El Partido de los Trabajadores de Brasil y el «lulismo»

Lula da Silva celebra el anuncio de los Juegos Olímpicos de Río 2016. Fuente: Agência Brasil

por Álvaro Conde


La llegada al poder del Partido de los Trabajadores y de su líder histórico, Lula da Silva, a pesar de no suponer la profunda transformación estructural que se esperaba para Brasil, sin duda ha supuesto un cambio en el país de la samba. Con el despegue económico, la reducción de la pobreza y la proyección en la escena internacional de Brasil, el primer presidente de Brasil sin título universitario abandonaría la presidencia en 2011 con más de un 80% de índice de aprobación. Pero ¿qué es el lulismo y hasta qué punto cambió Brasil?

En 1978, en el contexto del final de la dictadura cívico-militar que gobernó Brasil desde 1964 hasta 1985, se producen una serie de protestas y huelgas generales claves para el devenir de la Historia brasileña. Esta serie de movilizaciones fueron protagonizadas y lideradas por los movimientos de los llamados nuevos sindicalistas y fueron especialmente intensas en el cinturón metropolitano y corazón industrial del estado de São Paulo, conocido como el ABC Paulista. Una vez retomado el pluralismo político, fueron miembros de estos movimientos sindicales —entre los que ya destacaba uno de sus líderes más carismáticos, Luiz Inácio Lula da Silva, junto con intelectuales y otros líderes de movimientos sociales— los que acabarían fundando en São Paulo el 10 de febrero de 1980 el Partido de los Trabajadores (PT).

Ascenso e institucionalización del PT

El PT nacía como representación y articulación política de estos movimientos sindicales organizados y de otros sectores progresistas, sobre todo en el ámbito urbano. En sus orígenes, dadas sus raíces socialistas, además de ser una organización política de clase con vocación de transformación político-económica, social y cultural, también incorporaba un elemento de desconfianza hacia la burocratización del aparato partidista. En este sentido, durante los años de formación del partido, el PT apostó por el respeto a la autonomía de los movimientos y organizaciones de la sociedad civil como elemento fundamental de su eje programático y de su estructura interna.

No obstante, en el marco de la transición democrática, en la que la Asamblea Constituyente de 1988 adopta una nueva Constitución federal para Brasil, el ideario político del PT comienza a evolucionar. La caída del socialismo real asestaría un duro golpe al ideario original del PT, que comienza a replegarse ideológicamente hacia tesis más próximas a las reglas de juego de lo posible y lo aceptable. Esto se traduce en el abandono del socialismo como horizonte estratégico y la idea de ruptura con el sistema capitalista a corto plazo por una plataforma reformista que encuadra al PT como partido de rechazo al llamado Consenso de Washington.

Lula habla ante 80.000 personas en el estadio Villa Euclides de San Bernardo del Campo durante el apogeo de la huelga general de 1979. Fuente: Irmo Celso (Veja)

Esta inclusión social en la que se basa el modelo lulista se vio reflejada en la disminución de la desigualdad a un ritmo nunca antes visto en Brasil, hasta llegar a su nivel más bajo de los últimos 30 años —a pesar de seguir estando entre las más elevadas del planeta y de que informes más recientes cuestionen esa disminución—. Esto hizo emerger lo que se conoce como la “nueva clase media” brasileña —un concepto discutido—: entre 2003 y 2009 casi 32 millones de brasileños ascendieron a las clases A y B, correspondientes a las clases privilegiadas, y a la clase C, clase media en términos de ingresos por unidad familiar, que acoge a casi la mitad de la población brasileña —94 millones de personas—.

