Por qué se recuperarán mucho antes los bosques canarios que los amazónicos

Jair Ferreira Belafacce/Shutterstock
Víctor Resco de Dios

Un elevado número de incendios está actualmente afectando a diversos puntos del globo terráqueo, desde Nueva Zelanda hasta Siberia (figura 1). De entre todos ellos, los que están ocurriendo en la Amazonía son los que más portadas ocupan estos días.

Aquí buscamos aclarar si la gran cantidad de incendios amazónicos es preocupante, qué depara el futuro a los bosques amazónicos tras el incendio y si los bosques tropicales son más vulnerables al paso del fuego que los de nuestro país.

Área quemada este año en la Amazonía

Figura 1. Incendios activos en el mundo en la última semana. Sistema GWIS del servicio Copernicus

Todavía es pronto para conocer si el área afectada por incendios este año es mayor que en el pasado. Con los datos que tenemos ahora mismo podemos afirmar que el número de incendios de este año no es mayor a la media de los últimos 18 años, desde que tenemos datos de satélite (fig. 2). Aunque sí ha aumentado, y muy notablemente, la deforestación por otras causas.

Esto no debe interpretarse como una buena noticia: se estima que la deforestación inducida por incendios puede tener, en algunas ocasiones, la misma magnitud que la deforestación inducida por la explotación forestal indiscriminada.

Figura 2. Número de incendios en Brasil en los últimos 18 años detectados por el satélite de la NASA MODIS. GFW

Aunque el número de incendios de este año no sea mayor que en el pasado reciente, el área afectada por incendios en los últimos 18 años es mayor a la que de forma natural experimentarían estos bosques si la mano del hombre no estuviera detrás.

Estos bosques han evolucionado bajo una frecuencia muy baja de incendios: a lo sumo se daban una vez cada 400 – 1 000 años. Este intervalo de tiempo es mayor que la longevidad de la mayoría de las especies tropicales y, por tanto, la mayoría de esos árboles no experimentaron ningún incendio durante su vida.

Cómo son los incendios amazónicos

Un incendio que arrasa un bosque tropical por primera vez no deja imágenes impresionantes, pero quema de forma muy severa. Esto es, el frente de llama es muy bajo, no nos llegaría ni a la rodilla, pero el avance es extremadamente lento: entre unos 100 y 150 metros al día. Al propagarse tan lentamente, se consume la base de los troncos y se induce la muerte de un gran porcentaje de los árboles existentes. Los árboles más delgados son los más afectados al ser los que tienen un menor grosor de corteza.

Los efectos de los incendios son particularmente perniciosos cuando otro incendio vuelve a quemar la misma zona al cabo de unos pocos años. La estructura del bosque cambia tras el paso del primer fuego y lo vuelve más inflamable, de modo que los incendios sucesivos queman con una intensidad mayor cada vez y eliminan un mayor número de árboles.

La sabanización del paisaje tras el fuego

El incendio no solamente mata un elevado número de árboles, sino que consume las semillas existentes en la hojarasca o en las capas más superficiales del suelo. Además, los suelos se ven empobrecidos, ya que una parte de los nutrientes se volatiliza durante el incendio y la erosión aumenta. Todo ello hace que la recuperación del bosque tras el incendio sea improbable.

Tras el incendio nos encontraremos o bien con un bosque de “palillos” (árboles pequeños) formado por especies pioneras, lejos de la composición del bosque maduro original, o bien con una sabana (fig. 3). En cualquiera de los dos casos, la pérdida de biodiversidad y de capacidad para fijar y almacenar carbono es significativa y tiene repercusiones para el balance global de carbono.

Figura 3. Los incendios pueden transformar el bosque tropical (izquierda) en una sabana (derecha). Author provided

La sabanización del bosque tropical tras los incendios ya ha ocurrido con anterioridad. Por ejemplo, la sabana africana actual se desarrolló hace aproximadamente 5 millones de años. Existen evidencias de que los rayos en esa época fueron particularmente abundantes (posiblemente por la explosión de una supernova que ionizó la atmósfera). Esto pudo repercutir en un incremento del número de incendios que, junto con la intensificación de las sequías, transformó el paisaje subtropical africano hasta nuestros días.

Los bosques españoles se recuperan antes

El mayor incendio forestal de este año en España ha sido el de Gran Canaria, donde unas 10 000 hectáreas han sido quemadas. Los cuerpos de extinción señalaban cómo, en algunos casos, la longitud de llama llegó a los 50 metros.

Sin embargo, aunque esta intensidad de llama es mucho mayor que la del bosque tropical (que, recordemos, solo llega a la rodilla), cabe esperar una pronta recuperación de la mayoría de los ecosistemas afectados, ya que las especies españolas sí están adaptadas al incendio. Por ejemplo, el pino canario, uno de los árboles predominantes en la zona quemada, tiene la capacidad de rebrotar y es de esperar que el paisaje se recupere en cuestión de lustros.

El registro fósil nos indica que, a diferencia del bosque tropical, los incendios sí eran frecuentes en las Canarias incluso antes de la llegada del hombre. Ello no quita que para algunas zonas, como ciertos hábitats del Parque Natural de Tamadaba, y algunos endemismos de Canarias se vean afectados negativamente. Sin embargo, en términos generales, la severidad será mucho menor en estos bosques que en los amazónicos, ya que sus especies muestran adaptaciones para recuperarse tras los incendios.

Por tanto, y aunque parezca paradójico, los incendios del Amazonas nos afectan en mayor medida que los incendios que ocurren en España: aquellos no se recuperan tras el incendio. Y eso tiene graves repercusiones climáticas.


Víctor Resco de Dios es doctor por la Universidad de Wyoming y profesor en la Universidad de Lérida. Anteriormente fue profesor en las universidades de Western Sydney y de Castilla-la Mancha. Ha contribuido al 5º informe del IPCC sobre cambio climático y es editor de Trees – Structure and Function, Plant Ecology and Diversity y Forest Systems. Su investigación se centra en entender los mecanismos que explican las interacciones biosfera-atmósfera en relación a la regulación de los flujos de agua, dióxido de carbono y riesgo de incendios

Artículo publicado por cortesía de


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