Aléjese del prejuicio

por Carlos Ventura

 

 

El pasado sábado, la España confinada presenciaba en horario de máxima audiencia, un nuevo culebrón que tenía los ingredientes perfectos para ser tan adictivo como apasionante: sexo, mentiras, infidelidades y morbo. Sobre todo, mucho de esto último.

Sálvame, el programa de entretenimiento por excelencia de Telecinco, destapaba sin pudor los entresijos del internacionalmente conocido Merlos Place. Y la audiencia, encantada.

En estos cuarenta y tantos días de encierro no habíamos presenciado nada tan interesante a la par que sórdido, como lo que nos ofrecía este ménage à trois protagonizado por un abogado de derechas (ultra), Alfonso Merlos, la joven periodista aspirante a reina del papel couché, Alexia Rivas, y la ex gran hermana, Marta López, la gran damnificada de esta historia digna de la saga Dinastía.

A los ingredientes anteriores es importante añadir otro elemento que hace la historia aún más atractiva si cabe: el componente político.

Mientras se emitía el programa del ¿periodista? Javier Negre, Estado de Alarma, Merlos contaba cómo hay que desmontar al “gobierno del bulo”. Hasta aquí, todo correcto.

Sin embargo, el escándalo saltaba cuando, detrás del abogado, aparecía una chica (que no era Marta López) semidesnuda, con café o batido protéico en mano, como Pedro por su casa. ¡Bombazo! O como se diría ahora, bom-ba-zo.

En ese instante, en la mente de este que escribe se dibuja una imagen de dolor y folclore insuperable: Marta López, destrozada, herida, vapuleada, abatida, humillada, degradada, rota de dolor, se enciende un cigarro y suena, acertadamente, la canción Yo no soy esa de Mari Trini. “Esa niña si, no. Esa no soy yo”.

Las imágenes, claro está, corren como la pólvora en Twitter, al tiempo que los tuiteros intentaban descubrir la identidad de la misteriosa chica (Alexia) que pasó, en más de dos ocasiones, detrás del nuevo macho alfa de la pequeña pantalla.

El Merlos Place, metido en la coctelera del mundo Sálvame, se ha convertido en una historia que, sin saberlo, era tan necesaria como saber si “el Miguel” (marido de Belén Esteban) le terminó comprando la maleta a la hija de la de San Blas como esta le pidió mientras estaba encerrada en Gran Hermano, o como descubrir si, finalmente, Sofía Mazagatos ha aprendido que estar “colgada en el candelabro” no es lo mismo que “estar en el candelero”.

Durante la primera semana de vida de este culebrón que pasará a los anales de la historia de la tele, todo el país ha visto como Marta López arrastraba su “vergüenza” por los platós y contaba “su historia” mientras Merlos y Alexia, confinados en el chalet de Boadilla del Monte del abogado y también periodista, presenciaban atónitos cómo pasaban de ser meros colaboradores de televisión a convertirse en personajes de pleno derecho.

Carne de cañón para alimentar horas y horas del medio, tiempo en el que se filtraban supuestas nuevas infidelidades de Merlos a Marta y, ojito a esto, deslealtades de Merlos a Rivas. Aquí no se salva ni el tato.

Expectante España y un servidor por saber la reacción de los protagonistas, ambos se limitan a decir que tomarán acciones legales por lo que consideran “una invasión en toda regla a su privacidad”.

Ahora sí que esto es una historia como la prensa rosa manda: la denuncia, la demanda, la querella, el proceso judicial ha llegado. ¡Bravo! ¡Magnífico!¡Sensacional! La polémica está servida y, además, con mil cabos por atar.

Sin embargo, el Merlos Place ha sido la excusa perfecta para que los defensores acérrimos de la ultraderecha cargasen despiadadamente contra el programa y contra su presentador, Jorge Javier Vázquez, al que han atizado sin límites por hacer lo que mejor sabe: entretener.

Y, como no, los jueces mediáticos y críticos de televisión que califican Sálvame como “lo peor del oficio de la comunicación”, “basura” o “la mayor mierda que existe en la parrilla”, entre otras lindezas, han aprovechado esta ocasión para volver a recalcar la más que palpable animadversión que tienen hacia un modelo que a mí, más que telebasura, me gusta llamar fast tv o televisión de rápido consumo. Algo que se consume, se disfruta y cuando termina, a otra cosa mariposa.

Cansa. Cansa mucho estar constantemente presenciando como los críticos de la tele despedazan, desde sus casas o redacciones varias, a aquellos a los que definen como “compañeros de profesión” por el simple hecho de ofrecerle al respetable entretenimiento en tiempos de confinamiento, y fuera de él.

Déjeme recordarle algo, querido lector: el elemento más democrático, después del voto, lo tiene a tiro de piedra y se llama mando a distancia. Con ese objeto, usted tendrá todo el poder para elegir qué ver y qué no.

Pero, déjeme también recomendarle algo: aléjese del prejuicio. No hace falta que sienta usted pudor por decir que ve Sálvame, porque es igual de válido que ver Salvados, El Objetivo o Al Rojo Vivo (el Sálvame de la política).

De hecho, es lo mejor que puede hacer porque así, usted sabe un poco de todo y disfruta con saber de la nada. Aléjese del prejuicio, disfrute de lo maravilloso de la televisión y no se ponga límites. Al fin y al cabo, la televisión es cultura. La cultura es amplia y libre. Y, por lo tanto, la cultura puede aportarle conocimiento y entretenimiento a partes iguales.

Me despido, que habla Marta López.

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