El lulismo, si bien se define como idea a partir del segundo mandato presidencial de Lula como manera de entender el cambio de modelo experimentado en Brasil a raíz de la llegada al poder del PT, nace en gran medida como término fruto de la centralización de la atención social y mediática en la figura personal de Lula. Este cambio de enfoque se debe también a la salida a la luz del escándalo del mensalão, el primero de muchos grandes casos de corrupción que afectan al PT ya en el Gobierno. Esto hace temblar al Ejecutivo durante el primer mandato y empuja a Lula a distanciarse de la prensa y entablar una relación más directa con el pueblo. Se crea entonces cierto culto hacia Lula que define y alimenta simbióticamente su liderazgo y su relación con las masas.

El nacimiento del lulismo

Lula repetiría victoria en las elecciones de 2006 y vería crecer su capital político con la aglutinación de poderes en torno a su figura carismática, tanto política como socialmente. No obstante, el lulismo no debe considerarse una identidad, sino más bien un liderazgo popular, algo que comienza a quedar claro durante el segundo mandato de Lula. Si bien es verdad que es la relación directa entre Lula y las masas la que nutre y define el lulismo, objetivamente no rompe con el sistema existente desde el punto de vista político. En ese sentido, en un plano más teórico y amplio, el lulismo constituye una especie de bisagra entre el sistema político tradicional y las clases populares y progresistas, algo que debe enmarcarse en la lógica más extensa del accionar político de la izquierda no solo en Brasil, sino en toda América Latina.

Es en el segundo mandato de Lula cuando se empiezan a observar los resultados de las políticas lulistas. La inflación pasa a estar bajo control, la tasa de pobreza disminuye significativamente, la pobreza extrema y la tasa de desempleo caen casi a la mitad y las reservas de divisas internacionales de Brasil se dispararon. La inversión pública en gasto social también aumenta de manera considerable y las Administraciones Públicas se modernizan, similares a la media de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Asimismo, se ponen en marcha multitud de planes de acción y programas federales como el de Aceleración del CrecimientoMi casa, Mi vida o Luz para Todos, entre otros, que garantizaban un círculo virtuoso keynesiano de consumo, inversión y fortalecimiento del mercado interno mediante el incremento de la capacidad adquisitiva de los sectores populares.

Evolución de la pobreza en diferentes países de Latinoamérica. Durante los Gobiernos petistas, Brasil ha sido uno de los países que ha logrado mejores resultados.

La inclusión en el consumo de masas de la nueva clase media define a su vez la relación de Lula y el PT con su base social, que sufre importantes cambios a medida que la estructura social de Brasil va evolucionando. El “partido de los pobres” —como era conocido popularmente— pasa a ser el partido de los que dejaban de ser pobres. El apoyo tradicional de la clase trabajadora organizada comienza a diluirse a medida que queda claro que no existe un proyecto transformador de calado para Brasil. Es entonces cuando el apoyo al presidente —y al PT— comienza a concentrarse en los sectores más precarios y humildes de la sociedad, situados en las regiones más empobrecidas del país —sobre todo en el Nordeste— y de las regiones metropolitanas, donde las políticas lulistas tenían mayor incidencia.

Durante los dos mandatos de Lula, este cambio de modelo basado en la conciliación social y política se convierte en un éxito debido en gran medida a que Brasil, uno de los mayores exportadores de materias primas del mundo, se benefició intensamente del ciclo económico denominado boom de las commodities, en el que los precios aumentaron sin parar debido a la creciente demanda de las economías emergentes —especialmente desde China—, con un impacto positivo en la economía brasileña. Esta coyuntura económica favorable, sumada a la habilidad política de Lula, ofreció un amplio margen de maniobra durante una década que permitió beneficiar generosamente tanto al capital como a las capas populares de la sociedad brasileña.

También es importante destacar el papel que comenzó a jugar Brasil en el plano internacional y regional, fruto del éxito económico a partir del segundo mandato de Lula. Brasil ingresó en los países conocidos como BRICS y promovió fuertemente una salida multilateral a la crisis de 2008 fomentando instituciones como el G20. Además, Brasilia tomó una postura mucho más independiente —sobre todo comercialmente— frente a los EE. UU. y promovió la integración regional y los lazos sur-sur a través de instituciones como el Foro de São Paulo.

