El deporte espectáculo occidental arrastra masas, mueve millones, fortalece el sentimiento de pertenencia, transmite valores de colaboración, de superación… Y, al mismo tiempo, la competición genera, permite y normaliza agresividad, actitudes violentas y espacio para ultras.
Sin actuaciones efectivas, el fútbol normaliza los discursos de odio, es decir, discursos racistas, machistas, homófobos u otros, como primer paso a la violencia y los delitos de odio. ¿Hasta cuándo?
El 25 de enero de 2020, aficionados del RCD Espanyol profirieron gritos simiescos contra el jugador del Athletic de Bilbao Iñaki Williams desde la grada del estadio de Cornellà-El Prat. La literatura sobre discursos racistas en el campo deportivo (Van Sterkenburg y Knoppers, Carrington o Farrington et al), evidencia cómo los atletas negros han sido históricamente representados desde el racismo biológico.
Se representa a las personas negras, racializadas, como inferiores, salvajes y sin civilizar, con capacidades físicas innatas pero no técnicas, es decir, con músculo pero sin cerebro. En este sistema, la norma, el evolucionado, es un varón blanco heterosexual. Estas narrativas reflejan nítidamente la consolidación del racismo en el fútbol.
El discurso de odio, en particular los insultos racistas y machistas, son habituales cada semana en el fútbol y suelen tener poca repercusión mediática. También se normalizan, y silencian, los incidentes violentos, las medidas especiales o despliegues policiales en cada partido.
Así, la violencia contra Iñaki Williams, tipificada como delito, es un caso más en una extensa lista de agresiones racistas en los estadios, pero teniendo mayor repercusión mediática como ha sucedido en múltiples incidentes violentos vividos por Eto’o, Ballotelli, Alves… que tienen un seguimiento puntual, superficial y masivo. Muchas voces se escandalizan, critican, demandan medidas… y en pocos días desaparece la atención y el interés sin solución social o institucional y manteniendo impunidad e insultos.
¿Tiene solución el discurso de odio?
Seguramente no existen soluciones mágicas, pero manteniendo la situación actual, el fracaso es seguro. Hay múltiples ámbitos de acción y, para empezar, pueden revisarse, por una parte, la voluntad de implementar políticas públicas y ejecutar acciones institucionales, sanciones y medidas policiales contra el delito de odio; por otra, se precisa asumir y visibilizar que somos una sociedad etnocéntrica, con discursos y actitudes racistas y machistas sistémicos y normalizados y se precisa asumir la responsabilidad para cambiarla, desde caminos como la sensibilización o el cambio de lenguaje como punto de partida eficiente.
Acción y sanción institucional
Las instituciones y organismos internacionales demandan estrategias políticas y jurídicas de acción contra el racismo en el deporte incidiendo en dos cuestiones relevantes: la adopción y aplicación de leyes nacionales contra el racismo, y la necesidad de una decidida voluntad política para combatir el racismo mediante sensibilización, denuncia y sanciones.
En España, desde 2007 la ley condena las declaraciones, gestos o insultos mediante cánticos, sonidos o consignas… dentro y fuera de los estadios. Sin embargo, se observa falta de voluntad y acción de las instituciones responsables, deportivas, policiales y judiciales, dado que la experiencia muestra una limitada efectividad de la aplicación legal.
Al mismo tiempo, en los estadios, los árbitros podrían parar o suspender partidos, pero las actas arbitrales no suelen reflejar los habituales insultos. Además, las marginales denuncias arbitrales no han comportado sanciones. Si los árbitros no lo observan, la responsabilidad recae en los informadores arbitrales de la Federación, y la experiencia tampoco muestra efectividad contra estas agresiones.
Además, el problema es poner el cascabel al gato. Los insultos y las agresiones racistas, machistas y homófobas han pasado y pasan en todos los estadios. Entonces, ¿cuándo se empieza a sancionar? ¿A quién? ¿Por qué no se sancionó antes? Y así, por discriminación comparativa, no se suspenden partidos, ni se clausuran gradas o cierran estadios. Y en caso de ridícula sanción, los clubes se sienten agraviados y elevan reclamaciones que los comités dejan en nada.
Negación del racismo
Un segundo ámbito de acción implica asumir que los discursos y delitos de odio son un problema social y la negación del racismo propio es un claro síntoma. Se precisa sensibilización y cambio de lenguaje en el sentido planteado por Lakoff: “(Los frames son) estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo. (…) el lenguaje activa los marcos, los nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje. Pensar de modo diferente requiere hablar de modo diferente.”
Ser abiertamente racista no estaría bien considerado socialmente, ahora no está tan claro. El cambio de lenguaje implica no aceptar discursos, periodísticos, sociales e institucionales, que niegan el racismo y que evitan asumir la propia responsabilidad. Esta negación del racismo propio se ampara en discursos racistas normalizados. Veamos algunos de los más habituales, que resultaría imprescindible evitar:
- Un discurso que niega el racismo propio es el ya comentado “Pasa en todos los campos. Y en los otros campos, pasa más”. Los racistas son los otros, los otros son más racistas y nosotros no merecemos sanción.
- “Son expresiones propias del fútbol”. Se abusa de lenguaje racista presentándolo como meras expresiones emocionales, condición natural del juego, meros ‘accidentes’ o ‘momentos de debilidad’ de una mayoría inocente. Solo pretenderían provocar a los jugadores y sus seguidores, es decir, racismo instrumental.
- “Son una minoría” es el discurso más habitual para banalizar los gritos racistas. En ocasiones, incluso, se argumenta que unos pocos inician y otros siguen acríticamente. La excusa es triste pero, en cualquier caso, el objetivo no es criminalizar a una afición, sino poner de manifiesto la falta de acción que permite a los mismos grupos reiterar esta violencia sin consecuencias.
- “El jugador provoca”. Este discurso todavía no se ha observado en el caso de Iñaki Williams. Nadie ha censurado al jugador por insultar al público o no le han recordado acciones previas que pudieran justificar los insultos. En 2006, Eto’o protagonizó el primer intento de respuesta a ataques racistas. Tras el apoyo inicial se acabó desacreditando al jugador y su intención de abandonar el campo como un reflejo de su conducta impredecible ya observada en ocasiones previas, por ejemplo, su agresión a un fotógrafo. Es decir, un clásico discurso racista que culpabiliza a la víctima.
Un deseo final
El deporte espectáculo occidental tiene un potencial inmenso para generar valores y conductas, pero, si realmente se desea acabar con el racismo y los discursos de odio, es imprescindible y obligado el compromiso del periodismo, los clubes, las aficiones y las instituciones gubernamentales para sensibilizar y actuar de manera efectiva contra la discriminación y la violencia racista, machista y homófoba en el fútbol.
Ampararse en la negación del propio racismo argumentaría la inexistencia de sanciones, de cierres de gradas o de estadios… proporcionando impunidad e invitando a continuar las agresiones racistas sin miedo a las consecuencias.
De momento, después de años de insultos racistas, machistas y homófobos en España, sólo se ha suspendido un partido, cuando la grada de Vallecas llamó nazi a Zozulya.
Tenemos un problema.
Raúl Martínez Corcuera, Profesor de la Facultad de Empresa y Comunicación de la Universidad de Vic (UVic-UCC) en área de radio, televisión, periodismo online. Investigador del Learning, Media & Social Interactions (LMI) grupo de investigación consolidado, interuniversitario, especializado en educación, audiovisual y acción social.
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