por Eduardo Flores.
La performance del fervor que es la Semana Santa aparenta más y a la vez menos de lo que muestra. En la escena estamos todos implicados, los progres como yo también. Son los tiempos de Twitter.
Será tal vez que no encuentro nada espiritual en ella. Gusto de la creencia que limita este aspecto de nuestra naturaleza a lo íntimo y personal, sin opción a convite.
No me molesta la Semana Santa. No más que cualquier otra incomodidad derivada de lo multitudinario de cualquier otra excusa para lo multitudinario. Es la misma incomodidad -en mi caso malestar físico sólo aliviado por medicación prescrita- que siento si la obligación me lleva a pasear un centro comercial (Dante se olvidó de Ikea en su infierno).
Las ‘connotaciones’ religiosas de esta performance del fervor no me afectan. Teatro, la vida es puro teatro. Y la Semana Santa, también.
Para un servidor son fechas para soñar en una tienda iglú, un saco de dormir, algunos accesorios y alimentos para evitar una muerte estúpida, y, finalmente, un templo de árboles en el que, al estilo de Machado, hablar con el dios desconocido de Steinbeck. Como cualquiera otra fecha en la que uno se pueda borrar de un calendario laboral, por otra parte.
A veces me aterciopelo. Es el poeta Carlos Edmundo de Ory quien habla ahora. Yo también, respondo. Para más diversión, me aterciopelo en plena campaña electoral, allá en la parte del duelo de la Semana Santa.
Casi siempre y en casi todas las circunstancias, alguien, algo -uno mismo tal vez, motivado por el misterio de la inspiración que es la felicidad-, sin querer queriendo; casi siempre, decía, llega como bálsamo aquello de la caricia en el lomo. Esa caricia que aterciopela, que alivia el alma cuando ya apenas soporta las penas de la aorta (Carlos Edmundo de nuevo), me ha atropellado en el punto medio -y de más irrisión se podría añadir, dado lo dado en la previa- de la campaña. Y es que la esperanza no es lo último que se pierde, sino lo único (realmente valioso) que se puede perder en vida. No lo digo yo, no soy tan original; en este caso, un robo al Verbolario de Rodrigo Cortés -no en vano el único hombre, junto a Brando en Tiempo de silencio, que cuestiona este exceso mío de heterosexualidad-.
Así que aterciopelado me hallo. El spot electoral de PACMA llamando a la ReEvolución, insuficientemente ponderado de forma viral, ha sido la caricia en el lomo. Y de qué manera.
Para esta ocasión, tan oportuna a mi limitado entender, el mensaje del Partido Animalista parte de su misma razón de ser para señalar la maldad -sí, han leído bien: maldad-, que los más siniestros del panorama político han creído, como españoles de bien, ponernos en una mesa -debate político-, en lo que creen -quieren hacernos creer-, son cuestiones de suma prioridad.
(Disculpen los improbables lectores mi retiro momentáneo para ir al baño a inducirme el vómito.)
Estos de PACMA han dado justo en el centro de la diana en fondo y forma. Los programas electorales, lo sabemos, y en un porcentaje insufrible de todo su contenido, son mentiras o, en el mejor de los casos, bienintencionados futuribles utópicos. De estos, por un lado, se nos exigirá comprensión, por el otro, una libra de carne, cuando llegue aquello de que una vez metido se acabó lo prometido. Sí, Cayetana, querida, hasta en esto, quien escribe, desde luego y quizá un exceso de heterosexualidad, como hombre, exige y agradece (disfruta y comparte) ese SÍ repetitivo, constante, in crescendo, hasta el final. Así es, ese SÍ que es como triunfal y conciliador y exageradamente suspirante. Ay.
El spot de los Animalistas no juega a Juego de Tronos. Se dedica a señalar el mal e invita a la única reflexión válida para un bicho tan estúpido como el humano. Nos va la vida en esto de la ReEvolución, qué cojones. Que un partido político -mucho más que eso- dedique tan amplio (por lo valioso de lo visual y virtual en los tiempos que corren) espacio de su campaña para mostrarnos el inicio del camino es de agradecer, caricia en el lomo. Y mucho, ya que alivia el alma cuando apenas soporta las penas de la aorta: cuando se está hasta el mismo coño de no escuchar otra cosa que la escandalera ensordecedora de la nadería que sólo lleva a un desastre que dura, por lo menos y en principio, unos cuatro años.
Se intuye a lo lejos el sonido que precede y que es parte imprescindible de la escenografía lo cercano de un nuevo acto en la performance del fervor, he de levantarme. Como ya convinimos, mis desvelos o ambiciones para estas fechas, convergen poco con la tragedia más conocida del mundo mundial.
A modo de coda. Y será porque la esperanza es lo único que se puede perder en vida o porque PACMA (su spot electoral) me haya acariciado el lomo que me tengo que reír. O ponerme música (Billy Holiday estaría bien). O algo.
Resumiendo: reaccionar ante lo acontecido justo antes de retirarme de esta página.
Que un parroquiano del bar que es mi oficina -y que desconoce los motivos que me llevan a aporrear este teclado-, en pleno estado de sus facultades etílicas, te mire muy serio, se quite las gafas (todo esto sin una razón media o porque el cielo sea de panza de burra), y te suelte a las bravas: ‘a ti, compadre, lo que te falta es cariño’.
Una ReEvolución, pienso, como a todos.
Mi gesto y el silencio, ya se lo pueden imaginar.
Eduardo Flores.
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