Lulismo sin Lula

Dilma Rousseff, la delfín política de Lula, ganaría las elecciones de octubre de 2010 en segunda vuelta, y con ello aseguraba la continuación del lulismo en Brasil. Rousseff hereda un Brasil ascendente en lo económico e internacional, especialmente tras otorgársele la organización del Mundial de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro de 2016. Todo parecía brillar para Brasil y el PT. Sin embargo, las incoherencias y los límites del lulismo se irían haciendo cada vez más insostenibles hasta desembocar en el proceso de impeachment por corrupción y maquillaje de cuentas que acabaría sacando a Rousseff de Plano Alto. Dos años después, en abril de 2018, Lula da Silva fue detenido por el escándalo de corrupción de Petrobras, a pesar de los esfuerzos de su sucesora por garantizar su inmunidad.

El legado de la década de oro del lulismo —2003 a 2013— consigue romper varios tabúes muy importantes para Brasil. Sin embargo, aunque la llegada del PT al Gobierno federal en 2003 supuso un avance muy importante para la izquierda en Brasil, una vez en el Gobierno llevó un proyecto limitado y contradictorio. Si bien es innegable que el Gobierno petista supuso un avance cuantitativo fundamental en la mejora de las condiciones de vida de la población, en especial de los menos favorecidos, no es menos cierto que su llegada no representó un cambio estructural profundo para Brasil. Más bien se podría hablar de un reformismo débil, alejado de la idea transformadora que el PT proponía originalmente.

Cronología del auge y caída de Dilma Rousseff. Fuente: Bloomberg

Esto se debe en gran medida a que el lulismo toma como fundamento la no confrontación ni radicalización política y la búsqueda continua de la conciliación y la estabilidad social. Los distintos Gobiernos petistas no pusieron en entredicho a las élites y mucho menos el sistema socioeconómico brasileño. Dada la Historia del país —paradigma de la abundancia de riqueza y penuria a partes iguales—, su polaridad social y el lugar de semiperiferia que ocupa la economía brasileña en el sistema capitalista mundial, es imposible reducir la concentración de la riqueza y modificar las estructuras de poder sin que esto suponga un conflicto de intereses entre diferentes sectores sociales que derive en una confrontación político-social, de mayor o menor intensidad.

En este aspecto, sin embargo, no existe un consenso sobre el verdadero efecto del lulismo en Brasil, ni en el plano económico ni como fenómeno político. Esto queda plasmado en las diferentes interpretaciones que se hacen de él. Pero quizás la pregunta más importante sea hasta qué punto el lulismo supone un verdadero cambio de modelo para Brasil hacia el llamado “posneoliberalismo” y no una continuación en líneas generales del sistema heredado por el PT a su llegada al poder, aunque se haya dotado de una protección social mucho mayor.

Escribía Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina que en 1967 “apenas uno de cada cuatro brasileños puede considerarse un consumidor real”. La llegada al poder de Lula y del PT cambió Brasil para siempre en ese sentido al reducir la dicotomía económica y social; esa cifra de Galeano aumentó a dos de cada tres brasileños —las aludidas clases A, B y C—. El lulismo logró la integración, más bien precaria y apenas a través del consumo, de las clases populares. Pero también ofreció cierto grado de transformación cultural basada en la idea de ciudadanía y derechos. De ahí que el PT —y especialmente la figura personal de Lula— siga reteniendo tanto apoyo entre la sociedad brasileña, pese a los numerosos escándalos de corrupción, tras el impeachment que sacó al partido del Gobierno después de 14 años en el poder. Muchos brasileños no olvidan quién los llevó a donde están y parecen estar dispuestos a defender sus logros e incluso ir más allá.


Álvaro Conde

Graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y analista de El Orden Mundial. Interesado especialmente en la geoeconomía y la globalización. Intento conectar y enlazar diferentes temas para lograr comprender el mundo de manera más integral. Curioso sin límites.

@alvaro_conde94

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