Tucídides, el historiador total

Estatua de Tucídides, con Palas Atenea al fondo, en el exterior del Parlamento de Austria. Wikimedia Commons / Gerd Eichmann, CC BY-SA
César Fornis

Tucídides escribe apenas 20 años después que Heródoto de Halicarnaso, en la Atenas de la segunda mitad del siglo V a.C., y sin embargo, hay un abismo entre ellos.

Busto de Tucídides. shakko / Wikimedia Commons, CC BY-SA

La ilimitada curiosidad de Heródoto, el llamado “Padre de la historia”, por una abigarrada selección de pueblos (algunos hasta míticos) es sustituida en el caso del historiador ateniense por el relato riguroso de un solo acontecimiento, estrictamente contemporáneo: la llamada guerra del Peloponeso (431-404 a.C.) entre Atenas y Esparta, al frente de sus respectivas ligas o imperios. Una verdadera guerra civil de los griegos (o guerra mundial de la época, si se quiere).

El método historiográfico

Con su Historia de la guerra del Peloponeso, en ocho libros, Tucídides dejó un magnífico modelo de historia científica, es decir, una historia concebida como discurso racional, basada en hechos conocibles y entendibles por la razón, y de historia política, esto es, centrada en el hombre como miembro de una polis.

Se trata sin duda de una de las cimas de la historiografía antigua, un prodigio de narración de hechos políticos y militares (aunque las repercusiones económicas y sociales no le son ajenas), sin influencia de las divinidades (si bien reconoce la instrumentalización que se hace de cultos y prácticas religiosas), tan solo el crudo relato de los acontecimientos.

No obstante, en ocasiones vierte su opinión y deja entrever sus simpatías o antipatías por uno u otro personaje (es honesto y ecuánime, no objetivo, algo imposible, pues al fin y a la postre son sujetos quienes escriben la historia).

Traducción de Thomas Hobbes de Historia de la guerra del Peloponeso. Victoria & Albert Museum, CC BY-NC

Tucídides dedica todo el primer libro a fundamentar su método de investigación. Dice al comienzo del mismo:

 

Por una parte, por lo que se refiere a los actos que tuvieron lugar durante la guerra, no creí tener que fiarme para contarlos de las informaciones del primer llegado, ni tampoco de mi opinión personal: o bien los presencié yo mismo (autopsia), o bien he investigado cada uno con toda la exactitud posible en cada caso. Por otro lado, la investigación tenía dificultades, pues los testigos de cada hecho presentaban versiones de los mismos que variaban según su simpatía sobre uno u otro bando, y según sus recuerdos. Tal vez la ausencia del elemento fabuloso (mythodes) en los hechos relatados restará encanto a mi obra ante un auditorio. Pero si quienes se proponen examinar la verdad de los hechos acaecidos y de los que han de ser en el futuro iguales o similares a éstos, de acuerdo con la condición humana (anthropinon), si éstos los consideran útiles, será suficiente. En definitiva, mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre (ktema es aiei) más que como una pieza de concurso destinada a una escucha momentánea.

Por lo tanto, Tucídides declara que va a llevar a cabo un relato de hechos contemporáneos sin aureolas míticas, buscando la verdad, seleccionando las fuentes, con precisión (establece un estricto orden cronológico) y con deseo de trascendencia, es decir, con la esperanza de que sea útil, para evitar que, dada la naturaleza humana, los hechos puedan volver a repetirse. Porque entiende que el motor de la historia es el hombre, no la divinidad, y que son los hombres los que causan o motivan los acontecimientos.

El miedo como causa

Al mismo tiempo, está convencido de que las leyes y las normas éticas son necesarias para el progreso y la estabilidad de las comunidades políticas y que la guerra resquebraja e incluso anula ese orden basado en leyes y valores. Su descarnada descripción de la guerra civil de Corcira entre demócratas (por lo general de clase humilde) y oligarcas (de clase acomodada) es paradigmática de la barbarie desatada por el hombre en conflictos intestinos, entonces o dos mil quinientos años después.

