La política no debería ser un negocio, aunque se base en negociar

Acuerdos entre Ronald Reagan y Mijail Gorbachov
/ por José Luis Ibáñez Salas. PEE /

La vida pública es por definición conflictiva, supone una interacción permanente entre los diferentes deseos y necesidades de sus miembros, de cada uno de sus individuos entre sí. El conflicto está ahí siempre, alerta.

Para evitarlo, o para superarlo cuando ya se ha llegado a él, los humanos hemos aprendido a negociar. Lo llamamos política, ese ámbito, esa disciplina, ese oficio al que denostamos continuamente porque preferimos que sean otros los que se manchen las manos en nuestro lugar, aunque sólo sea para luego poder criticarles a gusto. Denodadamente las más de las veces.

¿Qué es negociar?

Negociar es negar ese estar de brazos cruzados, negar ese estar al margen no ya de la ley sino de la búsqueda de la ley necesaria. Porque negociar es actuar fuera del ocio, al otro lado del combate lúdico contra la desidia, es combatir también, sí, contra los otros, pero precisamente para evitar combatir contra los demás. Uno combate para no tener que combatir, un combate que se lleva a cabo por medios caballerosos (sí, es una palabra demodé, incorrecta políticamente), elásticos y enemigos del trauma.

Toda negociación comienza con unas demandas enfrentadas que pueden ser recientemente explícitas o llevar toda una vida implícitas en el interior de un devenir estudiado, o no, históricamente. La negociación se establece para resolver ese conflicto por medio de la tolerancia a una adaptación de esas demandas de partida. Una adaptación o una desaparición de alguna o de todas las demandas iniciales. Se trata de aceptar lo convenido tras el triunfo de la negociación.

Los tipos de negociación

Negociaciones entre Abril Martorell y Alfonso Guerra en la transición española

Se suele convenir que hay tres formas diferentes de negociar, de un lado, aquella que es una mera confrontación, un simple y llano combate, en medio estaría la negociación cooperativa, que es la ideal, la perfecta, si tal cosa existe, y, por último, la transigente. De confrontación, cooperativa y transigente, me voy a centrar en la cooperativa, siguiendo para ello lo que he aprendido de la catedrática de universidad en Psicología de la Educación María José Diaz-Aguado, pero antes diré unas palabras de las otras dos. Para no dejarlas ahí, únicamente enunciadas. Solas.

En la negociación de confrontación, sólo se pretende la derrota. La del contrario, por supuesto. Un contrario que es más enemigo que contrario. Se trata del yo gano, tú pierdes, más propio de un conflicto bélico. La guerra por otros medios.

Más suave, muchísimo más, es la negociación transigente, por medio de la cual se pretende ahorrar tiempo, y dinero, claro, y esfuerzo, sobre todo esfuerzo, a cambio de conseguir que la relación entre las partes en conflicto no se deteriore en modo alguno. Yo cedo, tú ganas.

La negociación cooperativa

También llamada integradora, en la negociación cooperativa lo que se pretende es obtener un beneficio común, o al menos beneficios para las dos partes en litigio. Es el reino del Yo gano, tú ganas. Se fundamenta en el llamado principio de interdependencia positiva.

¿Qué es eso de la interdependencia positiva? Es uno de los principios en los que se basa el aprendizaje colaborativo o cooperativo. Nos lo explica la profesora Diaz-Aguado: se trata, en definitiva, dentro del proceso de enseñanza – aprendizaje, de hacer comprender a los alumnos “que la única manera de avanzar en el logro de las metas individuales es a través de las metas grupales, según el principio ‘uno para todos y todos para uno’”. Es una interdependencia que busca el compromiso de uno “no sólo con el éxito propio sino también con el de los demás”. Como veremos, la interdependencia positiva presupone la “existencia de un poder relativamente equilibrado entre las distintas partes implicadas” en el conflicto.

La negociación cooperativa es la que es permite alcanzar los mejores resultados, algo que se puede medir si usamos como elementos de evaluación la justicia (valorando el daño recibido por la parte peor tratada), el compromiso con lo acordado (“cuando todas las partes han participado en el proceso de resolución del conflicto suelen comprometerse más con la solución que cuando no ha sido así”) y la incidencia de la negociación en las relaciones personales (el conflicto conviene plantearlo como un problema compartido, como algo que une y no sólo como algo que separa: se trata de identificar intereses compartidos para ver si pueden ser complementarios).

Todo proceso negociador cooperativo que se precie tiene que cumplir una serie de requisitos, son estos: ha de identificar y saber expresar las necesidades y los intereses de las distintas partes implicadas (es muy importante acostumbrarse en este sentido a repetir lo que ha dicho la otra parte para demostrar que se ha entendido lo que el otro quiere, y esto es algo relacionado con la siguiente necesidad), ha de establecer una comunicación adecuada, perfecta, basada en un respeto y un trato exquisito entre las partes (las habilidades comunicativas han de estar presentes en todo el proceso), ha de poner siempre sobre el tapete el mayor número posible de alternativas para la resolución del conflicto y, lógicamente, ha de acabar por elegir la mejor solución, aquella que se la más eficaz, para lo cual es inevitable baremar las ganancias conjuntas y la viabilidad de llevar a cabo el acuerdo.

En definitiva, los pasos para negociar, especialmente si se trata de resolver (o anticipar) conflictos, son definirlo, tener en cuenta en todo momento varias soluciones, anticipar las probables consecuencias, elegir la mejor solución, aplicarla y evaluar resultados.

Las condiciones ideales para llevar a cabo una negoción colaborativa, integradora, son la ya conocida existencia de una interdependencia positiva, balancear constantemente los intereses en conflicto con la necesaria calidad mínima de una buena relación y establecer una confianza suficiente.

Es evidente que no podemos perder de vista la realidad. ¡Ah, la realidad, con sus cosas y su elemental prestancia contumaz! Obtener las perfectas soluciones integradoras no es fácil. De hecho, es imposible cuando ocurre alguna de estas dos situaciones. Una, si los intereses de una de las partes son poco relevantes, al menos en comparación con la necesidad de una relación convivencial con la otra parte, se tiende a ceder para resolver el problema, lo cual NO resuelve el problema, pues únicamente consigue aplazarlo. O dos, una de las partes es consciente permanente de que su poder es mucho mayor que el de la otra (al menos en el ámbito de discusión, pero habitualmente en líneas generales o absolutas), y la tiene sin cuidado la relación entre ambas, y entonces estará en permanente estado de pretender imponer su propia solución.

La política, amigos, las negociaciones de conflictos, damas y caballeros, niños y niñas. Y de allí venimos, de cuando surgieron las sociedades humanas, y hacia donde quiera que sea vamos. Seamos humanos. En el buen sentido de la palabra.

José Luis Ibáñez Salas es editor de material didáctico para diversos niveles educativos en Santillana Educación, historiador y escritor. Director de la revista digital de divulgación histórica Anatomía de la Historia (anatomiadelahistoria.com). Autor de El franquismo (Sílex ediciones, 2014) y La Transición (Sílex ediciones, 2015), así como de ¿Qué eres España?. Socio fundador de Punto de Vista Editores. Escribe habitualmente tanto relatos (algunos de los cuales han sido ya publicados por ejemplo en el blog literario Narrativa Breve, dirigido por el escritor Francisco Rodríguez Criado) como artículos para distintos medios de comunicación, como la revista colombiana Al Poniente o las españolas Nueva Tribuna, Moon Magazine y Fernando Martínez. Tiene escrita una novela y ha comenzado a escribir otras dos.
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