La necesidad de reflexionar con sentido político y riguroso

por José Luis Pedreira Massa

Periódicamente, casi como un Guadiana que retorna, existen épocas en las que la militancia política se ensalza, a las que siguen otras épocas, habitualmente más largas y con gran zozobra, en las que se reniega y maldice a la política. Ya Platón avisó de forma clara que la renuncia a participar en política de la gente más preparada comportaba que esos lugares de relevancia política y social serían ocupados por la gente más mediocre.

La llamada época de la transición tuvo políticos con mentes bien amuebladas, que tenían una formación y una historia tras ellos de cierto relieve, de eso no cabe ninguna duda. Es evidente que tenían sus corifeos y sus detractores, a veces apasionados, pero nunca rehuyeron un debate ni una situación en la que opinar fuera en un sentido u otro. Se llamaran Fraga o Marías, Llorente o Tierno, Carrillo o Paris, eran gente que levantaban murmullos, pero provocaban el silencio del respeto para escuchar lo que decían. Existían parlamentarios con fundamento como Rodríguez de Miñón, como Lluch o el propio Carrillo. También existían “versos sueltos” a los que todos nos encantaba escuchar y buscarlos como Ruiz-Jiménez, Paco Fernández-Ordóñez o Vázquez-Montalbán.

Muchos de ellos se retiraron por hastío, otros por edad, otros han fallecido por causas diversas que nos señalan la historia que nos ha tocado vivir. Alguno asesinado por una banda de asesinos terroristas cuando defendía el diálogo, las “largas y penosas enfermedades” o los procesos repentinos relacionados con tensiones diversas. Aunque se retiraran de la política muchos seguían dando conferencias, retornaban a sus cátedras o participaban en tertulias que desgranaban discurso, dialéctica y conocimiento histórico desde el antes al ahora, de aquel entonces.

Hay que señalar que su marcha, que su cacareada sustitución generacional ha sido bastante deficiente. Se ha perdido calidad y cualidades, en cada cambio con más profundidad. El debate político se ha enfriado, la autocrítica ha campado en una ausencia generalizada y, lo que es peor, no se sabía hacer. Así planteadas las cosas los debates fueron y siguen siendo planos, muy planos.

Se tornó todo en la pragmática, se sustituyó el discurso elaborado y con contenidos por un relato superficial y descriptivo sin contenidos, se busca hacer y tener resultados, consiste en tejer una maraña social que asfixiaba a la sociedad civil porque se la invadía políticamente, sin escuchar sus derivas y sus dificultades. Es cierto que todo lo impregna la política (la economía, la distribución de los presupuestos, el ejercicio de muchas profesiones con vocación pública aunque con planteamiento inicial de descripción liberal, el urbanismo y tantas cosas más), no reconocerlo así es dejar en manos de los políticos “profesionales” estos temas, lo que sería una verdadera insensatez. Se puede, se debe ser y tener una orientación y pensamiento político, pero también hay que mostrarse con libertad de pensamiento, siempre y cuando sea razonado, fundamentado y riguroso.

En el seno de los partidos políticos se reprodujo la secuencia social externa y general: utilizar palabras, vaciarlas de contenido, exigir fidelidades (que no lealtades) y si pensabas podías ser declarado un ente “raro” y, por lo tanto, podrías ser repudiado. Así se crearon no solo tendencias o líneas políticas, sino alineamientos personales, lo que facilitaba una guerra sin cuartel y las consiguientes represalias y venganzas. Relato, no discurso. Triste panorama.

La repercusión en la actividad política externa era una gran simpleza en la argumentación, realizada mayoritariamente por unos líderes prefabricados sin experiencia en campos externos al propio partido, eran los “hombres/mujeres de partido”, no del partido, sino de partido. Se acuñaban frases del tipo “es de los nuestros” versus “no es de los nuestros”, lo que originaba verdaderos requiebros en la actividad política. Por ello el desarrollo político se volvía pragmático, es decir: se ganaban elecciones, pero el poder permanecía en las mismas manos, se abandonaros los análisis políticos para realizar sesudos planteamientos economicistas llenos de cifras y porcentajes. Triunfó el relato, se eliminó el discurso. 

La gente joven se desencantaba de la política y los partidos se iban envejeciendo, no solo en ideas y funcionamiento, sino también en edad. Las purgas y venganzas continuaban. A la par, crecía la corrupción, porque la falta de compromiso ideológico y la falta de formación política y social, favorecen las apetencias individuales, así se salpica a los partidos, sobre todo a los de izquierda que no tienen el apoyo y el caparazón de protección de los partidos de la derecha, en éstos confluyen el poder político con el poder de clase social. 

En este marasmo los líderes políticos tienen escasa formación intelectual, política y social. Saben mucho de teje-manejes y politiquerías, pero solo son capaces de repetir fórmulas a modo de eslóganes transitorios y con escasa profundidad, por mor que en ocasiones hagan gracia y nos haga sonreir, pero solo de medio lado. Se preocupan por lo más superficial, por el relato, pero abandonan la elaboración de un discurso.

Parecería que ahora tocaba una emergencia de pensamientos más profundos, sobre todo porque la crisis facilitaría esa evolución, pero la creciente corrupción en unos y las posibles suspicacias y listas negras en otros, hacen que se retome el desencanto hacia la política y que algunas buenas mentes analíticas se retiren a los cuarteles de invierno. Es decir: retornan los mediocres, tal y como anunciaba Platón. Emerge el relato, se entierra el discurso.

El debate político actual es cansino, repetitivo, insustancial, carente de contenido y de reflexión, la dialéctica está ausente y no parece que se la espere, la oratoria es espantosamente aburrida y sin chispa, los temas se alejan de los intereses de las clases populares. Es difícil saber las diferencias en educación, sanidad, políticas sociales, dependencia, igualdad,… verbalmente parecen iguales, pero luego en las realizaciones son tremendamente diferentes pero cuando nos damos cuenta…es para el lamento, se llega tarde. Triunfa la vacuidad del relato, se desvanece el discurso.

Decididamente ser y realizar una política coherente y de izquierdas es muy difícil y no es solo tener un carnet o militar en un partido. Ser líder es algo más que controlar el aparato del partido, debe tener formación y experiencias diversas dentro y fuera del partido. Ser un líder significa integrar y saber trabajar por la colaboración de todos, todas y todes y aceptar esa diferencia como riqueza y variedad, coordinar grupos es algo muy complicado y que precisa estudio en lo general y flexibilidad en lo personal. Un líder también sabe acompasarse con las minorías de su militancia, sobre todo si quiere trasmitir a la población en general serenidad y consistencia, Donabedian nos explicaba que para conseguir calidad debemos integrar en los grupos de debate a los que no están de acuerdo. Debemos preocuparnos por elaborar un discurso y que el relato surja de esos contenidos, forzar un relato de entrada lo hacen los mediocres con una finalidad: que no se note su insulsez y su precariedad argumental. 

¿Si un líder no sabe trabajar con las minorías internas, como va a saber integrar a las minorías sociales? Y si no lo consigue hacer ¿cómo va a liderar un país?


José Luis Pedreira Massa, el "Don Galimatías" de La Mar de Onuba, es Vocal del Consejo Asesor de Sanidad y Servicios Sociales del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. Psiquiatra y psicoterapeuta de infancia y adolescencia. Prof. de Psicopatología, Grado de Criminología (UNED).

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