La inminente subida de tipos en EEUU daña los precios de las acciones

por Francisco Villanueva Navas.

Hace solo unos días, en una era que ahora se percibe muy lejana, el mayor temor de quienes controlan el dinero parecía ser la complacencia y la tranquilidad. Los mercados de acciones de Estados Unidos estaban en alza gracias a la determinación del presidente Donald Trump de reducir impuestos y eliminar normas. Las principales economías del mundo, sin excepción, estaban en expansión.

Según los amos del dinero, lo peor que podía ocurrir era que los inversores se dejaran llevar por un entusiasmo imprudente asumiendo demasiados riesgos por estar convencidos de que los peligros del mercado estaban bajo control.

Ahora sabemos que esos peligros ya estaban haciendo de las suyas. Después de toda una década, la era de fácil acceso al dinero diseñada por los bancos centrales de Asia, Europa y Estados Unidos estaba llegando a su fin para dar paso a un nuevo capítulo. En esta etapa, las grandes empresas tendrían que pagar más para obtener préstamos y al ciudadano común le costaría más conseguir financiamiento para adquirir casas, automóviles y otros artículos.

Los inversores llegaron a la conclusión que las tasas de interés subirían más rápido de lo previsto, casi con seguridad en Estados Unidos, y con el tiempo, quizás también en Europa y Asia. Se desprendieron de buena parte de sus acciones y se volcaron a depósitos de riqueza más seguros como los bonos y el dinero en efectivo.

Una oleada de ventas comenzó en Nueva York, continuó en Asia y Europa y luego completó su recorrido transglobal con una fuerte caída donde todo había empezado. Al tiempo que el retroceso a nivel mundial se extendió hasta que la ansiedad disminuyó en Estados Unidos. Reflejo de ello fue la subida de un 1,7% al cierre de las operaciones del índice de 500 acciones de Standard & Poor. Las ganancias ayudaron a eliminar algunas de las pérdidas de la semana pasada, aunque el S&P500 aún está más de 6% por debajo de su máximo de finales de enero.

Si bien el comercio en Estados Unidos fue claramente la primera señal de alarma, los temores se extendieron a todos los ámbitos en que el dinero cambia de manos. La economía estadounidense había cambiado la frivolidad de una fiesta bursátil por las manifestaciones sombrías de una vigilia a los pies de la cama.

Estados Unidos es, con cierta distancia, el mayor mercado del planeta. El crecimiento de ese país tiene una enorme influencia en todas las economías. Si el mayor mercado está vendiendo, eso tiene un efecto muy fuerte en el sentimiento de inversión. Hace que la gente tenga aversión al riesgo.

El temor que se apoderó de Estados Unidos fue el producto de los buenos tiempos. Cuando prevaleció la sensación de que las transacciones bursátiles estaban regidas por un exceso de exuberancia, aumentaron las probabilidades de que la Reserva Federal aguase los festejos subiendo las tasas de interés más rápido de lo previsto.

No en vano los bancos centrales son considerados por los inversores como elementos responsables de vigilar solemnemente que no haya problemas. Cuando surgen las crisis, ponen dinero a disposición para fomentar el comercio mientras mantienen alejado el terror. La expansión económica mundial hoy en marcha se debe, en gran medida, a que la Fed rápidamente dio rienda suelta a un impresionante aumento del crédito tras el comienzo de la crisis financiera de 2008, combinado con el torrente más lento, pero a la larga eficaz, de dinero en efectivo otorgado por el Banco Central Europeo.

Pero cuando la fiesta se pone difícil, los banqueros centrales hacen de aguafiestas elevando las tasas para evitarles peligros a los agentes económicos. Las tasas más elevadas reducen la especulación que puede terminar mal al encarecer el crédito. Ralentizan el crecimiento económico y hacen que las acciones no sean atractivas porque las grandes empresas deben pagar más para mantener el control de sus deudas. Los inversores pueden ganar más conservando sus tenencias en efectivo o bonos, en lugar de aceptar el riesgo más alto que implican las acciones.

La amarga ironía de la actual emoción es que fue ocasionada por la aparición de algo que el mundo ha esperado por años: salarios más altos para los trabajadores.

Aunque los índices de paro bajaron notablemente en Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos, las compañías siguen encontrando maneras de hacer más productos y vender más servicios sin pagar más a sus empleados. Pero la última foto mensual del mercado laboral de Estados Unidos mostró que los salarios habían aumentado 2,9% en enero, en comparación con un año atrás.

Esto pareció presagiar un incremento del poder de consumo estadounidense. Y con eso, el del mundo entero. La interconectividad de la economía global ha sido esencial para pensar que una economía fortalecida en Estados Unidos incrementaría fortunas en todo el mundo.

Pero el aumento salarial para los trabajadores de Estados Unidos significó otra cosa. Fue un destello de alarma para los inversores sobre una posible inflación o alza de precios, que han dañado a muchas economías. La Fed, siempre vigilante, esgrime una herramienta común para frenar la inflación de ser necesario: tasas de interés más altas.

Si la Fed subiese las tasas más rápido, podría ocurrir que Europa y quizás también Japón siguiesen sus pasos. En caso contrario, Estados Unidos estaría en una posición de captar una parte sustancial de la inversión internacional, si las tasas supuestamente suben en los bonos del gobierno estadounidense.

Todo esto ocurre en medio de una transición en el liderazgo del banco central. En la Fed, Janet Yellen, la economista que presidió la Junta de Gobernadores, completó su mandato y traspasó el mando a su sucesor, Jerome Powell. Se espera que este último continúe la marcha cautelosa de Yellen hacia tasas de interés más altas.

Los principios fundamentales de la expansion de Estados Unidos permanecen intactos. El aumento de los salarios debería realmente darle a la gente dinero para gastar sin recurrir a algún tipo de burbuja crediticia de última moda que termine en forma trágica.

Pero la angustia en los mercados mundiales también subraya el hecho de que los agentes económicos reales están fusionadas. Si General Electric, Ford y otras compañías multinacionales ven que los precios de sus acciones bajan al tiempo que suben los costos de endeudamiento, podrían limitar sus planes de expansión. La tendencia se sentiría en órdenes reducidas de chips para computadoras fabricados en Taiwan, pantallas planas hechas en Corea del Sur y componentes de automóvil provenientes de República Checa. Esto podría enfriar la demanda de materias primas de Argentina a India y Sudáfrica. Los ciclos económicos en diferentes mercados están más correlacionados que nunca. Es la cadena de abastecimiento.

Francisco Villanueva, colaborador de La Mar de Onuba es economista y periodista financiero.
@FranciscoVill87

 

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