En el asunto de la causalidad de la guerra, resulta de una asombrosa actualidad su capacidad de análisis crítico al detectar que, por encima de las llamadas causas inmediatas (aitiai) que “encienden la mecha”, subyace una causa más genuina y profunda (alethestate prophasis), que no era otra que el miedo espartano a que el imperio ateniense siguiera creciendo. Y su creencia de que la guerra era inevitable entre los dos bloques antagónicos condenados a enfrentarse ha dado mucho juego en análisis geoestratégicos modernos, desde la guerra fría hasta nuestros días.

Destrucción del ejército ateniense en Sicilia durante la guerra del Peloponeso (415-413 a.C.). Ward / Wikimedia Commons

Cabe destacar también que en boca del Pericles tucidídeo encontramos el primer elogio de una democracia en la historia de Occidente, un ordenamiento político que hasta mediados del siglo XIX fue considerado sinónimo de inestabilidad y de desorden. Frente al autoritarismo y militarismo espartano, Pericles ensalza su propio régimen (“su nombre, debido a que el gobierno no es para unos pocos sino para la mayoría, es democracia”), al ciudadano, capaz de compaginar libertad individual y servicio al Estado, disfrute y sacrificio (“amamos la belleza con sencillez y amamos la sabiduría sin molicie”) y la misión de Atenas en el mundo griego (“La ciudad entera es un modelo o escuela para Grecia”).

 

Y con el llamado “diálogo de los melios”, Tucídides deja patente el triunfo y la preponderancia de las relaciones de fuerza, que imperan de acuerdo a una lógica, la lógica del poder (Realpolitik), en consonancia con la afirmación del sofista contemporáneo Trasímaco de Calcedonia de que “lo justo es lo más útil (o lo más conveniente) para el más fuerte”. En el debate se constata con crudeza la imposibilidad de la neutralidad deseada por un estado pequeño, el melio, y el derecho a emplear la fuerza contra los más débiles por la potencia hegemónica, que encarna una postura férrea, intransigente y egoísta.

“Vuestro odio es prueba de nuestra fuerza”, dicen los embajadores atenienses. El resultado será el arrasamiento de Melos: ejecución de hombres, esclavización de mujeres y niños y ocupación de la isla por colonos atenienses.

Tucídides vivió el final de la contienda en 404 (alude en más de una ocasión a la victoria espartana), pero no pudo contarla. Su relato se interrumpe abruptamente en el año 411, por lo que se piensa que murió antes de acabarlo o de revisar sus notas. Con todo, su estatura historiográfica llevará a que al menos tres historiadores comiencen su relato justo en el momento en que lo dejó: Jenofonte, Teopompo y el historiador de Oxirrinco.

Tucídides era irrepetible, pero su legado historiográfico marcó a los historiadores del futuro. De hecho, para el anónimo autor del tratado De lo sublime, Tucídides fue para la historia lo que Homero fue para la épica, Platón para la filosofía y Demóstenes para la oratoria. A él hemos dedicado el reciente monográfico colectivo Tucídides y el poder de la historia.


César Fornis, Catedrático de Historia Antigua, Universidad de Sevilla. Catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Sevilla. Su especialidad es la Historia de Grecia y, dentro de ésta, se ha ocupado de diferentes temas de investigación, como por ejemplo: el análisis de las sociedades griegas en época clásica, especialmente en condiciones de conflicto (interno y/o externo); la Esparta antigua y su recepción en el pensamiento y la cultura occidentales; los estados de Corinto y Argos; la guerra del Peloponeso; la guerra de Corinto; la democracia ateniense del siglo IV; los tiranos arcaicos y su relación con el oráculo de Delfos. Fruto de esta labor investigadora son varias monografías y más de un centenar de trabajos (fundamentalmente artículos en revistas especializadas, capítulos de libro y contribuciones a congresos, aunque también artículos de divulgación científica y numerosas reseñas).

Este artículo fue publicado originalmente en


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