Ya es Navidad: los reencuentros, las añoranzas, los regalos y, cómo no, las interminables comidas con compañeros de trabajo, familia y amigos. Luego llega enero: el bolsillo en las últimas, el colesterol por la nubes… y el cinturón estrena una nueva posición más holgada.
Internet está plagado de recetas para mantener el presupuesto ajustado y de dietas para bajar los kilos subidos pero, ¿y si miramos más allá de nuestro ombligo? ¿Solo hemos atendemos a la cuenta corriente y a nuestra salud? ¿Qué hay de la salud del planeta?
En 2015, se adoptaron los objetivos de desarrollo sostenible para erradicar la pobreza y proteger el planeta. Todos tenemos algo que hacer al respecto: gobiernos, empresas, la sociedad civil en general y cada uno de nosotros en particular.
Quizás actuar a nivel mundial sea una meta muy ambiciosa, pero ¿por qué no nos marcamos pequeñas metas?
Por ejemplo, en la cocina: ¿solo le preocupan el paladar y la salud de los comensales o también piensa en la salud de nuestra casa global? Incluso en Navidad, es posible diseñar un menú más sostenible. Para ello, se pueden seguir las siguientes recomendaciones.
Vuelva a los orígenes
Revise las comidas tradicionales de su familia, consulte a sus padres y abuelos saber qué comían en Navidad hace unas décadas. Revise recetas de su región: entonces se consumía solo productos de la zona, sin generar contaminación debida al transporte. En definitiva, siga las directrices de la dieta mediterránea.
Esto implica reducir la cantidad de proteínas de origen animal que se incluyen. Cambie las proporciones: las verduras deben ocupar la mayor parte del plato y la carne una pequeña proporción.
Coma menos carne
A la hora de seleccionar proteínas, mejor seguir este orden de preferencia: de origen vegetal (legumbres, algunos granos…), pescados, carnes blancas y carnes rojas.
Es muy sencillo conocer qué pescados son de temporada y cómo se han obtenido.
Las etiquetas deben indicar el tipo de captura empleado y si es o no sostenible. Algunas prácticas muy extendidas recogen el pescado por arrastre, destrozando los fondos marinos.
Compre frutas de temporada y cercanía
Consulte alguno de los calendarios disponibles para incluir en el menú solo frutas y verduras de temporada y cercanía.
Puede decantarse por productos ecológicos pero, asegúrese que cumplen con los criterios oficiales: todas las unidades envasadas deberán llevar impreso el logotipo de la UE y el código numérico de la entidad de control de quien depende el operador responsable del producto, además de su propia marca y los términos específicos de la producción ecológica.
Reduzca los envases
Compre a granel y seleccione aquellos alimentos con menor cantidad de envasado. Además, recicle adecuadamente.
Calcule bien las cantidades y reduzca las raciones. La salud de sus comensales y del planeta, así como su bolsillo te lo agradecerán
Ahorre energía
Una forma de reducir el consumo energético es planificar las elaboraciones y cocinar varios platos a la vez.
Por ejemplo, los hornos de convección o de circulación forzada (los que tienen un ventilador en el fondo) permiten cocinar dos o tres bandejas a la vez y son más eficientes. Además, si la cocción va a a ser larga, no es necesario que se precaliente. Intente no abrirlo a menos que sea imprescindible y apáguelo antes de finalizar la cocción, dejando que los alimentos se terminen de hacer dentro del horno.
Para reducir el consumo en la cocina, de gas o eléctrica, también puede seguir unas recomendaciones básicas, como emplear olla a presión siempre que sea posible. Esta reduce de forma considerable los tiempos de cocción.
Un gesto tan sencillo como cocinar con tapa reduce hasta en un 25 % la energía consumida. El microondas también es un buen aliado si de ahorro energético se habla.
Evite desperdiciar comida
De nada sirven esos pequeños trucos, si luego no conservamos de forma adecuada todos los restos de tantas y tan copiosas comidas.
Según indica la FAO a través de su programa Save Food, “las pérdidas de alimentos hacen referencia a la disminución de la cantidad o calidad de los mismos, que finalmente no se consumen o que han sufrido una disminución en la calidad que se refleja en su valor nutricional, económico o inocuidad alimentaria”.
Una parte considerable de las pérdidas de alimentos se considera desperdicio. Se trata de productos inicialmente destinados al consumo humano que son desechados o utilizados de forma alternativa (no alimentaria) –ya sea por elección o porque se haya dejado que se estropeen o caduquen por negligencia–.
Si conservamos los alimentos adecuadamente en el frigorífico o el congelador, notaremos un ahorro considerable en el bolsillo.
Para aprovechar la comida, puede recurrir a la “cocina de aprovechamiento”. Aplique en su nevera y despensa el método PEPS (“primero en entrar, primero en salir”) y revise la fecha de consumo preferente o la fecha de caducidad.
En la web de AESAN (Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición) explican la diferencia:
- Los alimentos con fecha de consumo preferente (suele estar asociada a alimentos no perecederos) son aquellos que, transcurrida esta, siguen siendo seguros, aunque pueden perder determinadas características organolépticas.
- En el caso de alimentos con fecha de caducidad, es imprescindible consumirlos antes del fin de la misma. Se trata de productos perecederos y solo así se puede garantizar la seguridad alimentaria.
Consuma responsablemente
A nivel institucional, se han publicado guías de consumo responsable, como esta editada por el Gobierno de Aragón. Infórmese, dedíquele un tiempo a planificar sus menús y cuide sus elaboraciones.
Haga pequeños gestos que sirvan para concienciar a su círculo más cercano y conviértase estas Navidades en un ejemplo de sostenibilidad.
Casilda Navarro Rodríguez de Vera, Profesora de Tecnología de los Alimentos. Subdirectora de Proyección y Comunicación de la Escuela Politécnica Superior de Orihuela, Universidad Miguel Hernández
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