza a ser una especie de obsesión dentro de la cabezas más europeístas: el Brexit es un proyecto inviable para una potencia de primer orden como es el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte. El populismo radical de los dirigentes de esa nación ha estado a la altura de algún país caribeño al que critican a diario muchos del “establishment”.

La moción de confianza lanzada por el ala eurófoba del partido conservador británico contra su jefa de filas, la primera ministra Theresa May, no supone un freno al Brexit, el proceso de salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE).

El 29 de marzo de 2017 el gobierno de May notificó por carta su intención de abandonar el bloque tras el referéndum del 23 de junio de 2016. A partir de aquella fecha se abrió un proceso de dos años de negociaciones y ratificaciones de acuerdos que llegará a su fin el próximo 30 de marzo. Ese día el Reino Unido dejará de ser miembro de la Unión Europea, se hayan aprobado o no los acuerdos para un divorcio amistoso. Excepto si Londres decide revocar el Brexit, violando así el resultado del referéndum y agravando la crisis doméstica.

Ante el riesgo que un Brexit sin acuerdos tendría para la economía británica, que envía la mitad de sus exportaciones al continente y que dejaría al país fuera de más de 700 acuerdos y tratados internacionales, Theresa May podría pedir una extensión de ese plazo. En los tratados europeos no aparece cuánto tiempo podría extenderse el proceso, pero en Bruselas nadie entiende que fuera más allá de unas pocas semanas porque el 26 de mayo próximo se celebran elecciones europeas y nadie vería cómo podrían participar en esos comicios los británicos cuando su país está en la puerta de salida del bloque. Esa posible extensión sería de apenas unas semanas y los demás gobiernos de la UE sólo darían su visto bueno a extender la negociación si Londres lo pidiera por una causa de fuerza mayor, como tener que organizar unas elecciones por la caída del gobierno conservador.

May buscó el martes, en una gira desesperada que la llevó a La Haya, Berlín y Bruselas, algún tipo de compromiso de parte de los responsables europeos para renegociar el acuerdo del Brexit, en el origen de la revuelta que le puede costar su cabeza política. La primera ministra dijo el miércoles que el martes hizo “algunos avances” pero que “necesita más conversaciones”, una declaración acogida con sorpresa en Bruselas.

En la capital europea y en las cancillerías del bloque no hay ni una sola voz que acepte esa renegociación. Tras reunirse con May, la alemana Angela Merkel fue clara: “Alemania no tiene ninguna intención de renegociar”. El presidente del Consejo Europeo Donald Tusk advertía el martes a la noche que no habrá renegociación y que a lo máximo que podría aspirar May es a que los dirigentes europeos buscaran alguna forma de ayudarla a sacar adelante el acuerdo. Este jueves y viernes se reúnen en Bruselas en su cumbre ordinaria de fin de año, marcada de nuevo por el Brexit. En su tradicional carta de invitación a la cumbre, Tusk advierte sobre “la gravedad de la situación en el Reino Unido”. Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, explicó en el Parlamento Europeo que Bruselas podría ofrecer “aclaraciones”, casi mofándose de la falta de comprensión que muestran los diputados británicos sobre los acuerdos alcanzados hasta ahora entre Londres y Bruselas. Juncker también dijo que “todo el mundo tiene que entender que el acuerdo no se va a reabrir”.

Esas “aclaraciones” podrían traducirse en alguna declaración política tras la cumbre de esta semana, pero no sería el documento jurídicamente vinculante que busca May desesperadamente. La diplomacia británica, en principio una de las más potentes y profesionales del mundo, no consiguió en dos años abrir ni una grieta entre los otros 27 gobiernos del bloque.

Bruselas negocia con enviados de May qué podría ponerse por escrito en una declaración política que buscaría explicar que la UE no pretende mantener sujeto al Reino Unido eternamente y que la solución encontrada para el diferendo de la frontera norirlandesa sólo se usaría como último recurso si para mediados de 2020 el gobierno británico y la Comisión Europea no hubieran logrado un acuerdo para un tratado comercial. Esa “salvaguarda” para Irlanda del Norte supondría que el Reino Unido permaneciera indefinidamente en la unión aduanera europea, impidiéndole firmar tratados comerciales con terceros países.

El caos político en Londres empuja también a la UE a acelerar los preparativos para una ruptura sin acuerdos. En las últimas semanas se han sucedido las reuniones de diplomáticos europeos para alistar medidas ante esa eventualidad y la cumbre ya tiene ese asunto en su agenda oficial. La carta de Tusk afirma: “dado que el tiempo se está agotando, también discutiremos el estado de las preparaciones para un escenario de falta de acuerdo”.

Todo esto es de libro, es surrealista, es el límite de hasta dónde puede llegar la estupidez política de manejo de los votos pata fines partidistas como expresión máxima de esta moda de populismo barato. Yo rezo a diario porque todo este lío no afecte al proyecto político y económico más ambicioso de la historia de Europa que es la UE.


Francisco Villanueva Navas, analista financiero de La Mar de Onuba es economista y periodista.

En Twitter: @FranciscoVill87

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